El nuevo ascensor estaba listo para la temporada de Semana Santa. Se construyó también una nueva estación de tren y, adosado a ella, un complejo de hoteles con centro comercial. El nuevo ascensor (heis, en noruego), es en realidad un teleférico que transporta a los turistas directamente desde la nueva estación de tren, hasta la cima de la montaña donde está la estación de esquí de Voss. Todo nuevo, recién hecho para recaudar los millones de coronas que dejarían los turistas chinos. ¡Qué paradoja! Ese jueves 8 de abril, miércoles de Semana Santa, sólo una desconocida, Andrea y yo, descendimos del tren.
A estas alturas ya todos hemos hecho el curso básico de epidemiología para el Covid-19. Pasamos de la crisis sanitaria a la crisis social y económica. Y está bien, porque lo importante no es tanto la caída, sino el aterrizaje. Mientras algunos consideramos que no podemos volver a la normalidad causante de este desastre, muchos gobiernos se apresuran a reactivar sus economías para seguir haciendo lo mismo de antes.
Aún así, la cosa no anda bien. Acá en Noruega los planes de salvamento económico también empiezan a fallar. Muchos de los pequeños y medianos empresarios han visto rechazadas sus solicitudes, a otros les han sido otorgadas sumas absurdas que corresponden sólo al 15% de sus necesidades. Es el caso de mi suegra, quien nos recogió ese miércoles de Semana Santa en la estación de tren de Voss. Ella posee un pequeño hotel a orillas del emblemático fiordo de Hardanger, un bello edificio de madera de 1674. Pero mientras muchos pequeños empresarios se angustian, el gobierno ha decidido salvar una aerolínea: Norwegian. Es el mismo sistema, no nos engañemos.
Ese sistema hoy nos ha puesto frente a una dicotomía insalvable: cambiamos nuestra forma de vida o desaparecemos como especie. Debemos transformar la normalidad neoliberal causante del desastre ambiental y social a escala planetaria. Esta cuestión se plantea cada vez más como una decisión de orden ético a medida que la posibilidad de detener el colapso ambiental se extingue. Es una decisión militante. El «no lo vi venir» ya no es más una excusa válida.
El antropocentrismo y todas las pirámides jerárquicas de allí derivadas, siempre con el hombre (macho) blanco del norte de Europa en la cima, deben ser desmontadas.
Una nueva ética social debe emerger. Lo dice Slavoj Žižek, quien toca el tema en su reciente libro Pandemia. Nosotros en casa ya la habíamos llamado ética de la escasez. Renunciar de raíz al axioma liberal del crecimiento infinito, de la explotación absoluta, de la acumulación como fin en sí mismo. En la cotidianidad eso se traduce en hacer lo que más puedas por tus propios medios, desde aprender a remendar la ropa hasta cultivar lo que puedas en un rincón de la cocina, en no juzgar al otro por su apariencia, en respetar el valor que la vida tiene en sí misma, en todas sus manifestaciones. Insisto en que es también un tema ético. En los tiempos del gig economy y la biopolítica, el cambio es desde adentro, a lo Pepe Mujica. Si quieres combatir el sistema, acuérdate de cambiarte también a ti mismo.
El antropocentrismo y todas las pirámides jerárquicas de allí derivadas, siempre con el hombre (macho) blanco del norte de Europa en la cima, deben ser desmontadas. Como lo enseñan muchos de los pueblos ancestrales, la especie humana es parte de la naturaleza, no está por encima de ella. La sociedad capitalista nos ha alejado tanto de la naturaleza que nuestra desaparición como especie no afectaría más que a las discapacitadas mascotas y animales de corral. En solo dos generaciones sería difícil reconocer las ciudades. Ya vimos la rapidez con la que la naturaleza ocupa los lugares vacíos. En cambio, la desaparición de unas criaturas diminutas como las abejas resultaría fatal para la especie humana.
El cambio empieza por lo básico, por lo que echamos en la olla. La industrialización de la agricultura, fordiana y milagrosamente necesitada de los excedentes de nitrógeno tras la Segunda Guerra Mundial, ha contribuido decisivamente a la ruptura con la naturaleza. Ha sacado de proporción hasta la tasa de reproducción humana. La agroindustria hace parte de la maldita trinidad junto a la industria petroquímica y la industria farmacéutica. Se alimentan entre ellas. En esa maldita trinidad se concentran algunas de las fuerzas del sistema que más contribuyen a la deforestación y a la desaparición de especies. Esta misma pandemia es un ejemplo del peligro al que nos exponen.
Los arquitectos nos pueden dar una mano con esto, abandonando la idea de una naturaleza netamente ornamental en las ciudades. En Todmorden, un pequeño pueblo de Inglaterra, sus habitantes decidieron cultivar comida en sus calles. Comida fresca y a bajo costo. Imagínense lo que se podría hacer en las ciudades y pueblos de América Latina. Soberanía alimentaria y hambre cero.
En una de sus últimas entrevistas antes de morir, Karl Lagerfeld, afirmó que la clave de la alta costura residía en la atracción que las élites sienten hacia la cultura popular. La vida de Lagerfeld, director artístico de la casa de modas Chanel, podría ser vista como uno de los símbolos de todo lo que va mal en el mundo, pero nos brinda una clave. Debemos mirar hacia las clases populares, a las comunidades campesinas, aprender de su sentido de lo comunitario, de la cooperación en la minga, de la solidaridad cotidiana.
Para volver a ver: La Haine, de Mathieu Kassovitz. La crisis viene de antes.
Para escuchar: Natural mystic, escrita para hoy.
Para leer: Los asquerosos, de Santiago Lorenzo. 13 ediciones en menos de un año. Un manual de sobrevivencia para este tiempo.