Daniel Mendoza Leal no sabe exactamente cuándo dio el salto al vacío, pero de lo que sí está seguro es que la injusticia social a la que era sometida “su” Carmen, esa niña mujer que servía en su casa y que con diecisiete años le enseñó el amor, fue el primer paso, cuando apenas tenía doce años, en su camino de no retorno.
¿Lo que siguió? Hacerse abogado criminólogo, periodista, escribir dos libros, denunciar la corrupción al interior del Club El Nogal -organismo al que esta misma semana ha ganado la demanda por su expulsión y a quien la Corte obliga a readmitir-, su contacto con los expedientes de las llamadas parapolítica, farcpolítica, Yidispolítica, el Carrusel de La Contratación y desde su labor de criminólogo e investigador encontrase con que la clase alta colombiana, además de sociópata, está unida estrechamente con el narco-paramilitarismo, hasta llegar a la conclusión de que, de una u otra forma, todos los hilos se anudan a partir de Álvaro Uribe Vélez, el Matarife.
¿Arrepentido? Sólo de lo que ha dejado, más no de lo que ha hecho. Dejó una vida cómoda y por ese camino se quedaron familia, amigos, estatus y unas que otras banalidades. “El arrepentimiento es esa sensación que palpita, que siempre está en el inconsciente cuando uno empieza a descifrarse y a esculcarse por dentro, pero eso no significa que no volvería a hacer lo que he hecho. Si nazco cien veces, cien veces hago lo mismo y de la misma manera, porque en la vida que llevaba tenía una sensación de insatisfacción e incomodidad inmensa respecto de donde estaba ubicado”.
Mendoza, más que Quijote, se reconoce loco: “En Colombia ser valiente no basta. Creo que hay una especie de locura en mí, porque para enfrentarse a algo tan tenebroso como lo es ese aparato organizado de poder, con una maquinaria de muerte, a una persona que es la luz y la oscuridad, que maneja la institucionalidad con el presidente y sus ministros por un lado y por el otro a los grupos paramilitares y a la mafia, sí que hay que tener un poco de locura”.
¿Amenazas? ¡todas! Cuando la presión recrudeció y esas fuerzas oscuras llamadas la Oficina de Envigado y las Águilas Negras lo buscaban como aguja en pajar para asesinarlo, irremediable e ineludiblemente, comenzó para Daniel ese deambular por el luctuoso camino del exilio. Es así como en junio del 2020 el Gobierno francés le ofreció la mano que le salvó la vida y luego de veinte días en la Embajada de Francia en Bogotá, llegó a Europa para unirse a miles de compatriotas que, como siervos sin tierra, zanquean por el mundo con el destierro a cuestas.
Daniel salvó su vida, pero esa vida perdió brillo y se llenó de tristeza. “El exilio es muy duro, muy triste, más en estos tiempos de sobreinformación. Cuando no había tantos medios y la comunicación era por una carta que tardaba semanas en llegar, creo que era un poco más fácil porque la gente se obligaba a vivir la vida en otro lugar, pero ahora cuando las noticias llegan al instante, no, de ninguna manera, porque uno vive con la cabeza allá.
“En este momento yo estoy completamente partido, existo en Europa, pero vivo en Colombia y eso de no vivir donde uno existe es muy, muy jodido. Mi vida y mi pensamiento transcurren en Colombia, me acuesto a la madrugada porque vivo con el horario de allí y creo que es lo que por ahora me toca ¿hasta cuándo? no lo sé, tal vez hasta que mi patria me suelte la psiquis y eso, creo, va a ser muy difícil. Aun así, siempre pienso en volver.
“Estoy entre la espada y la pared, porque aquí me siento partido, lejano y con una ruptura muy grande. Pero por otro lado se que si vuelvo estaría prisionero en mi propio país. Para regresar allí, después de todo lo que he hecho y de la cantidad de gente que me está buscando para matarme, necesitaría un sistema de seguridad inmanejable y eso ni es vida, ni es viable. Me atrevería a decir que se me acabó la vida aquí y allá”.
En el momento de partir de Colombia, lo primero que echó por delante fueron los tres perritos abandonados que uno a uno había ido adoptando. Frida, Quinqui y Osi, el más viejito, son su familia, su compañía, su devoción y su fuente de afectos invalorables cuando cierra la puerta de su nueva e impersonal morada en la que asegura que no está su vida. “Mi vida nunca va a estar en esas cuatro paredes. Mi patria nunca me va a soltar porque a uno no lo suelta el corazón nunca, ni uno tampoco se lo puede arrancar y yo no me puedo arrancar a Colombia del alma”.
Aun cuando se confiesa ateo desde el punto racional, sabe que dentro de él hay algo de fe. “Yo a la gente le digo que no creo en dios, pero creo en sus oraciones y es verdad. Cuando alguien me dice que ‘la virgen lo proteja’ me siento muy agradecido y lo siento, porque sé que me sirve y que me va a proteger, así yo no crea en la virgen. Aun cuando prefiero no pesar en eso, si tuviera que acercarme a una creencia, lo haría al budismo, porque Buda no se creía dios, solamente tenía una verdad para decirle a la gente. Sé que hay cosas buenas, como hay malas, como existe la bondad y la maldad y yo siempre hago un esfuerzo muy grande porque mis pasos vayan cada día por el terreno de la bondad. Creo que ese es el camino por el que debe andar la juventud, porque precisamente ese es el que desconocen los homicidas.
“Si el pueblo colombiano, especialmente la juventud, obra desde ese espacio, desde el amor, la creatividad, desde las ideas, podremos algún día vislumbrar un futuro ya que esos son terrenos que no conocen los genocidas y lo que no podemos es ir a su terreno, porque ahí sí que nos acaban. No lo digo como un discurso metafísico, ni sesentero. Lo afirmo porque la historia dice que cuando un pueblo se levanta se convierte en un gigante y el tirano se convierte en una cucaracha y el pueblo colombiano ya se levantó, solo hace falta que acabe con la cucaracha.
“Hace mil años era imposible pensar que se podía llegar a la luna o en la existencia de la luz eléctrica, pero hoy en día las nuevas tecnologías, internet, las redes sociales hacen que el discurso de la lucha a través de los sueños, del arte, de la realidad, deje de ser utópico y se conviertan de verdad en armas subversivas, que hieren y que hacen daño peor que cualquier bomba y cualquier granada en un régimen de criminalidad absurda como el que existe en Colombia. Y el ejemplo más claro de esto es Matarife.
¿Y de la muerte? Daniel es contundente cuando dice que la muerte está en el menú. “Hay gente que nació para morirse, otros nacimos para que nos maten y eso es algo que hay que asumir. Si yo corono y nunca me matan, bien, pero sé que nací para que me maten”. ¿Y si hoy lo asesinan? “Si me matan ahora, me quedarían muchísimas cosas por hacer, por ejemplo, terminar la tercera temporada de Matarife y eso me preocupa, por ello he dejado constancia tanto en las redes como en el Parlamento Europeo y ONG defensoras de derechos humanos, que Álvaro Uribe Vélez sabe que yo no he producido la tercera temporada de la serie, que estoy reuniendo fondos para hacerla y que sabe que nada, excepto la muerte, me va a frenar para hacerla”. Con la mirada perdida en la nada y como si en los largos segundos que se toma para la respuesta hubiese repasado en cámara rápida esa existencia que lo acercan a los 44 años de vida, ante la pregunta de cuál sería su epitafio, asegura: “siempre hizo lo que se le dio la gana”.
De ser un niño bien y haber nacido haciendo parte de esa misma élite que años más tarde lo excluyó por denunciar la amalgama siniestra entre el Estado, la mafia y la élite colombiana, el repudio que más le duele es el de su familia. “Mi mamá me apoya, me admira, me colabora y me nutre mucho académicamente con sus ideas y sus consejos y hay un par de miembros más de mi familia que aún me aprecian, los demás se alejaron y eso, obvio, me duele mucho. De los amigos de vieja data quedan muy pocos, los que se fueron no eran amigos.
“La culminación a ese proceso de ruptura fue Matarife, pero yo llevo cerca de doce años en la subversión creativa que incomoda, casi los mismos que llevo haciendo nuevos y muy grandes amigos. El resto de gente, me vale huevo, el Club de El Nogal me vale huevo, hoy (nuestra conversación transcurre mientras recibe la noticia de la nueva partida ganada al club social) me readmiten y si estuviera en Colombia claro que entraría, pero sólo para convocar a la prensa, porque ese sería un simbolismo muy grande, ya que a la élite hay que despojarla de muchos de esos derechos apropiados que tomó como inherentes y que les hace sentir que tienen el derecho de oprimir y que hacen que vean a los pobres como bacterias, como marranos de cochambre.
“La palabra élite en sí no es mala, ni nociva. Creo que una sociedad necesita de una élite filosófica, cultural, académica, económica, política, militar, pero los miembros de esas élites deben entender que su misión es la de encaminar a la sociedad hacia la felicidad social que se traduce en educación digna, comida sana, que la gente no se muera en los pasillos de los hospitales. La élite tiene una responsabilidad con la sociedad, pero la nuestra lo que hace es ahondar el abismo que existe entre la clase alta y la baja, porque eso les nutre su sociopatía y hace que se sientan monarcas. A ellos no les importa que ese intento también les genere una vida miserable, porque el millonario colombiano es miserable, que para que no lo maten o lo secuestren tiene que andar cuidado por escoltas y vive cagado de miedo. Son tan enfermos, que prefieren solventar, apoyar y patrocinar la inequidad social, a bajarse de su pedestal de dioses encarnados”.
Para las personas que lo tildan de apátrida tiene un mensaje contundente: “Yo sería más apátrida si dejara de denunciar un Estado que se comporta como un padre cruel y miserable frente a su hijo que es su pueblo dulce, bueno, cariñoso, alegre, bondadoso, honrado, trabajador como es el pueblo colombiano, a quien le tocó en suerte un padre Estado miserable, que lo viola, lo tortura, lo asesina, que no lo educa, que no lo cuida cuando está enfermo, que es un asqueroso. Son cosas que no se pueden callar, que se deben denunciar en todas partes, especialmente afuera, porque el mundo entero tiene que saber que Colombia es un narcoestado gobernado por Álvaro Uribe, un genocida heredero del Cartel de Medellín”.
El autor defiende el recurso literario usado en el formato de la segunda temporada en el que es él quien se pone frente a la cámara, como una manera de tocar el inconsciente colectivo en los espectadores contando su historia mediante la imagen. “Matarife es un arma de lucha, de subversión, yo no quiero que me vean como un actor, sino como un subversivo porque yo le declaré la guerra al Estado. Yo no soy capaz de matar a nadie ni de generar una sola muerte, no disparo plomo, pero sí que quiero hacerle daño a ese narcoestado y a esa tiranía que tenemos en Colombia. La única manera que vi de traer Matarife a Francia fue contando mi historia de destierro a través de la imagen, porque estaba perfecta para el formato de una serie que, si bien es documental y cuenta absolutamente la verdad, no deja de ser una serie.
Daniel, pese a todo y su trasegar taciturno, está inmerso en la consecución de recursos para la producción de la tercera y última temporada de #Matarife. Para ello está reuniendo fondos a través de la aplicación Vaki para llegar a las fibras del público norteamericano y espera aportar elementos que animen a ese gobierno a que, por fin, inicie un proceso de pedida de extradición de Uribe, porque sabe que, de llegarse a concretar el órdago lanzado por éste y apoyado desde la cárcel por el paramilitar Jorge 40, en torno a una amnistía general, el mundo jamás conocerá la verdad y las víctimas del genocida nunca obtendrán reparación.
Desde hace muchos años se define completamente petrista, pero, “Una cosa es mi convicción personal y otra es la serie Matarife, que no es petrista. Lo que busca la serie es despertar la conciencia del pueblo a través de información veraz y objetiva, edificada con una puesta en escena artística que utiliza la literatura, la música y la imagen para tocar la emocionalidad del ser humano”. ¿Para qué? “para que no se olvide todo lo que ha sucedido en Colombia. La serie no solo busca documentar, sino que, a través de los sonidos, colores o las imágenes, tocar el alma de la gente y sus emociones para que no manden esa información a la bóveda del olvido y generar así un sentimiento de indignación en el inconsciente colectivo popular”.
Conocedor de la política estatal de exterminio que en las últimas décadas ha segado la vida de cuatro candidatos presidenciales, tres de ellos de izquierda, Daniel Mendoza se manifiesta bastante preocupado “Yo quiero decir desde acá, desde este medio, que personas como Gustavo Petro, Iván Cepeda o Gustavo Bolívar que están en Colombia poniendo el pecho son los verdaderos héroes, porque la máquina de la muerte de Álvaro Uribe es inmensa, tiene muchos brazos y mucho poder y, en cuanto vean que definitivamente no tienen cómo ganar las elecciones, pueden atentar contra la vida de ellos. Si eso pasa, podríamos estar al borde de una guerra civil, algo totalmente peligroso porque las armas nunca van a ser una solución a nada”. Aun así ¿si Colombia llegase a ese extremo? “yo seguiría persistiendo en el terreno de la creatividad, del amor y de la lucha armada y subversiva a través de los ideales, jamás de los fusiles”.