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Religión, amor, sexo y abstinencia en tiempos de pandemia

En cuestiones de amor las medidas no han cambiado mucho. Los besos y los abrazos como muestra de afecto, de respeto y amor, incluso de traición, se han suspendido como se recomendó en el pasado. Los besos, las caricias y el contacto corporal como ritual del sexo se han esfumado.

Foto de Unsplash.

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Por estos tiempos de pandemia, la religión, la fe, las creencias en poderosas fuerzas que liquiden la peste es muy frecuente. La humanidad siempre ha recurrido a sus dioses en busca de respuestas a los interrogantes que no tienen explicación aparente con los medios que tenemos a nuestro alcance.  Todas las religiones ofrecen una respuesta a lo desconocido a través de un Dios arquitecto de la realidad del mundo cuyo destino está ligado irremediablemente a él. Y todas ofrecen métodos irrefutables para acercarse a ese dios omnipresente, omnipotente, omnisciente, so pena de caer en oscuros purgatorios y en infiernos eternos. Pero hay una de ellas, El Tao, que ve en el sexo una de las formas más certeras para acercarse a Dios sin la intermediación de las religiones.

Hoy más que nunca, la humanidad busca a su Dios para que este coronavirus nos deje en paz. Pero las circunstancias de la pandemia, la necesidad del distanciamiento y la urgencia de disolver aglomeraciones ha llevado a la cancelación de toda actividad religiosa. El papa Francisco celebra misa en El Vaticano en una catedral vacía, las procesiones de Semana Santa fueron anuladas y los grupos de oración de cristianos, ortodoxos y demás declarados en cuarentena. De esta manera, los ritos para acercar a Dios han quedado fuera de juego. Hay que buscar otro método. ¿El método del Tao? Pero, a la vista de las medidas tomadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para combatir el virus, parece imposible, aunque un orgasmo es la forma más efectiva de acercarse a Dios. Y en este confinamiento, sería la hostia, hacer lo que nos gusta a la sombra del creador.

Pero la explosión a mansalva del coronavirus nos ha dejado noqueados. Si la Covid-19 se trasmite por las gotitas de saliva que expulsamos y recibimos al respirar y exhalar, entonces una sola persona puede poner en peligro a una familia, una comunidad, un país o a la humanidad entera. En la provincia de Burgos, durante la «fiebre española” de hace un siglo, la peste se propagó en las fiestas patronales del pueblo. Hoy en Madrid, se aventura la tesis de que el lazo de contaminación masivo del coronavirus fue la marcha feminista del 8 de marzo, cuyas consecuencias son cientos de miles de personas infectadas y miles muertos. En los dos casos, ya contaminado todo, las medidas de prevención son variadas. En Burgos, en principio, antes de que su alcalde lo aclarara, se aconsejaba fumar mucho bajo la creencia de que el humo mataba el virus en la garganta antes de invadir el resto del cuerpo. Y tomar mucho coñac, bailar y tomar varias aspirinas al día. Hoy las medidas son exactamente lo contrario. El paracetamol reemplaza a la aspirina, los bailes en grupo desechados y de fumar, nada. Sobre los actos sexuales, la OMS no ha dicho específicamente nada.

Las trabajadoras sexuales también han echado mano de su fe en Dios acompañadas de sus propias medidas para seguir trabajando y no morir de hambre (…)

En cuestiones de amor las medidas no han cambiado mucho. Los besos y los abrazos como muestra de afecto, de respeto y amor, incluso de traición, se han suspendido como se recomendó en el pasado. Los besos, las caricias y el contacto corporal como ritual del sexo se han esfumado. Pero a simple vista, los países donde más se besa y se hace el amor no están tan contagiados. Holanda es el país donde más se besa. Allí se saluda con tres besos y allí están las Ventas Rojas de Ámsterdam, símbolo de la prostitución moderna de las naciones más liberales. También en Holanda se aprobó hace algunos años el sexo en los parques siempre y cuando se haga de forma discreta. En el ranking de infecciones en Europa, es el país menos contaminado por el virus.

En España e Italia se saluda con dos besos, y son los dos los países más contagiados del viejo continente.  En algunas regiones de Colombia, y por lo general en Latinoamérica, se saluda con un beso, y la amenaza del contagio se provee dura. En contra, en China, donde apareció el virus y el contagio atacó con agresividad, no se dan besos ni abrazos, igual que en Japón y la India. En un país africano, la tribu Ngá, en el norte de Malawi, los hombres se saludan sacudiendo el miembro del contrario. De allí aún no hay datos de los efectos de la Pandemia. En el caso del saludo con las manos, que se practica en casi todo el planeta, también es objeto de censura, mucho más en exploraciones corporales para un acto de amor.

Este confinamiento me ha traído a la mente esto de la religión y el sexo por varias razones. Una, porque las diferentes religiones han acreditado sus propias reglas para el encierro pandémico y para que la gente no se aleje de Dios. Hay alguna religión que llama la atención porque insta a sus feligreses a mantener el diezmo activo como método infalible en la fe. Otra razón: las parejas confinadas tienen derecho a tener sus relaciones sexuales, y otra más, que diferentes organizaciones de salud, incluso órganos gubernamentales, están promocionando la masturbación como método individual de goce sexual, y esta actividad solitaria sí que está vetada por todas las religiones del mundo, menos en los métodos taoístas donde el acto sexual, en pareja o en solitario, es el ritual sagrado por excelencia para acercarse a Dios. Incluso, Osho, el místico más conocido en Occidente, escribió un libro titulado Hacer el amor sin pareja, donde pone a prueba los sentimientos, los recuerdos y las visualizaciones para llegar a un orgasmo placentero y sin estremecimientos de culpa. El mismo Departamento de Salud de Nueva York ha publicado un manual El sexo y el coronavirus, donde promociona que la “la pareja más segura es uno mismo”.

Foto de Unsplash.
Foto de Unsplash.

Las recomendaciones también van en el sentido de que las relaciones que se hacen en “línea” y sus consecuencias posteriores deben aparcarse por ahora y las que no sean cercanas, de un reducido grupo de conocidos, desecharlas por completo. Las trabajadoras sexuales también han echado mano de su fe en Dios acompañadas de sus propias medidas para seguir trabajando y no morir de hambre: mantener la distancia de dos metros durante las negociaciones, nada de caricias y besos, mascarillas seguras, preferir posiciones que no enfrente directamente las bocas y mucho gel, alcohol y lavados. Aunque la solución no es esa, sino unas políticas económicas públicas que saquen a las y los trabajadores del sexo, de esa lamentable exposición a la enfermedad a toda hora.

Practicar el sexo hoy parece un suicidio. Pero no lo es si se tienen en cuenta las recomendaciones de salubridad. Por ejemplo, estar seguro de que su pareja no es portadora del virus. Y aun así, desistir de las caricias y los besos y usar una mascarilla higiénica. Hasta hoy, no se ha comprobado que el virus se trasmita por medio del semen o flujo vaginal. Y es una forma agradable para los creyentes de acercarse a Dios. Veamos. Cuando se llega al clímax, al orgasmo pleno, es el momento en que el ser humano se convierte en creador, puede fecundar vida. Por tanto, es el momento en que no solo se parece a Dios, sino que él mismo es Dios al ser capaz de engendrar una criatura, de producir sustancia humana, hecho que los laboratorios más avanzados y atrevidos en todo el mundo no lo han logrado, aunque ya se haya reconocido científicamente la existencia de una poderosa fuerza creadora que no le llaman Dios sino “momento cuántico”.

Es difícil asimilar todo esto puesto que el sexo se practica en medio de una diversidad de leyes como las del aborto, el celibato, el control poblacional, la prevención de enfermedades infecciosas, el control del embarazo infantil, y la prevención de contagio por el coronavirus, por supuesto. Dificultad que destruye la posibilidad de un acercamiento al poder creador de la humanidad sin que nos sintamos tocados por algún dogma, creencia o temor, justificados o no.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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