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Escribirse una misma: hilando mis verdades

Bajando de la Sierra sentí fuerte el llamado a remediar el silencio en el que me había refugiado durante años; a correr las cortinas de este escenario, encarar las ideas, sacarme del mutismo y tener el coraje para hilar frases con las palabras que se agolparon con el tiempo bajo la punta de mis dedos, en la comisura de mis labios.

Mariposa

Mariposa.Imagen de Ralph Klein en Pixabay

El 2020 se fue pasito como el sol cayendo en un atardecer hermoso sobre el mar Caribe, de esos que son capaces de estremecerte hasta el punto en el que te duele la piel, y los ojos se derriten de nostalgia. Fueron 10 meses que parecieron 20. Llenos de angustia, de incertidumbre, paciencia, de extrañar, añorar, de perder y soltar. De recobrar la fuerza, de navegarnos y encontrarnos. En algún momento yo también me sentí protagonista de una película distópica escrita por Orwell o Huxley, esperando el final de la historia, el ataque alienígena, o que se apagase el letrero de “grabando” de esta gran ficción. 

La noche del 31 de diciembre fue corta y ahí, junto a los míos, como todos los años, frente al fuego pensé en la potencia del sol, en los cambios de la luna, en los tránsitos de los planetas, en lo infinito del cosmos. Pero también en las protestas, en el poder que abusa y corrompe, en el hambre que acecha, en la violencia que no da tregua, en los golpes que asesinan; sin duda, en la ternura que calma, en el amor que camina, y la palabra que abraza y teje verdades. Sobre todo, en eso, en la palabra.

El sol del primero de enero me acarició pasito, y el viento frío que bajaba desde la Sierra Nevada de Santa Marta me hizo trepidar. En la playlist de mi cabeza podía escuchar clarita la voz de Nina Simone susurrándome… It’s a new dawn. It’s a new day. It’s a new life… Como en una trama de suspenso este nuevo año llegó con la determinación de los finales, con la resolución de los comienzos, como el paso firme que debes dar en la montaña cuando la tierra está mojada para no resbalar. Ya los hilos de este relato se encontraban en movimiento y mi cabeza, sin pedirme permiso, había puesto en marcha el plan para dejar atrás el miedo a mi propia voz. 

Bajando de la Sierra sentí fuerte el llamado a remediar el silencio en el que me había refugiado durante años; a correr las cortinas de este escenario, encarar las ideas, sacarme del mutismo y tener el coraje para hilar frases con las palabras que se agolparon con el tiempo bajo la punta de mis dedos, en la comisura de mis labios. Ordenar los relatos que deambulan por los callejones de mi mente y dejarlos libres, abrirles paso, hablar, narrar, contar, escribir para darme vida. 

Entonces, le escribí a un “isóptero” que hace ya varios años me mostró por unas horas las calles vivas de Barcelona en verano. Con algo de miedo, no, más bien con mucho miedo, me armé de valor y pedí cobijo en el termitero, en el refugio de ideas, voces y letras, de “Ojalá”, “Nunca más”, “Ni una menos” y de “otro mundo es posible”. Y así, ¡oh sorpresa! empezó el compromiso de cada quince días confrontarme frente a la pantalla del ordenador, darle claridad a la urdimbre de historias, y procurar no desfallecer en el intento de articular las palabras, de hilvanar las frases y construir párrafos no como murallas, sino como puentes que me permitan exponer en estas columnas mis verdades.

Sí, las mías, esas que me han permitido atravesar los callejones sin salida en los que me he encontrado, de afrontar las caídas, perdonar mi impaciencia, esquivar huecos o salir de trampas. Esas verdades y miradas que he construido leyendo, pero, sobre todo, escuchando, un poco viajando, la mayoría caminando, recorriendo a tientas el mundo en el que nací. En estas líneas me escribo a mí misma, pensando en otras y en otros, no como un acto de soberbia, sino de honestidad. No, yo no soy la voz de nadie, intento rescatar la mía, y EL COMEJÉN ha sido el pretexto, el abrazo, la palmadita en el hombro, o más bien, el empujón, la comunidad que te dice sigue adelante, aquí estamos para ti. 

Con este llego a mi séptimo texto, y me siento como protagonista de una mis películas favoritas cuando niña, The lucky seven, 7 xiao fu, una película taiwanesa que se estrenó en 1986. En ella soy Small Pepper, quien junto a sus 6 amigos intentan recuperar un diamante que ha sido robado. Y como en ella, soy la heroína, pero no estoy sola, hay un termitero lleno de isópteros que me exhorta, me guarda, en el que me puedo encontrar y reproducir.

Aquí voy…

De quincena en quincena, haciendo uso de mis “dotes”, no precisamente en artes marciales, para enfrentar mis miedos, confrontar mi opinión, darles sentido a mis conocimientos, recobrar el valor, creer en mi palabra. Y así, en un ejercicio liberador, poder soltar al viento virtual estos relatos que se abren y florecen como Lilies, lirios rojos, para despertar mis sentidos adormecidos, mi espíritu que se rendía y la magia que se me apagaba. 

Aquí voy…

Cuentera, teatrera, waterpolista, bailadora, profesora de la Universidad Simón Bolívar. Estudiante de la vida, hija, hermana, tía, amante, mamá de los “Fulanos Felinos”. Periodista. Magíster en Desarrollo Social y en Ciencias de la Sociedad. Especialista en estudios políticos y económicos. Candidata a doctora en Ciencias Sociales de la Universidad del Norte.

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