El cambio fue brusco. Ocurrió en menos de 72 horas. Cuando abordé el avión en Barranquilla el mercurio indicaba 38ºC. Cuando descendí por la escalerilla del avión de Aeroflot el termómetro del aeropuerto Sheremétievo de Moscú marcaba menos -19ºC. De la llama al hielo. Era el invierno de 1981. El Kremlin preparaba el XXVI Congreso del PCUS. Leonid Brezhnev, entre moribundo y momificado, ocupaba el cargo de Secretario General. Horas después un comisario político del Komsomol me entregó un pesado abrigo, una chapka, unas botas de cosaco, un par de guantes de piel de conejo y una caja que contenía las obras escogidas de Marx, Engels y Lenin. Comenzaba así mi educación marxista-leninista en la meca del comunismo. Desde una ventana observé una garita en la que un soldado del Ejército Rojo armado con un AK-47 custodiaba el muro de la escuela. Cuando salí a mi nuevo alojamiento la nieve me daba a la cintura.
La militancia comunista me abría una ventana y me cerraba otra. Mi vida en el país de los soviets transcurría entre lo cosmopolita y el dogma. Me fascinaban las obras de los museos y la música de los salones. Me magnetizaba el discurso de Lenin en la Estación de Finlandia a su llegada a Petrogrado. La educación comunista consistía en eso: mundo y revolución. Podías hacer las dos cosas o quedarte con sólo una de ellas. Podías volverte un comunista diletante, alejado de la acción o en un mero propagandista desprovisto de critica. La caída del Telón de Acero hizo que la mayoría de comunistas diletantes se volvieran reaccionarios y los propagandistas quedaran a merced de la nostalgia. La palabra comunismo cayó en desgracia y la simbología comunista, como la hoz y el martillo, fue relegada a los mercadillos de turistas.
Anguita, apodado por los medios como el “Califa Rojo”, fue uno de los comunistas más exitosos del mundo.
Se volvió a hablar de El capital de Marx durante la crisis financiera de 2008. Sólo se habló. Nada más. Ninguna medida de carácter progresista se llevó a cabo. Por el contrario se reforzó el capitalismo. Los gobiernos hicieron uso del Estado para animar y entregarle más dinero público a los banqueros. Se vuelve a hablar de medidas socialistas en el 2020 para contener la crisis económica derivada de la pandemia. Gobiernos conservadores y liberales optaron por medidas progresistas, algunas socialistas, para amortiguar el daño ocasionado por la parálisis de la economía. Se sabe de leyes de emergencia que contemplan la intervención sobre sectores estratégicos de la economía que están en manos de operadores privados. Magnates, como Bill Gates, parecen arrepentirse de su inconmensurable fortuna. Las ideas socialistas, por una carambola del destino, volvieron a tomar vida. La simbología comunista resucitó en las redes sociales.
¿Tienen las ideas socialistas un nuevo chance? Las ideas socialistas tienen chance sí saben adaptarse a la realidad. La idea socialista involucra tanto a anarquistas, ambientalistas, feministas, comunistas y un largo etcétera de “identidades”. La educación política identitaria a veces lleva al dogma y envuelve a sus seguidores y seguidoras en inútiles guerras civiles identitarias. La educación socialista, pienso, debe evitar el culto a lo teorético y al propagandismo que se exhibe como ideología. Es común hallar a autores de la izquierda latinoamericana ensimismados en el pensamiento europeo y sin referencias vernáculas. Abundan, por otra parte, los maestros socialistas que exhiben sin sonrojarse las fotografías de Stalin en las que han sido borrados los bolcheviques que, por orden de una camarilla de paranoicos, fueron encarcelados, torturados y ejecutados.
Julio Anguita enseñó Historia a chicos y chicas del instituto de enseñanza secundaria Blas Infante de Córdoba, España. Anguita, apodado por los medios como el “Califa Rojo”, fue uno de los comunistas más exitosos del mundo. Fue alcalde de la ciudad de Cordoba por mayoría absoluta. La izquierda española obtuvo sus mejores guarismos cuando él estuvo al frente. La principal cualidad de Anguita, amén de su rigurosa honradez, fue la de adaptar el discurso de la izquierda con el presente. Sin complejas formulaciones teóricas y empleando el sentido común, Anguita, estuvo siempre un paso adelante en la política. Los teoréticos de izquierda le criticaban su osadía y los más recalcitrantes lo miraban de reojo cuando explicaba las razones que llevaron al auge de la extrema derecha en Europa. Julio Anguita, fallecido mientras redactaba estas lineas, es un paradigma a seguir en cuanto a educación y política socialista.
Amilcar Guido fue mi mentor. Era de los pocos colombianos que en los setenta podía explicar el mundo en cinco lenguas. Profesor universitario y militante comunista. Por él leí más allá del marxismo-leninismo. Amilcar me llevaba hasta su apartamento en Barranquilla para enseñarme y prestarme una literatura que me alejara del sectarismo. En el verano de 1981 coincidimos en Moscú. Iba a visitar a su hijo moscovita (En 1993, período postcomunista, fue asesinado en un parqueadero de Moscú cuando intentaban robarle) y hacer gestiones en la Universidad Mijaíl Lomonosov en la que obtuvo su doctorado en Derecho Internacional. Me invitó a tomar una cerveza en el celebre café Praga de la Calle Novy Arbat. Esté café, me explicó, era el preferido del poeta Vladimir Mayakovski y también de los servicios secretos soviéticos. En este país las ideas están estancadas, dijo. Una década después la Unión Soviética se desplomaba como un castillo de naipes.
La crisis mundial del capitalismo ha comenzado. La idea y práctica socialista está de vuelta. Quizá como un eslogan más. Como una moda pasajera. Como una mascarilla para mimetizar la explotación y la alienación de los trabajadores. La izquierda tiene a su favor que, nuevamente, se puede hablar de socialismo sin complejos. El reto está en cómo seducir y llevar a la acción a millones de personas castigadas por un modelo económico que ahonda las desigualdades. La educación, la formación socialista es muy importante. Es lo importante.