Es la primera vez que un candidato opositor con probabilidad real de llegar a la presidencia de Colombia llega con vida a la cita electoral. Gustavo Petro del Pacto Histórico, lo consiguió. Consiguió que no lo mataran. Jorge E. Gaitán, Carlos Pizarro y Jaramillo Ossa no tuvieron la misma suerte. La oligarquía los asesinó. Petro se impuso en forma clara el pasado 29 de mayo. Obtuvo el 40,32 % de los votos. Sacó una diferencia de más de 12 puntos a Rodolfo Hernández y casi el doble a Federico Gutiérrez. La regla general en los países con sistema de dos vueltas es que el candidato que obtiene más del 40% en la primera, gana en la segunda. En Colombia puede pasar cualquier cosa. El 19 de junio Gustavo Petro deberá enfrentar a Rodolfo Hernández.
El Pacto Histórico se propuso ganar en primera vuelta. Noquear a sus oponentes mediante una campaña basada en la ilusión. Una de las campañas más entusiastas, coloridas y musicales en la historia de Colombia. Una campaña que llenó plazas y devolvió la ilusión a un país saqueado y destrozado por el uribismo. Una nación sin esperanza. Gustavo Petro y Francia Márquez ganaron con diferencia, pero les faltaron 9,5 puntos para obtener la mayoría. El electorado del Pacto Histórico tenía la ilusión de despachar el asunto en primera vuelta. Esto no ocurrió. Un candidato, inflado y contemporizado por los principales medios, lo impidió. El electorado del Pacto Histórico se estremece, contrae el ceño, mira hacia todos lados, como buscando ayuda. Lleva varias etapas recorridas. Hay cansancio. Compite con lo justo. Aún queda una cuesta. Tira de memoria. Tira de épica.
Una cuesta que hay que subirla con furia, con cabreo, como lo hicieron los míticos escarabajos colombianos en las cumbres de Europa. Como Lucho Herrera en la etapa de Saint-Étienne, con la cabeza partida, el rostro bañado en sangre y los codos lacerados. Pasar de la ilusión a la furia. La furia contra el maltrecho uribismo que trata de rehacerse, sobrevivir, parasitando en los intestinos de Rodolfo Hernández, un viejo marrullero al que irán debilitando y enfermando hasta volverlo una especie de zombie deambulando en una realidad paralela. Un muñeco de ventrílocuo que dice vulgaridades para que el público se reviente de la risa, mientras los carteristas hacen de las suyas.
Gustavo Petro es un hombre harto conocido. El país sabe quien es Petro. Colombia no sabe quién es Hernández. Los seguidores y críticos de Petro saben hasta dónde puede llegar. A Hernández no lo conocen. No saben hasta donde puede llegar. Un chiflado que bien puede prenderle fuego a La Amazonía como Jair Bolsonaro, montar un orgía en el Palacio de Nariño como Boris Johnson en el número 10 de Downing Street o incitar a la muchedumbre contra el edificio del Congreso como hizo Trump en Washington. El ingeniero Hernández —Fujimori también era ingeniero— es esa clase de personajes surgidos de la nada, que cierta élite y su aparato de propaganda espolea con el propósito de frenar el deseo de cambio. El cambio real. Personajes que bien pueden chantajear a su antojo como ocurre con Pedro Castillo en Perú o toman vuelo propio como Bukele en El Salvador.
¿Recuerdan aquel video de 20th Century Fox que se hizo viral en el que un grupo de soldados africanos le pasan un rifle AK-47 a un chimpancé, quien lo agarra y dispara contra ellos? Es como entregarle el gobierno de Colombia al ingeniero Hernández. Lo que no pudo conseguir la guerrilla lo puede hacer un hombre como Hernández: minar al Estado. Pero desde adentro.
Hace cuatro años Colombia eligió a un inútil. Ahora están pensando en un chiflado. Estamos durmiendo encima de un volcán, dijo alguien por allí.
Por fortuna Gustavo Petro es un hombre cuerdo y Francia Márquez una mujer con talento. Colombia tiene alternativa.