Las lluvias de los primeros meses del año indican que el invierno ha llegado a los sertones del noreste y este sería un motivo de celebración para la mayoría de la población campesina que coexiste con la sequía y con una estructura agraria perversa. La alegría por las lluvias fue reemplazada por aprensión e incertidumbre delante de la COVID-19. Las plazas vacías y las iglesias cerradas son el retrato actual de pequeñas ciudades del interior. En esta subregión del noreste de Brasil los cambios guiados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por las autoridades locales han estado afectando drásticamente las costumbres de la población que no está habituada a las restricciones a su libertad y al distanciamiento.
Son personas acogedoras que tienen en las ferias populares el gran punto de encuentro para conversar, jugar dominó o bailar el tradicional “forró”[1]. La cancelación de las festividades populares, especialmente el festival de São João (fiesta de San Juan) o festival del maíz que ocurre en junio causó mucha frustración, no solo por la cultura, sino también por la fuente de ingresos que representa para muchas familias sertanejas.
El ritmo de vida cambió y ahora solo queda adaptarse al nuevo calendario en tiempos de pandemia. Con las fuentes de ingresos comprometidos, en el comercio o en la informalidad, algunos se aferran a los restos de las políticas públicas de los gobiernos progresistas de Lula y Dilma, otros buscan trabajo en las más variadas actividades arriesgándose y con miedo. En situaciones como estas los sertanejos se aferran a Dios, la religiosidad es una característica muy fuerte de esa región.
El neopentecostalismo se expande substituyendo la histórica ausencia estatal a través del asistencialismo. No es casualidad que el sector evangélico sea actualmente uno de los más poderosos en Brasil y que haya guiado incluso las políticas presidenciales. El lema autoritario del presidente refleja esta influencia al declarar ‘Brasil encima de todo, Dios encima de todos’, contradice la laicidad del estado y no respeta las diversas creencias brasileñas.
Este momento de pandemia evidencia aun más la desigualdad socioeconómica intrarregional brasileña. El virus no llegará a todos de la misma manera. Hay más vulnerables y vulnerabilizados que sufrirán intensamente sus efectos, ahora o después. La falta de infraestructura en las ciudades pequeñas, la carrera contra el tiempo para la habilitación y adquisiciónde equipos médicos demuestra la necesidad de dignificar los territorios del interior que, además de no tener acceso a una salud de calidad, tampoco tienen acceso a buenas escuelas públicas y ni a saneamiento básico.
Es necesario que el Estado a través de sus políticas públicas horizontalice la distribución de recursos entre las capitales y el interior.
El romanticismo frente al sufrimiento “sertanejo”[2], en las novelas, en la poesía, en la música, debe dejarse atrás, ya no cabe en nuestros tiempos. Es necesario que el Estado a través de sus políticas públicas horizontalice la distribución de recursos entre las capitales y el interior. Por mucho que las grandes metrópolis del noreste como Fortaleza, Recife, Salvador y Maceió estén en el litoral, es en el sertón donde tenemos nuestra mayor riqueza, la cultura ancestral.
Los centros urbanos son formados por sertanejos que emigraron durante la estación seca. Nuestro imaginario está impregnado por el universo del sertón sin tener que haber vivido allí, lo que refuerza la lógica de que nos alimentamos del sertón todos los días, tanto en las costumbres como en lo que producen los campesinos de este territorio.
Lejos de la resiliencia, los sertanejos tienen numerosas referencias de lucha y coraje en el noreste. Antônio Conselheiro en Bahía, Zumbi dos Palmares en Alagoas y Cangaço en los sertones, son hombres y mujeres que entre los siglos XVII y XX tomaron las armas, ’peixeiras’ o puñales para desafiar los mandonismos regionales y resistir el abandono.
Ante la situación compleja que se acerca debemos estar ‘atentos y fuertes’, como dirían Caetano Veloso y Gilberto Gil en la canción Divino y maravilloso, más unidos y empuñando armas dentro y fuera del campo político para disputar lo que nos es común: la garantía de derechos.
[1] Baile popular originario del noreste.
[2]En la traducción, se optó por mantener los términos “sertanejo”. “Sertanejo” es la persona que nace o vive en el sertón o algo que es propio del sertón. – “Sertón” (en portugués sertão, proveniente de desertão, «desiertazo»; plural: sertões) es una región geográfica semiárida del Nordeste brasileño, que incluye partes de los estados de Sergipe, Alagoas, Bahia, Pernambuco, Paraíba, Rio Grande do Norte, Ceará y Piauí.