Hace unos días tuve la oportunidad de ver el documental de Frank Marshall sobre los Bee Gees, el trío británico que marcó un hito en la música disco. Mientras me enteraba del proceso de creación de sus canciones y de cómo pasaron de cantar en pequeños y apretados bares a llenar gigantescos estadios, caí en cuenta de que su historia ha estado siempre amarrada a Fiebre de sábado por la noche, la cinta de John Badham de 1977 cuya banda sonora vendió más de 80 millones de copias. Caí en cuenta de que hay hechos que nos definen por el resto de la vida. A Cervantes se le recordará por su Quijote, a García Márquez por Cien años de soledad, al maestro Fernando Botero por sus esculturas voluminosas y a un gran número de políticos y mandatarios por los sucesos que marcaron la historia de sus respectivos países y de los que fueron partícipes. A Margaret Thatcher por la puesta en marcha de su neoliberalismo corrosivo que llevó a la miseria a millones de obreros ingleses, a Ronald Reagan por el publicitado escándalo Irán-contras, a Bill Clinton por su affaire con Monica Lewinsky y a John F. Kennedy por su prematura y violenta muerte mientras realizaba una visita, como jefe de Estado, a Dallas, Texas.
Son marcas que definen la historia y nos hablan también de sus protagonistas. En Colombia, a Ernesto Samper se le recordará por el Proceso 8000, a Andrés Pastrana por intentar dialogar con las antiguas Farc-Ep, a César Gaviria por haber llegado de taquito a la Presidencia de la República y haberse enfrentado a Pablo Escobar en un momento en que, cada 24 horas, un carro bomba hacía explosión en algún lugar de Bogotá, a Juan Manuel Santos por convencer a la guerrilla más vieja del planeta de entregar los fusiles, y a Iván Duque Márquez por ser el títere de un mafioso al servicio de los intereses de las 40 familias más ricas del país.
El mafioso, por supuesto, será recordado por ser el único presidente colombiano que hizo transformar, con la ayuda de un Congreso tomado por paramilitares, un “articulito” de la Constitución Política que lo mantuvo cuatro años más en la Casa de Nariño. Será recordado por los 6402 jóvenes secuestrados y asesinados por militares durante los ocho años de la seguridad democrática, un plan macabro que no sólo apostó soldados en las carreteras del país para que los ganaderos pudieran visitar sus fincas, sino que permitió también que una horda de matones y narcotraficantes, en anuencia con el Ejército Nacional, masacrara frente a sus familias a humildes campesinos señalados de guerrilleros.
Que Álvaro Uribe Vélez tenga como ascendentes a Nefertiti y a Akenatón, como lo afirmó una revista colombiana convertida hoy en portavoz del partido de gobierno, es irrelevante. Pero, sin duda, excita a la turba de ciegos y sordos que no sólo han puesto a un matón, aliado de narcotraficantes, a la altura de Jesucristo, sino que se tomaron el trabajo de equiparar al faraón Sol, quien introdujo como norma el monoteísmo en Egipto, con un delincuente paisa. Resultaría mucho más creíble para la genealogía, la teoría lingüística de las tierras altas y bajas, que define el asentamiento de los grupos humanos en América a partir de la geografía, pues esta podría explicar el porqué los nativos de Extremadura, España, cuyo clima es templado y cálido a la vez, se tomaron, a su llegada a estas “tierras salvajes”, ese paraje geográfico que el tiempo convertiría en Medellín y el Valle de Aburrá. Podría explicar también porqué los paisas son buenos para los negocios y porqué la sangre árabe corre por sus venas. Podría explicar, a su vez, su relación con el norte de África, no sólo con Egipto, sino también con Libia, Argelia y Marruecos. De manera que, si los árabes del norte del Continente Negro durante sus migraciones hacia Europa se tomaron el sur de España, y muchos de estos, a su llegada a América, se asentaron en el verde valle donde se fundaría Medellín, no tiene nada de raro, ni de extraordinario, que muchos paisas, en lo más perdido de su linaje, tengan algunas gotas de sangre egipcia. Otra cosa muy distinta es descender del faraón más polémico del Antiguo Egipto, como lo pretenden los seguidores del matón que gobernó a Colombia durante ocho años.