Las mujeres hemos estado siempre presentes y de forma decidida en las luchas de clase por la transformación social en el mundo, aunque no siempre esa participación ha sido debidamente reconocida. El peso del patriarcado ha sepultado los nombres y aportes de muchas mujeres en la ciencia, las artes, la academia y la política. Y ha sido con la lucha dada generación tras generación que las mujeres hemos ido ganando espacios de visibilidad y dirección en los diferentes campos de la vida social. Todavía falta mucho para alcanzar ese mundo igualitario al que aspiramos, pero hemos dado importantes pasos en ese camino.
La vida reproductiva fue muy costosa para nosotras y no solo por una cuestión propiamente del machismo, que no podemos desconocer que existió, sino sobre todo por las dinámicas propias de la guerra. No fuimos pocas las mujeres que tuvimos a nuestras hijas e hijos en tiempos de guerra, a quienes no podíamos tener a nuestro lado por razones obvias.
En Colombia ese panorama no ha sido diferente. Incluso en las organizaciones democráticas, progresistas y revolucionarias nuestra participación y liderazgos han sido literalmente ganados a pulso. Quizá más complejo nuestro devenir en las organizaciones militares, consideradas instituciones predominantemente masculinas. Pero allí también hemos estado presentes las mujeres.
En la anterior guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) mujeres como Judith Grisales y Miriam Narváez permanecen en la historia y la memoria de nuestro hito fundacional, junto a otras cuantas que no se visibilizaron. Como ellas, muchas mujeres en distintos momentos hicimos parte de la construcción de la que fuera la guerrilla más antigua y poderosa de América Latina. En sus primeros años fue considerablemente menor el número de mujeres con respecto a los hombres en las distintas estructuras. Pero en los mejores tiempos de la organización llegamos a ser alrededor de un 40% de su fuerza.
Aunque desde el inicio estuvimos presentes, hay que decirlo, no siempre ocupamos un lugar en las instancias de dirección. Nunca hicimos parte, por ejemplo, del máximo escalón de mando. La política y el arte militar fueron por largo tiempo el dominio de los hombres. Nuestra participación en tareas de conducción, que existieron, fue también un largo y lento proceso interno que las mujeres que nos antecedieron fueron ganando con tesón, disciplina y también con su bravura en el combate y en el ejercicio político interno. Con el tiempo, cada vez más mujeres hicimos parte de las diferentes comisiones de trabajo y especialidades: médicas, de comunicaciones, logísticas, militares, organizativas y políticas en las que poco a poco nos fuimos destacando.
El reglamento que teníamos como organización declaraba que las mujeres éramos “libres e iguales” a nuestros compañeros de lucha. Algo muy avanzado dentro de una organización militar. Quizá por eso en nuestra vida interna nunca hablamos de feminismos, no por negación sino porque nuestro quehacer no nos daba tiempo para conceptualizar muchas cosas que, sin embargo, hacíamos en la práctica. Quizá también porque nuestra vida colectiva fue tan rica y cada tarea o misión se hacía casi siempre con la participación de mujeres y hombres que integraban las diferentes estructuras y comisiones que dirigían indistintamente guerrilleras o guerrilleros.
La vida sexual y reproductiva fue compleja para las mujeres en ese mundo militar que regula cada actividad en su interior. Pero, contrario a lo que suele pensarse desde afuera, en muchos aspectos las mujeres de las FARC-EP tuvimos espacios de mayor libertad y reconocimiento que muchas mujeres en la sociedad más amplia. Por ejemplo, hicimos uso de nuestro derecho a decidir sobre nuestra sexualidad, sobre nuestros cuerpos y a no depender en ningún sentido de nuestros compañeros sentimentales.
Pero, por otra parte, la vida reproductiva fue muy costosa para nosotras y no solo por una cuestión propiamente del machismo, que no podemos desconocer que existió, sino sobre todo por las dinámicas propias de la guerra. No fuimos pocas las mujeres que tuvimos a nuestras hijas e hijos en tiempos de guerra, a quienes no podíamos tener a nuestro lado por razones obvias. El dolor de la separación, el dilema entre la lucha o la maternidad, las incertidumbres en torno a su seguridad física y material eran pesos mayores que traíamos a cuestas las mujeres. Otras de nosotras prefirieron no ser madres en filas, algunas postergaron la maternidad para un después incierto de la confrontación armada, pero muchas no lograron sobrevivir a la guerra.
En algunos espacios rurales el proceso de reincorporación se ha tratado de hacer de forma colectiva. No ha ocurrido lo mismo con la reincorporación en las ciudades, en las que el mayor impacto es quizá el de la individualización de nuestras vidas.
La opción de la interrupción del embarazo, hasta hace poco totalmente proscrita en Colombia, no solo fue una regla a cumplir en nuestras filas, sino que, al igual que la planificación familiar, para muchas de nosotras significó el ejercicio de una libre decisión sobre la maternidad.
Ya en tiempos del último proceso de conversaciones de paz en La Habana, varias de nuestras mujeres desempeñaron diferentes tareas en ese escenario. Tal como ocurría en la vida insurgente cotidiana, las mujeres participaron allí en las diferentes comisiones de trabajo, fundamentalmente de carácter mixto. Aunque hay que decirlo, fue muy secundaria y minoritaria su participación en las instancias propias de la negociación política.
También en La Habana algunas de nuestras mujeres, apoyadas y empujadas por muchas otras mujeres de organizaciones feministas y otras lideresas del país y del mundo, lograron que las partes en la mesa incluyeran el importante tema del enfoque de género de manera transversal en el acuerdo final. Esa no fue una concesión ni una conquista fácil. Pero se logró.
Una vez firmado el Acuerdo Final de Paz, empezamos una nueva y no menos difícil etapa: la de la reincorporación económica, social y política. En algunos espacios rurales ese proceso se ha tratado de hacer de forma colectiva. No ha ocurrido lo mismo con la reincorporación en las ciudades, en las que el mayor impacto es quizá el de la individualización de nuestras vidas.
Fue en ese nuevo escenario que varias de nuestras mujeres optaron por la maternidad, aunque sin haber resuelto primero sus condiciones de vida materiales, lo que implica un gran desafío. Otras empezaron a buscar a sus hijas e hijos de quienes estuvieron separadas por la guerra. Algunas lograron reunificar sus vidas a su lado sin mayor traumatismo. Otras, en cambio, se han enfrentado a difíciles procesos complejos de aceptación tras la larga separación. Otras, dolorosamente aún siguen sin encontrar a sus hijas e hijos, perdidos tras largos años de guerra.
En la dirección superior aún la presencia de las mujeres es todavía minoritaria. Otro tanto ocurre en las designaciones de las 10 curules asignadas al partido en el marco del acuerdo de paz, de las que solo 2 son ocupadas por mujeres.
La reincorporación económica, por su parte, ha sido todo un reto, especialmente para las mujeres. Muchos de los saberes de nuestras mujeres fueron aprendidos en filas y en la vida civil hace falta una certificación formal para acceder a muchos espacios de desempeño laboral y para el mismo ejercicio político. No pocas mujeres aportamos con nuestra juventud y conocimientos técnicos y profesionales a la lucha en la insurgencia y retornamos ya con los años a una sociedad en la que los espacios de inserción laboral se limitan para las mujeres de edad avanzada, y para las que la reincorporación ofrece poco.
En el espacio de la reincorporación política muchas de las ex integrantes de las FARC-EP venimos haciendo una importante experiencia, dentro y fuera de nuestra colectividad partidaria. En el partido político resultante del acuerdo de paz, que en su fundación adoptó el nombre de Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, FARC y recientemente cambió por el de Partido Comunes, varias mujeres ex integrantes de las FARC-EP hacemos parte de las direcciones regionales y nacionales, y de las diferentes comisiones de trabajo.
En la capital del país, por ejemplo, de un total de 31 integrantes, 14 mujeres, entre ex guerrilleras y nuevas mujeres militantes, fuimos elegidas en asamblea para conformar la dirección distrital. En este caso no fue necesario apelar a la ley de cuotas o la paridad política, legítimas demandas de la agenda de las mujeres. No obstante, en la dirección superior aún la presencia de las mujeres es todavía minoritaria. Otro tanto ocurre en las designaciones de las 10 curules asignadas al partido en el marco del acuerdo de paz, de las que solo 2 son ocupadas por mujeres.
Otra experiencia de participación política de nuestras mujeres ex combatientes ha tenido lugar en las elecciones locales para cargos de representación popular, a las que varias de ellas han sido candidatizadas. A pesar de que los resultados electorales son aún precarios para la colectividad, los aprendizajes en materia de participación política han sido significativos para las mujeres ex combatientes.
Las mujeres ex integrantes de las FARC-EP y hoy militantes del Partido Comunes, nos comprometimos con la vida y la construcción de la paz con justicia social por la vía política no armada.
Finalmente, para cerrar esta apretada radiografía de lo que ha sido este tránsito de la vida política en armas a la política de la palabra, vale mencionar que no pocas mujeres ex guerrilleras ocupan hoy diversas y destacadas responsabilidades en materia de reincorporación. Varias de ellas están al frente de la tarea del desminado humanitario, otras en las diferentes cooperativas de excombatientes, otras en la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, otras se desempeñan como agentes escoltas y en labores técnicas en la Unidad Nacional de Protección, otras en la conducción de los antiguos espacios territoriales, en las mesas de interlocución con los gobiernos locales, y es una mujer ex combatiente quien recientemente fue nombrada como la representante legal de nuestra colectividad política.
A pesar del incumplimiento por parte del Gobierno Duque en la implementación del acuerdo de paz de La Habana y de la reincorporación -que nos ha costado el asesinato de 259 firmantes del mismo, al menos 4 exguerrilleras entre ellos- las mujeres ex integrantes de las FARC-EP y hoy militantes del Partido Comunes, nos comprometimos con la vida y la construcción de la paz con justicia social por la vía política no armada. Sabemos que el panorama no es fácil, pero seguiremos como en la canción de Serrat, haciendo camino al andar.