Procuraba levantarme a las 6:30 de la mañana, pero no siempre lo conseguía. Le robaba unos minutos más al despertador hasta que finalmente me lanzaba como un resorte de la cama. Era la única manera de ganarle al reloj y hacerlo todo o, al menos, hacer todo lo posible para no sentir que se me echaba encima un día más del calendario sin haber cumplido con el trabajo, las tareas del colegio, las comidas y sus respectivos platos sucios, la limpieza, desinfección y paranoia en bucle, los imprevistos y las pequeñas compras que cada día se me ocurrían para convencerme de que aquella rutina contaba como caminata.
Entre las noticias que no paraban de dar vueltas a las cifras más desalentadoras y la maratón de mensajes, memes y falsos titulares que invadían todas mis pantallas, pensé que si la humanidad colapsaba en aquel momento, no podría pillarme mirando el móvil. Así que un buen día decidí que se apagaba el aparatito en un buen tramo de la jornada, porque no había nada que me importara más que el sujeto de carne y hueso que compartía confinamiento conmigo; y que incluso con lo insoportables que podíamos llegar a ser con nuestros respectivos pésimos caracteres, éramos capaces de reconocer que nos cuidábamos porque nos importaba más el bienestar del otro. Aquella revelación dio un giro inesperado a nuestra relación y nos permitió aceptar con mayor naturalidad y con mucho de conformidad (también hay que admitirlo) que el encierro sería más largo de lo que habíamos imaginado.
Así pasaron los meses, con sus buenos momentos y malos augurios, y llegaron a mi vida los podcasts y las revistas online. Dirás tú que aquellos poderosos revulsivos no son ninguna novedad, y que ya tengo una edad para haberlos descubierto antes, pero debo decir en mi defensa que siempre fui una obsesa de las noticias en sus viejos formatos.
Con la radio crecí y con la prensa me formé, así que la curiosidad por las nuevas formas de comunicación me ha pillado vieja y el enamoramiento ha sido progresivo. Como los perros callejeros que poco a poco se van acercando a la misma carnicería cada día para ganar confianza y aspirar a mejores trozos de sobras, yo me asomaba con cautela a un capítulo o a una página hasta que llegó un momento, ahora sí en pleno confinamiento, que caí rendida por la posibilidad de conocer a personajes y temas que realmente me interesaban. En un primer instante solo buscaba la risa fácil (¡y necesaria!) y paulatinamente me fui dando cuenta de mis ansias por abstraerme y adentrarme en historias para mí desconocidas.
¡Bendita iluminación! Con EL COMEJÉN no fue amor a primera vista. Ya ha quedado claro que soy un animal sigiloso. Pero lo que sí saboreé fue la ilusión de la redacción espontánea, esa que no responde a patrocinios y que te introduce en opiniones y experiencias vividas en carne propia. Pude centrarme en las palabras sin apenas hacer caso a las firmas y créeme cuando te digo que eso, en los tiempos que corren, es pura adrenalina. Quieres seguir leyendo porque te importa lo que aparece en tu pantalla, no lo que pueda intuirse entre líneas. Pasaron unos meses, no sé cuántos, y EL COMEJÉN me invitó a escribir y me emocioné tanto como cuando salí de la universidad con la promesa de un trabajo en prácticas. Que podía escribir de lo que quisiera y que tenía una fecha de entrega cada semana, esas eran las únicas condiciones.
Y aquí me tienes, un año después del anuncio del confinamiento y su inesperada prolongación, robándole de nuevo minutos al reloj en las noches y aguzando neurona para dejar plasmado lo que quiero explicar en pocas líneas. No tengo la erudición de tantos y tantas que aquí firman para hablar en profundidad de casi nada. Miro, oigo, deduzco y pienso por mí misma (afortunadamente), pero siempre me posiciono en calidad de aprendiz. Sin embargo, me han llegado mensajes tan conmovedores a raíz de mis columnas, que me emociona muchísimo darme cuenta que mi contribución a este medio también ha permitido abrir nuevas perspectivas a otras personas. Así como yo, en su momento, abrí la puerta de mi pequeño mundo a nuevos medios y a nuevas personas que comparten su saber a través de la palabra, EL COMEJÉN me ha permitido meter la cucharada en temas que me gustan con personas que me leen. ¡Gran privilegio!
Así como el cumpleaños número uno de tantos bebés que nacieron en 2020 será celebrado como un suceso extraordinario, el aniversario de esta revista online debería generar más expectativas que nostalgias. Echar la vista atrás para constatar que se ha vencido a la incredulidad y al pesimismo a través de la palabra escrita tiene que ser un visto como un gran pronóstico. Porque así como otras generaciones pudieron contar que nacieron en medio de una Guerra Mundial, nosotros formamos parte de un hito del siglo XXI. Luchamos por sobrevivir a una pandemia y formamos una comunidad de lectores ansiosa por descubrir toda clase de plumas que comparten con generosidad sus conocimientos, ideas y emociones. ¡Que nos devoren los comejenes!