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Graham Greene, los periodistas y “Medio Beso”

Tenía la mitad de su rostro muerto, el lado derecho, pues el día que le dispararon en la nuca, antes de tirarlo al río, las balas lesionaron varios nervios faciales, dejándole media cara muerta.

Graham Greene

Imagen de Lofft.It

Le decíamos “Medio Beso”. En realidad se llamaba Israel y era uno de esos luchadores que había sobrevivido a varios combates en primera línea, a torturas y vejámenes del enemigo, al hambre y a las angustias de la guerra, y también a varios tiros en la nuca disparados por agentes secretos de la policía política del régimen liberal-conservador colombiano, menos a una emboscada en su propia casa después de haber participado en la firma de un acuerdo de paz entre la guerrilla del Ejército Popular de Liberación (EPL) y el gobierno nacional. 

Tenía la mitad de su rostro muerto, el lado derecho, pues el día que le dispararon en la nuca, antes de tirarlo al río, las balas lesionaron varios nervios faciales, dejándole media cara muerta. Con un ojo siempre abierto, pero ciego, y el labio caído sin sensibilidad alguna, se ganó el sobrenombre de “Medio Beso”. Y era un sobrenombre real. Nadie como él para expresarlo en privado: “Así es”. 

Un personaje en busca de autor. Graham Greene sería el perfecto o Eloy Martínez, pues hoy ya no sé si la verdad general o la verdad del escritor es la correcta para narrar todo esto, pero lo intentaré. 

Nos concentramos en Villaclaret, en el Departamento de Risaralda, para la firma de paz con el gobierno, y allí entablamos una amistad grande y generosa. Un mes después, me llamó a casa y me invitó a que lo acompañara a Orito, la región petrolera del Putumayo, en el sur de Colombia. Quería visitar a sus padres después de mucho tiempo. El viaje estaba plagado de peligros, me advirtió. Uno era que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), habían declarado que la firma del tratado de paz del EPL constituía una traición a la revolución colombiana, y otro era que las oscuras fuerzas del régimen empezaban ya a matar a nuestros excombatientes. 

Su ilusión siempre fue recuperar la normalidad de su rostro: su sensibilidad, su físico, su orgullo. Para lograrlo se afilió a la Asociación de Lesionados de Guerra y años más tarde logró una cirugía facial que le devolvió algo parecido a la normalidad. Fue la época del paro cocalero (movimiento del campo colombiano para protestar contra la fumigación masiva de sembradíos de coca con Napalm, líquido considerado por las Naciones Unidas como arma química de destrucción masiva). Los organizadores del paro le habían encomendado asumir la responsabilidad de liderar el levantamiento en alguna zona. Él no atendió al llamado y a las cinco de la mañana entraron los asesinos y lo acribillaron a balazos delante de su mujer y su hija. 

Así terminó sus días uno de los eternos soñadores de las luchas rurales. Es el personaje central de mi primera novela, publicada por la Imprenta Nacional de Colombia. La escribí cuando ya ejercía como corresponsal de noticieros nacionales de televisión y tenía que cubrir varios sucesos violentos: toma de pueblos, emboscadas y enfrentamientos armados, recuperación de puentes y zonas ocupadas por los rebeldes, y todo lo que significa ser periodista de un país donde se vive una guerra civil no declarada y el director del noticiero te exige estar en primera línea para obtener las mejores imágenes, aunque nunca te ofrezca las mínimas garantías. 

Graham Greene, el escritor británico, decía que cubrir periodísticamente este tipo de situaciones de guerra es crucial para los novelistas, pues no tienen que inventarse episodios como los vividos por los personajes de su novela El americano impasible: el corresponsal inglés, Thomas Fowler, su amante Phuong y el espía norteamericano Alden Pyle, bajo cuyos destinos descansa la trama. 

Pues bien, siempre he deseado escribir el episodio de ese viaje con Israel, “Medio Beso”, a Orito, sin que esté de por medio la ficción de una obra literaria que, aunque real, siempre está expuesta al laboratorio emocional de la literatura y a la toma de partido del narrador, y también del personaje. Hoy quiero narrar el episodio como periodista. Graham Greene es claro al afirmar que después de cubrir cinco años de una guerra inútil en Saigón, lo único claro para él es que el periodista debe limitarse a narrar la realidad de la guerra, nada más, sin inclinarse por ninguno de los bandos. Pero al final la historia termina traicionándolo y un día comprende que los periodistas no pueden ser indiferentes a la realidad de los hechos y toma partido. ¿Cuándo? Se lo dejo al lector para que lo averigüe. 

La guerra colombiana tomó tintes trágicos hace mucho tiempo. Los corresponsales de noticias de las regiones marginales, como lo es el Departamento del Putumayo, Caquetá y otros, se encuentran con historias tan trágicas como la de “Medio Beso”. Pero esto no se puede narrar en una nota periodística porque la noticia es inmediata, y juntar la vida de un guerrero en un escrito requiere de mucho tiempo. Esa es la labor del novelista, del historiador, del documentalista. 

La memoria juega un papel trascendental de lo inmediato, del momento presencial. Yo recuerdo la humedad de la hojarasca de aquel pueblito cercano a la ciudad de Orito donde llegamos con Israel. Sus calles apacibles y polvorientas, los techos de zinc y los niños descalzos jugando al futbol con pelotas de trapo. Más allá, las inmensas torres extractoras de petróleo que se llevaban por el oleoducto más largo del mundo hacia el puerto de Tumaco y después a los depósitos de Texas el mineral crudo para luego vendérnoslo elaborado. Un lugar donde las acciones armadas son pan de todos los días. 

Sí, Graham Greene, o su personaje Thomas Fowler, cree que la prolongación de la guerra solo traerá más muerte y que la solución al conflicto no es la guerra, ni el comunismo, sino una tercera fuerza que se llama liberalismo. ¿El mismo que hoy se combate en todo el mundo? Era eso lo que yo sentía en esos momentos. 

El pueblito cercano a Orito no es Saigón, de hecho, pero allí hay unos actores armados que están dispuestos a prolongar la guerra el tiempo que sea necesario. Y hay lucha ideológica en los altos mandos armados de cualquier fuerza, y hay pobreza, delincuencia y salvadores de todas las situaciones. Las grandes multinacionales del petróleo dejan como única herencia pobreza y deforestación. En Vietnam, después de la caída de las fuerzas colonialistas francesas, los norteamericanos querían ubicarse como salvadores y tomar posesión en el continente asiático para luchar contra el comunismo chino y soviético. No pudieron. Para paliar la situación de pobreza en el Putumayo había muchos salvadores: paramilitares, guerrilleros, embaucadores de oficio y, como no, el propio gobierno. Tampoco han podido. 

En los pueblos de Colombia, las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), tomaron posesión de muchas zonas del país. Los corresponsales de guerra, que éramos nosotros, lo vivimos en carne propia. Y entendimos que era una guerra inútil tal como se estaba llevando. Y yo, particularmente, supe desde entonces que escribir la realidad de la guerra desde los medios de comunicación para los que trabajábamos era una quimera. Leyendo la novela de Graham Greene tuve una visión más amplia de cómo debía afrontar el tema de “Medio Beso”. Su tragedia, al fin y al cabo, no era distinta a la de Thomas Fowler, el personaje de la novela de Greene, quien tiene que ceder al espía norteamericano a su amante Phuong. Ella no habla inglés y Fowler se ve obligado a traducir la declaración de amor de su rival a la mujer que, si bien la utiliza para sus propósitos, también la ama. 

Israel amaba la rebelión y por ella perdió su rostro. Y fueron, según se ha dicho, quienes profesaban su misma ideología los que le quitaron la vida. Yo me imagino a Alden Pyle, agente de la CIA, siguiendo nuestro rastro hacia el Putumayo, pues a principios de los 90 una de mis aficiones más grandes era leer novelas escritas por periodistas. Ernest Hemingway, García Márquez, Thomas Mann y otros. Y me he quedado con la teoría de Eloy Martínez, el periodista y novelista argentino: “Es así como todo el que escribe es, potencialmente, un escritor. Por tanto, lo que escribe, es potencialmente, un texto literario. La diferencia estriba en que el periodismo opera con verdades generales, y la literatura, en cambio, trabaja con la propia y personal verdad del escritor”.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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