Es verdad: nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar.(Friedrich Nietzsche).
En Socorro, por aguardiente y tabaco
el Visitador, aún Regente y cabalgando ungido,
esconde el manifiesto.
Entre revuelta y revuelta,
mi mujer y mi madre,
con el fogón encendido,
la llama temblorosa
y los ojos en el horizonte,
me regalan el primer café del día.
Dice mi madre que en la noche sólo escucha gritos.
Dice mi mujer que no recuerda el olor de los frutales.
Dicen en el pueblo que, en la escuela,
los niños han aprendido a sembrar árboles de moringa,
árboles de manzanillo y árboles de granada.
En Charalá, por un tejedor de mantas y un tambor,
la tabaquera,
en día de mercado y ardiendo en estupor,
al trasto daba con un documento
que sí fue Real.
Entre revuelta y revuelta,
mi mujer y mi madre,
con el fogón encendido,
la llama temblorosa
y los ojos en el horizonte,
me dedican el segundo café del día.
Dice mi madre que está harta de los grillos.
Dice mi mujer que extraña el sonido del río.
Quisiera decirles que lo siento,
quisiera decirles que cuando iba camino de la escuela,
a dictar, como cada día, las clases de historia y de geografía
supe que me matarían.
Dicen en el pueblo que, en la escuela,
los niños han aprendido a regar las flores
y que han rebautizado el árbol de la granada.
Este poema de Pedro Felipe fue galardonado por International Action For Peace (IAP) en el concurso de poesía y Derechos Humanos.
