En los últimos años, el movimiento feminista ha vivido un importante fortalecimiento a nivel internacional. Las protestas y marchas lideradas por organizaciones feministas han sido numerosas y masivas en distintas latitudes. Así, las marchas en favor del derecho al aborto en Argentina, las manifestaciones del 8 de marzo de los últimos años en España o la performance “El violador eres tú”, originada en Chile pero representada en decenas de países, son sólo algunos ejemplos de la fortaleza y expansión de este movimiento social a nivel internacional. En paralelo, los Gobiernos empiezan a hacerse eco de las demandas expresadas por este movimiento que aunque es heterogéneo y plural comparte algunas exigencias en materia de derechos sociales y laborales y de lucha contra la violencia de género.
Algunos gobiernos han llegado a calificarse a sí mismos de feministas o de implementar políticas feministas, algo impensable hace unas décadas, cuando el feminismo no gozaba de la aceptación social tan transversal con la que cuenta en la actualidad. Es importante señalar que esta aceptación social e incluso capacidad de permear en el ámbito institucional se produce en un contexto de enorme polarización internacional en la que cada vez son más los actores internacionales y locales hostiles a las demandas feministas y al reconocimiento de los derechos no solo de las mujeres, sino también de toda la población con identidades sexuales y de género no normativas. Así pues, existe a nivel internacional una fuerte tensión entre el reconocimiento y los avances y la deslegitimación y los retrocesos, especialmente en todo aquello que tiene que ver con los derechos sexuales y reproductivos y la lucha contra la violencia de género.
Sin lugar a dudas, la pandemia del coronavirus ha roto todas las costuras de estas visiones patriarcales de la seguridad (…)
Pero más allá de este contexto general, merece la pena detenerse en algunos aspectos de la agenda feminista que con frecuencia no reciben tanta atención, como es el caso de las políticas de paz y seguridad desde una perspectiva feminista. A lo largo de la historia, muchas mujeres han jugado un papel de enorme importancia en la construcción de la paz y la promoción de la no-violencia en sus sociedades. Organizaciones feministas y de mujeres han exigido el fin de la violencia armada en infinidad de conflictos armados, han promovido iniciativas de despolarización y superación de divisiones entre actores armados enfrentados y han liderado campañas de desarme a lo largo del siglo XX y XXI. En el contexto actual provocado por la pandemia del coronavirus, que ha evidenciado la crisis de cuidados que se vive a nivel internacional y la preferencia por respuestas de carácter securitario por parte de numerosos Gobiernos, resulta especialmente relevante recuperar este legado construido por las mujeres pacifistas y antimilitaristas a lo largo de la historia y reflexionar sobre cuáles han sido las principales aportaciones del feminismo con respecto a la paz y la seguridad. En paralelo a la crisis del coronavirus, el contexto internacional de conflictividad armada y política –durante 2019 hubo 34 conflictos armados y 93 tensiones según los datos de Alerta 2020! Informe sobre conflictos, derechos humanos y construcción de paz de la Escola de Cultura de Pau– también hace enormemente necesario incorporar las aportaciones feministas a la construcción de la paz.
Las críticas feministas a las nociones hegemónicas del concepto de seguridad han puesto de manifiesto las limitaciones de estas aproximaciones tradicionales. En nuestra reciente publicación Seguridad feminista. Aportaciones conceptuales y desarrollo actual recogemos algunas de estas reflexiones efectuadas por el feminismo académico en diálogo con el movimiento feminista, especialmente con el movimiento de mujeres por la paz. Así, desde el feminismo, autoras como Carol Cohn han señalado que la seguridad siempre y de manera inevitable es relacional y basada en la interdependencia, frente a nociones que conciben la seguridad de forma fantasiosa, aislada, completamente autónoma, autosuficiente, independiente y armada. Sin lugar a dudas, la pandemia del coronavirus ha roto todas las costuras de estas visiones patriarcales de la seguridad, evidenciando de forma dramática la profunda interdependencia de todos los seres humanos y la necesidad de generar políticas de seguridad que aborden las necesidades de bienestar de la población partiendo de la vulnerabilidad humana y poniendo en el centro los cuidados. Los estudios feministas sobre paz y seguridad han centrado su atención en aspectos como las consecuencias de los conflictos armados sobre las personas, tanto civiles como militares, estudiando también los diferentes significados de la “(in)seguridad”, así como los vínculos entre la militarización de la masculinidad y las instituciones militares.
Algunos aspectos especialmente significativos han sido el desplazamiento forzado de población; la utilización de la violencia sexual en los conflictos armados y en los contextos de violencia política y represión; la militarización y su conexión con la construcción social de las masculinidades hegemónicas o las experiencias cotidianas de inseguridad como consecuencia de las dinámicas globales de desigualdad y exclusión en un contexto internacional de expansión del neoliberalismo y de los proyectos políticos y económicos neocoloniales y extractivistas. Las crisis siempre representan oportunidades para la transformación y esta pandemia ha expuesto la urgencia de repensar la seguridad en clave feminista, de manera que se puedan diseñar repuestas frente a la inseguridad que no pasen por la militarización, la represión y la desigualdad, sino por el reconocimiento de derechos y los cuidados como principio orientador de cualquier política pública.