La pandemia de Covid-19 tiene desconcertado a los habitantes de las grandes urbes y muchos voltean la mirada hacia el campo sólo para ponerse a salvo. Tu vida transcurre en una institución educativa rural. ¿Qué es el campo para ti y tus estudiantes?
Cuando tomé la decisión de vivir en el campo, hace treinta años, lo hice pensando en obtener calidad de vida. A raíz de la pandemia, el mundo se ha percatado de un modelo económico equivocado que ha convertido a las ciudades en espacios irrespirables, con altos niveles de estrés y escasos referentes para cultivar estilos de vida saludables. En contraste, la ruralidad me ofrece el privilegio de respirar aire puro, caminar despreocupadamente o utilizar la bicicleta como medio de transporte y recorrer senderos ecológicos de una belleza inigualable.
Como maestro rural comprendí la importancia de contribuir al desarrollo del país y por tanto al primer renglón de la economía: la agricultura. Siempre he creído que cada territorio debe ser capaz de producir sus propios alimentos y valoro mucho los saberes culturales de los campesinos y las gentes humildes que habitan estos territorios.
Para mis estudiantes el campo tiene dos referentes antagónicos. Por un lado, valoran la tranquilidad de la vida campesina y tienen claro que el campo es el responsable de la seguridad alimentaria de todos. Por otro lado, son conscientes de la precaria presencia estatal y reconocen que las oportunidades de acceso a la educación tecnológica o superior, así como las fuentes de empleo, terminan siendo escasas o nulas.
¿Cómo transcurre un día en la escuela rural que dirigiste? ¿Qué la diferencia de otras escuelas similares?
Lo primero es conocer el contexto en el cual se enmarca la escuela María Auxiliadora. Es un territorio marginal, carente de buenas vías de comunicación, asolado por una gran desigualdad social, reducida capacidad para producir alimentos debido a la potrerización de los suelos, y presencia de actores armados, como guerrilla, paramilitarismo y minería ilegal.
Nuestra propuesta educativa, denominada “La escuela como proyecto de transformación cultural”, lee, interpreta y le apuesta a transformar territorio.
La práctica educativa construye su currículo a partir de este contexto, aprendemos de él y generamos alternativas de solución a nuestros propios problemas. Es una escuela que se sale de las cuatro paredes del aula, se proyecta a la comunidad y gestiona el desarrollo local. Lo hace a través de los Proyectos Pedagógicos Productivos, como la huerta escolar, la panadería y un laboratorio donde, entre otros insumos, se producen aceites esenciales. Se trata entonces, de que las áreas como matemáticas, física, química, ética, literatura, etc. tengan que ver y aporten, desde su saber disciplinar y desde un componente práctico, a los diferentes proyectos; es una escuela pensada para la vida, y no solo para responder exámenes y ganar títulos.
Lo que diferencia esta apuesta pedagógica de otras escuelas es que el saber está pensado en el sentido del ser, de su responsabilidad con el cuidado del planeta a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y de hacer tangibles prácticas comunitarias que no trasgredan los ciclos de vida de la naturaleza.
Los artículos que publicas van enriquecidos con historias locales, usos vernáculos y citas de pensadores colombianos como Estanislao Zuleta. ¿Es una manera de oponer una visión decolonial a las ideas predominantes en Latinoamérica?
Siento que en las comunidades hay un legado cultural que no podemos dejar perder. Esta pandemia nos ha puesto frente al espejo. ¿Seguimos empujados por un modelo depredador del planeta?, ¿dejamos dirigir nuestras vidas por un consumismo desaforado?, ¿nos dejamos homogeneizar -en criterios, en proyectos, en utopías- por la trivialización del mundo del espectáculo, de la moda y de las redes sociales? Por eso acudo a maneras sencillas y profundas, como lo hacen nuestros campesinos, nuestros indígenas y nuestras comunidades afros; a los modos como ellos armonizan las relaciones de convivencia.
Desde la escuela impulsamos, no solo la lucha por la seguridad alimentaria, también avanzamos hacia el concepto de soberanía alimentaria que implica, además de asegurar la comida, hacer responsable a las comunidades de los relictos de bosques, de las fuentes de agua y, lo más importante, garantizar el acceso a sus propias semillas.
Acudo también a los pensadores de nuestro país y de otras latitudes, para expresar mi convencimiento de que hay unos saberes universales que deben ser compartidos para demostrar que otro mundo -justo, solidario y alternativo en sus prácticas económicas- es posible.
¿Qué podría enseñarle uno de tus estudiantes a su par en Berlín, Nueva York, Barcelona, Oslo o París?
Un estudiante de una escuela rural como la nuestra, puede enseñarle a cualquier par de las grandes urbes, que en sus manos está la sostenibilidad del planeta y la posibilidad de restituirle el lugar al ser humano en el mundo en conceptos distintos al acelere, a la depredación o al consumismo. Le podrá enseñar que debe abandonar sus apetitos individualistas y su apego a las cosas materiales y que debe valorar el aire que respira, el agua que brota de las entrañas de la tierra, la tierra que le permite alimentarse y los rayos del sol que garantizan la vida de todos los seres vivos. También le podrá enseñar que por pequeño que sea el espacio en que se viva, siempre podemos enaltecer a la madre tierra sembrándola: basta una o dos materas para tener hierbas útiles para nuestra salud o para la preparación de los alimentos. En todo caso, un estudiante de la escuela rural le dirá al estudiante citadino: mantén este principio, cuida que tus acciones sirvan para preservar la vida -en cualquiera de sus manifestaciones-, por encima de todo, y no para deteriorarla o dañarla. Este es un principio de corresponsabilidad planetaria.
Nos sorprendió tu nombramiento como secretario de educación de Cali y tu pronta renuncia. ¿Por qué ese salto y esa renuncia? ¿La lucha contra la corrupción política local está perdida?
Mucha gente se ha sorprendido primero, por mi aceptación a ese cargo tan importante y segundo, por lo breve de mi permanencia. Creo que el cargo me quedó grande, que no tengo las competencias necesarias para moverme en ese mundo de aguas “turbiolentas”.
El poder nacional como el poder territorial están cooptados por intereses particulares que, revestidos bajo la forma de partidos o corporaciones, inciden e impiden actuar y hacer transformaciones para el beneficio social o comunitario.
Respecto a si la lucha contra la corrupción política local está perdida, creo que no. Al contrario, esta causa ha cobrado tanta importancia que puede ser equiparable a la lucha por los derechos humanos, por la libertad o por la igualdad, principios fundantes de la democracia moderna. Es tan grave la problemática de la corrupción que cada vez más impide el desarrollo económico y es factor que acrecienta la desigualdad y la violencia en Colombia. Esta ha permeado toda la institucionalidad. Para terminar, podría afirmar que, en mi país, no solo se asesinan a los líderes sociales, también se corrompen sus partidos alternativos o se les coopta a través de puestos o espacios de poder.
Por último. ¿Qué libro y que película recomendarías a los lectores de El COMEJÉN y por qué?
Recomiendo el libro La loca de la imaginación de la española Rosa Montero. Es una obra con un tono autobiográfico que termina compartiendo el universo literario y artístico de la autora, en el que aparece de fondo la importancia de esos otros -amigos, hermanos, personajes de novela, de películas, mundos posibles e imposibles- que son los que, de verdad, nos permiten construirnos como seres humanos. Esta sí ha sido una época para ver películas. He venido abordando ciclos por directores de cine. Destaco una película viejita, que pude ver por YouTube, del director sueco Ingmar Bergman: Fresas Salvajes, todo un canto a la vida y si se quiere una película para polemizar, otra del mismo director: El séptimo sello. ¿Qué sería de los seres humanos sin