Por Cézar Korrea *
Debido a que nacimos y hemos sido formados en sociedades cristianizadas, sabemos que la Virgen María nunca tuvo relaciones sexuales y aun así llevó en su vientre, dio a luz y cuidó al hijo de Dios: a Jesús. Pues bien, en estas rápidas líneas haré una reflexión crítica (y acaso polémica) de lo que sabemos. Primero, copiaré el pasaje bíblico de la Anunciación; después, lo examinaré e interrogaré; y, finalmente, lo relacionaré con los logros más recientes de las feministas argentinas y mexicanas. Empecemos.
“En el sexto mes” –cuenta el Evangelio de Lucas– “el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’. […] ‘Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo […], Hijo de Dios’” (Lc 1:26-35).
Aunque es muy corto, de este pasaje se puede intuir cómo era la relación de la Virgen María con su cuerpo, con las autoridades, con los hombres y con la sociedad en general. Veamos muy esquemáticamente a qué me refiero.
El cuerpo –quizá pudoroso y oculto tras un manto– de la Virgen María era ajeno al deseo y al placer sexuales. Tanto era así que le preguntó al ángel: “¿Cómo sucederá esto, puesto que no conozco varón?’” (Lc 1:34). Además, su cuerpo no era realmente suyo. Le “pertenecía” a Dios y por eso fue Él y no ella quien decidió en qué momento se embarazaría. “El Espíritu Santo” –le respondió el ángel– “descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra […], porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1:35).
Adicional a esto, la Virgen María era temerosa y obediente de la autoridad y la voluntad divinas. Por ello, ante el anuncio del ángel, contestó: “Yo soy la esclava del Señor, que Él haga conmigo lo que me has dicho” (Lc 1:38). Pero también era una mujer al servicio de tres figuras masculinas: el padre divino, el hijo y el padre putativo; al primero le sirvió como vientre, al segundo como cuidadora, y al tercero como esposa. Es decir, en su sociedad la Virgen María desempeñó el rol de la reproducción y el cuidado, más no el de la transformación cultural y social, pues de eso se “encargaban” los varones: Dios, Jesús y José.
Por supuesto, frente a esto me surgen algunas preguntas. ¿Cuál es el ideal de mujer en un subcontinente cristianizado como Latinoamérica? ¿Una mujer que tal vez desconoció y ocultó su cuerpo para no incitar en los demás y en ella el deseo sexual? ¿Una mujer que no decidió cuándo ni con quién se embarazaría –es más, que ni siquiera decidió cómo se llamaría su hijo? ¿Una mujer que consideró como un “bendito […] fruto” (Lc 1:42) lo que en verdad fue fruto de la voluntad y el mandato patriarcales? ¿Una mujer temerosa y obediente que se autodenominó “esclava”? ¿Una mujer que ganó la reproducción y el hogar “celestiales”, pero perdió la transformación de la cultura y la sociedad terrenales?
Las feministas argentinas el 30 de diciembre de 2020 y las feministas mexicanas el 7 de septiembre de 2021, respondieron estas preguntas de manera indirecta pero categórica. Con un poco de alegría e indignación, dijeron: “¡Exigimos aborto legal, seguro y gratuito!”. Una parte de las sociedades y los Estados de sus países las escucharon y les dieron la razón. Entre otras muchas cosas, eso quiere decir que para aquellas y para estos últimos la Virgen María ya no es su ideal de mujer.
Claro, la Virgen María no ha muerto, su huella sigue viva en gran parte de las sociedades y de las élites retrogradas de Latinoamérica, pero la ola verde que recorre nuestro subcontinente demuestra que sí está agonizando. Con perdón de las y los creyentes, ¡celebro por ello!
¡Casi ya dos milenios y ni un solo dios nuevo! (F. Nietzsche)
* Investigador social de la Universidad Nacional de Colombia
Federación Colombiana de Sociología