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¿Qué busca el tiburón en el Caribe?

Por mucho que el gobierno de Maduro aproveche el fracaso de Silvercorp y Guaidó para fortalecerse nacional e internacionalmente y crear una narrativa de David contra Goliat, todavía no puede cantar victoria: es demasiado temprano para nombrar un vencedor.

Foto de Unsplash.

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El 4 de mayo, en el pueblo pesquero de Chuao, poblado mayoritariamente por venezolanos descendientes de esclavos africanos y conocido en el mundo chocolatero por producir un cacao de calidad inigualable, se produjo un enfrentamiento armado histórico que dejó 8 muertos y al menos 13 detenidos.

La meta de la operación Gedeón era clara: capturar al presidente venezolano Nicolás Maduro y llevarlo a los EE.UU. Los protagonistas eran, por un lado, la empresa privada mercenaria Silvercorp, radicada en Florida, liderada por el ex soldado Jordan Goudreau, cuya experiencia de combate de Iraq y Afganistán lo llevaría a tener a Donald Trump entre sus clientes. Al otro lado estaban las fuerzas especiales venezolanas y un grupo de pescadores.

Según fuentes, Goudreau y su compañía Silvercorp contarían con un grupo de 300 soldados entrenados en Colombia. Según el plan, al entrar en Venezuela se desencadenaría una deserción masiva de miembros de las fuerzas militares venezolanas, de los cuales una importante proporción se uniría a la operación para capturar a Maduro. Silvercorp contaba con recursos importantes: hombres armados, lanchas rápidas, inteligencia en tiempo real, equipos de comunicación, colaboradores internos en Venezuela. Y lo más importante, un contrato firmado por el equipo del presidente interino autonombrado Juan Guaidó y la recompensa de 15 millones de dólares americanos prometida por el gobierno de Donald Trump para quien contribuyera a la captura del presidente Maduro.

En otras palabras, sin el trasfondo geopolítico revelado en los documentos WikiLeaks, no se entiende por completo el espectacular remake de Bahía de Cochinos a lo venezolano.

Los mercenarios tenían una gran ventaja: una sociedad venezolana debilitada por la caída de los precios del petróleo, el constante conflicto político, los controles financieros estatales disfuncionales y un régimen de sanciones calificado por Financial Times como “un bloqueo económico casi total”, impuesto por Estados Unidos con la finalidad de paralizar el funcionamiento del Estado y provocar una crisis devastadora que lleve a la caída del gobierno de Maduro.

Lo que quedó claro, mientras las cámaras de la televisión estatal venezolana mostraban los rambos cabizbajos y esposados capturados por pescadores venezolanos a los que creían “liberar”, es que a Silvercorp y sus financistas en Caracas, Miami y Washington les faltaba algo esencial. Una cosa es la fantasía hollywoodense, en la que un grupo de valientes soldados de élite recalan en una república bananera para fácilmente liberar al pueblo de un régimen sangriento y corrupto, y otra cosa es la compleja realidad venezolana, insertada en un ajedrez geopolítico en el que reina la incertidumbre.

Causa risa ver como se estrella ante un grupo de pescadores caribeños una operación financiada y planificada desde la mayor superpotencia de la historia de la humanidad. Causa asombro la postura de los gobiernos europeos que sacrificaron su credibilidad como actores serios y respetuosos a la ley internacional, apostándole a la extraña figura de “presidente interino” a un político no electo como Juan Guaidó, que acaba de perder su poca credibilidad, asociándose a una versión tragicómica de la Bahía de Cochinos de 1961.

«Basta de intervención» dijo el músico Rubén Blades antes de interpretar Tiburón en Nueva York treinta años atrás. Sin embargo, nada indica que el tiburón se rinda. Los buques de guerra estadounidenses siguen rodeando la costa venezolana, el precio de 15 millones de dólares por la cabeza de Nicolás Maduro sigue en pie y las sanciones siguen ahorcando a la economía venezolana en medio de la pandemia del coronavirus. Por mucho que el Gobierno de Maduro aproveche el fracaso de Silvercorp y Guaidó para fortalecerse nacional e internacionalmente y crear una narrativa de David contra Goliat, todavía no puede cantar victoria: es demasiado temprano para nombrar un vencedor. Lo que sí podemos explorar es el trasfondo geopolítico de este nuevo Bahía de Cochinos. Dicho en la jerga del músico panameño: ¿Qué está buscando el tiburón en la orilla?

Se puede empezar por lo más obvio: Venezuela tiene las mayores reservas petroleras comprobadas del mundo y el gobierno de Trump no oculta su deseo de controlarlas. Sin embargo, el conflicto entre EE.UU. y Venezuela no empezó con Trump. Lleva al menos 20 años y evolucionó bajo presidentes norteamericanos más discretos que el actual. Para entender lo que está en juego, más allá de las declaraciones y acusaciones mutuas desde Caracas y Washington, felizmente contamos con la enciclopedia geopolítica llamada WikiLeaks. Cientos de miles de documentos enviados entre las embajadas de los Estados Unidos en el mundo, el gobierno en Washington y sus agencias de inteligencia.

Existen cientos de documentos secretos que comprueban cómo la Casa Blanca se involucró en la lucha de poder en Venezuela poco tiempo después de la elección de Hugo Chávez en 1998. Los documentos demuestran con toda claridad el rol de Estados Unidos en el apoyo a los grupos que estaban detrás del golpe militar en abril 2002. Este affaire convirtió a Chávez en una leyenda, puesto que fue el primer presidente de izquierda en América Latina que logró derrotar a un golpe militar de derecho, luego de ser derrocado y capturado. Sin embargo, para entender el reto geopolítico que constituye Venezuela para EE.UU., mas allá de la tentación del botín petrolero, conviene comenzar en el 2007, con un documento elaborado por el equipo de diplomáticos y agentes estadounidense ubicados en las Embajadas de Estados Unidos en Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile y Paraguay titulado “Una perspectiva del Cono Sur sobre cómo hacer frente a Chávez y reafirmar el liderazgo de EEUU”. 

El título lo indica todo. Para ese entonces derrotar a Chávez ya no solo era un asunto de control sobre Venezuela. Para el 2007 el presidente venezolano ya se había posicionado como el líder de una cruzada geopolítica regional que redujo el poder de Washington sobre su tradicional patio trasero a su nivel más bajo en 100 años. Junto a líderes como Lula de Silva de Brasil, Evo Morales en Bolivia, los Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador y el infaltable apoyo de Cuba, se crearon organizaciones como el Alba y Unasur. Con Celac, los países de America Latina y el Caribe por fin tenían un organismo internacional donde no entraba Estados Unidos. En otras palabras, lo que en el año 2020 constituye la campaña de desestabilización estadounidense contra un gobierno suramericano más larga de la historia, en el 2007 se planteaba como una cuestión de vida o muerte para la hegemonía de Washington en Latinoamérica.  En el documento, el equipo de analistas advierte al Gobierno de Washington sobre el peligro de subestimar a Chávez y pide que las agencias de inteligencia de EE.UU. hagan un mayor esfuerzo en todos los países de la región para contribuir a combatir al presidente venezolano en el campo internacional.

El documento continúa: “Conocer al enemigo. A pesar de sus diatribas y payasadas, sería un error considerar a Hugo Chávez como solo un payaso o clásico caudillo. Tiene una visión, aunque distorsionada, y está tomando pasos calculados para avanzarla. Para enfrentar eficientemente la amenaza que [Chávez] representa, necesitamos conocer mejor sus objetivos y cómo piensa lograrlos. Eso requiere de más inteligencia en todos nuestros países”. En otro documento, enviado desde Caracas unos meses antes, se expresa la misma advertencia. “A pesar de que algunas de sus propuestas […] son inviables, ha puesto en la mesa propuestas valientes. Naciones suramericanas pobres en energía, conscientes de las reservas y el dinero de Venezuela, van a prestar atención”.

Otro documento secreto, enviado en mayo de 2007 desde la Embajada de EE.UU. en Paraguay y elaborado por el mismo equipo de diplomáticos estadounidenses en todos los países del Cono Sur, relata cuáles eran los aspectos de la política exterior de Chávez que realmente amenazaban a los intereses de dominación de Washington: “Estimular la multipolaridad en la comunidad internacional. Promover la integración de América Latina y el Caribe. Fortalecer la posición de Venezuela en la economía internacional. Promover un nuevo régimen de Defensa Hemisférica Integral. Consolidar y diversificar relaciones internacionales”.

Hoy la realidad geopolítica es otra. Chávez murió en 2013 y algunos, incluso entre sus seguidores, dirían que su proyecto político murió con él. El socialismo bolivariano, en su estado actual, ya no seduce a nadie. Y la caída, uno por uno, de los gobiernos aliados de Caracas pareciera confirmar que al derrotar a Chávez EE.UU. efectivamente recuperó la hegemonía en la región. En este contexto, no es de extrañar que, para explicar el affaire en la playa de Chuao, algunos se centren en la crisis venezolana actual, en la aparente debilidad de Maduro (que a veces lleva a subestimarlo), en la personalidad de Trump y su entorno o la impaciencia (o torpeza) de los líderes de la derecha venezolana. Sin embargo, si bien todos estos factores pueden haber tenido un efecto desencadenante, es poco probable que Venezuela estuviera en el centro de atención de Washington como hoy lo está, de no ser por su pasado reciente. Venezuela es el más importante reto geopolítico para los Estados Unidos en el hemisferio occidental desde la caída del muro de Berlín. En otras palabras, sin el trasfondo geopolítico revelado en los documentos WikiLeaks, no se entiende por completo el espectacular remake de Bahía de Cochinos a lo venezolano.

Periodista y escritor noruego, experto en geopolítica y WikiLeaks. Autor del libro Hugo Chávez The Bolivarian Revolution from Up Close.

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