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«Que no quede huella», la nueva novela de María Eugenia Paz y Miño

¿Cómo poner orden, disciplina y lealtad a los miembros del partido si un dirigente cede ante la belleza de una tal Andy Garbor, símbolo de seducción, distracción y conspiración?

Libro "Que no quede huella"

Portada del libro "Que no quede huella". Imagen del portal Falsaria

Este sábado, cuando termino de leer Que no quede huella, la nueva novela de la escritora ecuatoriana María Eugenia Paz y Miño, me acordé del día que en Colombia dieron la orden de libertad a Álvaro Uribe Vélez, expresidente de la república. Es la persona que dio la orden de atacar un campamento de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), instalado en la provincia ecuatoriana de Sucumbíos, a escasos kilómetros del río San Miguel de la frontera colombo – ecuatoriana, mediante la Operación Fénix, en marzo de 2008. En aquel ataque fue asesinado el comandante rebelde Raúl Reyes, episodio fundamental en la novela de María Eugenia y que ha sido utilizado por las élites políticas y financieras para relacionar al Comandante (protagonista de la novela), y por ende al gobierno de la Revolución Ciudadana, de vínculos con las guerrillas y el narcotráfico.

A Uribe Vélez se le encarceló por manipulación de testigos, un delito menor, pero tiene a sus espaldas procesos penales por genocidio, asesinatos extra judiciales, formación de grupos paramilitares, intercepción de comunicaciones, intervención en países extranjeros y otros delitos, cuyo impacto sobrepasó las fronteras y tuvo graves repercusiones en Ecuador, a tal punto que muchas veces la guerra para derribar al gobierno de la Revolución Ciudadana tuvo su epicentro en Bogotá. Una vez depuesto el gobierno víctima de un “ambicioso”, como consecuencia de las manipulaciones nacionales e internacionales, El Presidente de Que no quede Huella, es condenado a ocho años de prisión.

No. No es el único hecho para la caída del gobierno, y esta novela lo desvela. Además de la traición, la ambición  y la intervención extranjera, está la inestabilidad emocional de “los lechuzas”,  las multitudes que acompañan el proceso revolucionario y lo que es peor, las debilidades del Comandante que lo llevan a traicionarse a sí mismo: “Si antes se guiaba por convicciones personales, valoraba la creatividad, la espontaneidad y la imaginación, al sentirse importante se obsesionó con los horarios fijos, resultó dogmático cada vez que alguno no estaba de acuerdo con él”, dice Sara, la compañera del Comandante. 

Esta afirmación me deja en la cuerda floja. Nuestros novelistas del Boom siempre alabaron ese espíritu espontáneo y creativo de los latinoamericanos frente a la cuadratura de los europeos, al horario fijo, al cálculo, al dogmatismo, y Sara nos enfrenta en Que no quede huella al dilema de cómo administrar las emociones humanas dentro de un proceso de cambio revolucionario. Pero no nos enfrenta y nos deja, sino que, al describirnos una realidad conmovedora y dramática, nos enseña el camino para decirnos lo que no se debe hacer.

He aquí la importancia de esta gran novela: realista, dura consigo misma, profundamente crítica y visionaria. Que no quede huella es un manual imprescindible para quienes pretenden “una transformación esperada, la vuelta de la tortilla, el cumplimiento de los ideales” en materia política, económica y social. De esta manera, María Eugenia Paz y Miño hace un corte trasversal a la realidad concreta y con su afilado bisturí narrativo y poético nos muestra las debilidades de las pretendidas y consumadas revoluciones latinoamericanas. 

Y no solo involucra aspectos tácticos y estratégicos, sino también sentimentales. ¿Cómo poner orden, disciplina y lealtad a los miembros del partido si un dirigente cede ante la belleza de una tal Andy Garbor, símbolo de seducción, distracción y conspiración? Es lo que hace el Comandante al traicionar al amor de su vida, a Sara, su compañera de siempre, “la única que había podido salvarlo en esa angustia asquerosa que subía hirviente hasta la garganta” cuando ese dirigente revolucionario se ve traicionado por sus propios militantes, algunos de sus propios jefes y lo que es peor, por él mismo. Sara, aquella que a pesar de la traición de su compañero sigue pensando que “el futuro está lleno de utopías”.

Identificar las armas del enemigo, es la lección de María Eugenia. La seducción es un arma mortal. El Comandante lo descubre al final, no cayó en cuenta que Andy Garbor era una infiltrada de la inteligencia imperialista. Y en ese sentido se salva de una condena definitiva de Sara, pues lo considera un dirigente sincero de la revolución, traicionado por sus propios sentimientos, costumbres o hábitos históricos de macho duro que, al reconocerlo, ahonda sus sentimientos rebeldes y confía en recuperar a Sara y recuperarse a sí mismo. Es lo que demuestra después de sobrevivir a un intento de asesinato. Quiere seguir siendo útil y decide irse a luchar a Honduras donde las masas se han levantado contra el golpe de Estado dado al presidente Manuel Zelaya.

Leyendo esta novela terminé recordando a Álvaro García Linera, exvicepresidente de Bolivia, derrocado junto a su presidente Evo Morales: “Como proceso de aprendizaje de las izquierdas es fundamental concluir que los procesos sociales y políticos encaminados a mantener un liderazgo es mezquino. Son más bien los liderazgos políticos y de poder dirigidos a mantener procesos los que dan resultado”. Que no quede huella va por ese camino al dejar al descubierto las huellas que van dejando los poderosos en todo el continente en su lucha por mantenerse en el poder a toda costa. La novela está escrita con valor y maestría, quizá porque su autora es una de esas mujeres que están al frente de las luchas de liberación nacional como víctima de las políticas clasistas y también de la afrenta histórica contra su propio género. 

Le pregunté recientemente al escritor colombiano Gustavo Álvarez Gardeazábal eso de que la historia la escriben los vencedores y las novelas los derrotados. “Los novelistas”, respondió, “somos los que siempre escribimos sobre los derrotados”. También le pregunté a la catedrática de la Universidad de Salamanca y poeta española María Ángeles Pérez López qué pretendía con su producción literaria. “Transformar”, dijo. Y Fabio Martínez, académico de la Universidad del Valle y novelista colombiano, me dijo que para escribir hace falta memoria, imaginación y resistencia. Todos estos requisitos los cumple Que no quede huella, esta novela que, repito, será sin duda no solo un manual de resistencia sino de desafío ético y moral para los que seguimos pensando que un cambio de modelo político, económico y social es posible a través de una revolución democrática.

Coincidencias de la vida real. Yo mismo hago parte de los personajes anónimos de esta obra literaria. Y más patafísica: yo escribí una novela sobre el mismo tema, con otros personajes y bajo otras circunstancias, claro. 

Gracias, María Eugenia, por entregarnos esta novela que en el confinamiento de los tiempos de la peste nos anima a seguir luchando por un porvenir mejor.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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