Recuerdo un chiste de principios de marzo de Jean-Luc Mélenchon, el líder de oposición francés, cuando aún el coronavirus parecía limitado a una lejana provincia china. Su partido, La France Insoumise, había intentado por todos los medios obstaculizar el voto en el Parlamento del proyecto de reforma a las pensiones. Proyecto que movilizó en las calles a cientos de miles de personas desde septiembre de 2019 y que paralizó el transporte, las universidades, afectó a hospitales… El gobierno francés, que siempre fue sordo a esas manifestaciones, se aprestaba a aprobar el proyecto mediante un decreto, dado que no habían logrado responder a los miles de interrogantes de la oposición y se les acababa el tiempo legal para votarlo.
El chiste de Mélenchon, que desmintió 15 minutos después de publicarlo en Twitter, era algo así: “Llegó el coronavirus al Parlamento, se suspende la función”.
La anécdota la traigo porque no solo el chiste se verificó a los pocos días (el coronavirus nos confinó, se paralizaron todos los debates en el Parlamento, se suspendió el tiempo) sino, sobre todo, porque la pandemia, la crisis sanitaria, el confinamiento y el virus barajaron de nuevo las cartas.
Aunque inicialmente el tipo de demandas levantaron suspicacias en sectores progresistas (por anti ecológicas e individualistas), progresivamente se evidenciaron las demandas de corte social (empobrecimiento, reforma fiscal).
En un plano global, la pandemia puso en evidencia que los problemas ecológicos (deforestación, tráfico de especies salvajes) y los problemas sociales (desigualdad, sistema sanitario empobrecido) se pueden, y se deben, analizar como la consecuencia de un modelo de sociedad devastador, que es el que nos rige actualmente.
En el plano local, la crisis logró algo que, aunque parezca trivial, ha sido una de las tareas políticas más difíciles: poner a hablar a los líderes políticos de todos los sectores progresistas franceses, desde el Partido Socialista hasta el Nuevo Partido Anticapitalista, incluyendo al Partido Ecologista.
En la ciudadanía y en los movimientos sociales, desde hace años hay exasperación al constatar que los protagonismos de hoy, los sectarismos de siempre o las peleas de hace 30 años, imposibilitan el diálogo entre sectores que tienen convergencias evidentes y que, juntos, podrían realmente tener peso frente a las fuerzas de la derecha que gobiernan para mantener ese modelo de sociedad perverso.
Los franceses llevan años saliendo a la calle para protestar por ese modelo perverso. La movilización más reciente (2019) fue contra una reforma pensional que introduce un cambio en la forma de calcular los derechos a la pensión, y que resulta muy desfavorable para los más precarios, para las mujeres, etcétera. Esta movilización que semi paralizó Francia sucede a otras gigantescas movilizaciones recientes:
-Los gilets jaunes (chalecos amarillos), que empezaron en noviembre de 2018 y que han sumado cientos de miles de movilizaciones. El desencadenante original fue una serie de medidas dirigidas a los automovilistas (impuesto, radares, precio de la gasolina). Este movimiento se caracterizó desde el inicio por su forma de organización (espontaneidad), por la diversidad de liderazgos y por su violencia (hacia objetos, no hacia personas). Aunque inicialmente el tipo de demandas levantaron suspicacias en sectores progresistas (por anti ecológicas e individualistas), progresivamente se evidenciaron las demandas de corte social (empobrecimiento, reforma fiscal). Sin jefes ni partidos políticos, han tenido el apoyo de la mayoría de los franceses.
-En 2016, las manifestaciones contra la ley El Khomri, ley que buscaba reformar el código del trabajo proponiendo, por ejemplo, acuerdos por empresa en vez de por rama, o flexibilizando las condiciones de despido. Promovidas por los sindicatos y organizaciones estudiantiles, hubo 10 días de manifestaciones con cientos de miles de personas protestando en la calle, bloqueo de refinerías, etc. Pese a que el proyecto tenía la desaprobación del 67% de los franceses, fue aprobado finalmente por decreto, en agosto de 2016.
-La movilización de Nuit debout, que comienza en marzo de 2016, en el contexto de las grandes manifestaciones contra la ley El Khomri y que buscaba la “convergencia de las luchas”. Durante tres meses, miles de personas ocuparon las plazas centrales de las ciudades (en París: la Place de la République). Se hicieron asambleas populares, se empleó la democracia directa, etcétera. No hubo jefes ni partidos políticos.
-La movilización contra la reforma del código del trabajo en 2017. Esta fue una promesa de Macron en su campaña con el ánimo de profundizar la ley El Khomri. Además de marchas, hubo bloqueos de vías, huelgas, etcétera. La contestación fue impulsada principalmente por los sindicatos, estudiantes y la oposición. Contó con un amplio apoyo ciudadano, pero Macron promulgó su ley.
A estas movilizaciones se agregan las grandes manifestaciones ecológicas y por el planeta, como las Marchas por el clima, que desde 2014 se organizan para proponer medidas serias contra el calentamiento climático, como las energías renovables. La de 2018 ha sido una de las más importantes con cientos de miles de manifestantes. Son organizadas por ONG, colegiales, y apoyadas por actores y personalidades políticas. Una de sus particularidades es que proponen alternativas concretas, visibles y al alcance de todos, como el uso de la bicicleta o el cambio en hábitos alimentarios.
En este recuento se debe mencionar las cada vez más grandes movilizaciones feministas, que han tenido un vigor notable desde las denuncias #MeToo. Las marchas “rituales” del 8 de marzo y del 25 de noviembre son cada vez más nutridas, más jóvenes, mas diversas (presencia de nuevas identidades de género, etcétera). La visibilidad del triste tema de los feminicidios es hoy, indudablemente, mucho mayor que hace apenas cinco años. Además de las organizaciones feministas, el apoyo de protagonistas del mundo de la cultura ha sido fundamental.
Tristemente, muchas de estas manifestaciones han sido reprimidas ferozmente por la policía, que emplea armas de dispersión que están prohibidas en la mayoría de los países europeos. El tema de la violencia policial contra manifestantes y contra jóvenes víctimas de racismo y de sectores populares ocupa, también, un espacio importante y da lugar a grandes manifestaciones, como se vio en junio de 2020 en solidaridad con el asesinato de George Floyd en Estados Unidos.
Así, millones de franceses se han tomado las calles durante el Gobierno Macron. Ahora bien, la pregunta es cómo este descontento de sectores muy diversos puede articularse políticamente. La ecuación no es sencilla: por un lado, no siempre convergen las luchas (así, las demandas de los gilets jaunes enfocadas al automóvil individual chocan con los postulados ecologistas). Pero, sobre todo, el fraccionamiento de las fuerzas políticas dificulta todos los intentos de llevar al poder a alianzas progresistas.
Los movimientos sociales saben esto desde hace años. Saben también que para avanzar es necesario empujar a los sectores políticos, porque estos tienen sus dinámicas internas y no darán el paso hacia la interlocución con sus pares. Por eso, la iniciativa que tuvieron veinte importantes organizaciones de la sociedad civil, entre ellas: sindicatos, Greenpeace, Attac, Oxfam, durante la pandemia, se considera histórica: elaboraron un “Plan para salir de la crisis”. El tiempo suspendido durante el confinamiento dio a luz a esta propuesta para realizar las transformaciones sociales y económicas e iniciar la transición ecológica. Sirvió también para poner a conversar a los líderes políticos de izquierda y ecologistas.
Más allá del documento, lo que empezó fue una dinámica: la pandemia nos puso a dudar de nuestro modelo de sociedad; sabemos que hay otras formas de organizarlo. Por eso, si la sociedad civil empuja, puede cambiar el escenario político y electoral. Y si los que representan la vanguardia de las luchas no se detienen en los detalles que los diferencian, y en cambio trabajan sobre la base de lo mucho que los une, entonces sí se podrá decir que la crisis es un chance para cambiar de rumbo.