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La ventana indiscreta

Hoy todos somos como Jeff, el fotógrafo de La ventana indiscreta, la película de Hitchcock, cuyo protagonista se pasa los días confinado en su apartamento sentado en una silla de ruedas.

Jeff, el fotógrafo de La ventana indiscreta, la película de Hitchcock, se pasa los días confinado en su apartamento sentado en una silla de ruedas. No puede salir a la calle, pero eso no le impide ser testigo de lo que ocurre frente a él desde la habitación en la que se encuentra recluido. El encierro le obliga a la quietud, pero su curiosidad de observador se mantiene en movimiento. 

Hoy todos somos como Jeff. Estamos heridos y limitados. Somos testigos de la insolencia de la muerte; y todos sabemos que después de que alguien muere o algo llega a su fin, nada vuelve a ser como antes. La incertidumbre ronda indecisa y desesperada; planea sobre el mundo entero y nos mantiene en vilo porque no sabemos si volveremos a la vida tal como la conocemos. 

Yo no llevo mal la soledad ni el encierro. Desde hace cinco años trabajo desde mi casa y el silencio de mis días apenas se ve alterado cuando mi hijo vive conmigo; una semana sí y una no. Me gusta la soledad, huyo de las multitudes y después de los cuarenta, el cuerpo a duras penas me aguanta una misa con triquitraque. 

Vivo en un espacio amplio, luminoso y muy cómodo para pasar una cuarentena. Tengo un jardín oculto a la policía de balcón en el que puedo disfrutar del canto de los pájaros y las minuciosas labores de las hormigas. He aprendido, no sin una alta dosis de dolor, a soportarme a mi misma. 

Tengo un buen teléfono móvil, conexión a Internet, plataforma para consumir películas, series y documentales. Los libros y el mercado me llegan a casa sin necesidad de cruzarme con el repartidor. Procuro exponerme en redes sociales solo cuando siento que tengo algo que comunicar. Una parrafada producto del aburrimiento, un meme viral, o una selfie que pide a gritos una respuesta en forma de corazón cuando necesito levantar el ánimo y aplacar mi necia vanidad. Soy una gran privilegiada.

Desde mi privilegio escribiré para El Comején cada dos semanas. Buscaré y encontraré, con mis limitaciones; pensamientos, opiniones, entrevistas y delirios propios de la cuarentena. Lo intentaré. 

Y digo que lo intentaré porque, aunque lo tengo todo para hacerlo, no siempre consigo lo que me propongo. Tengo, según Wikipedia, una personalidad adictiva. Es decir, tengo serios problemas para comprometerme, me saboteo, me esquivo y me escondo de mí misma. Pero lo intentaré.

En este momento me cuesta mucho, porque Madrid, la ciudad en la que vivo desde hace 19 años, hoy es uno de los lugares más castigados por el Covid-19. Aún así, me siento afortunada al vivir el confinamiento aquí. Esta ciudad me ha dado libertad de pensamiento y movimiento. Pero con profundo dolor veo, desde mi ventana, que el centro comercial al que voy con mi hijo al cine está convertido en una morgue. Y no es fácil imaginar que el lugar en el que los amigos de mi hijo celebran sus cumpleaños está lleno de muertos. 

Intentaré escribir y darle una salida útil a la incertidumbre. Creo que esta vez si voy a cumplir, porque detrás tengo al comején, que trabaja rápido y exige, sin contemplaciones, que nos renovemos con urgencia, o de lo contrario, él mismo nos corroe. Desde mi ventana, procuraré vivir el confinamiento desde una perspectiva diferente. 

Por favor, abre la ventana y no cierres la cortina. Necesito verte. 

Periodista

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