“Pierdo mi vida aquí. El CETI (Centro de Estancia Temporal de Melilla) es como una gran prisión y los que trabajan aquí son agresivos con nosotros. 100 personas en un dormitorio. Nunca he estado en una prisión y no entiendo por qué estoy aquí desde hace casi dos años”. Algunos repetimos “dos años”, intercambiamos mensajes por teléfono y compartimos en las redes sociales las imágenes de la deshumanización que representa Melilla. Las decenas de personas que se encuentran allí sienten día a día esta realidad. Nadie parece haber tomado en serio el CETI de Melilla. A pesar de los videos y los abusos documentados, de las protestas y los intentos de suicidio, la situación no ha cambiado en absoluto.
La detención prolongada y la prohibición del movimiento se han vuelto maneras violentas de gobernar poblaciones del Sur global.
¿Por qué estoy sometido a esta espera de meses sin saber que será de mi vida? ¿Por qué me encuentro retenido en un centro sin saber por qué y sin poder salir? ¿Por qué esta humillación, por qué me gritan los funcionarios? Nadie que se encuentra dentro ha recibido nunca una respuesta.
Lo que sabemos, sin embargo, es que la omnipresencia de esta violencia en Melilla no es un accidente. Sabemos que se trata de unas decisiones políticas que ignoran la vida de la gente. Decisiones colectivas, anónimas, firmadas por burócratas, pero cuyas consecuencias son personales, produciendo el sufrimiento de cada una de las personas atrapadas en este centro. También sabemos que existen responsables, desde nuestros políticos y los de la Unión Europea, hasta quienes intervienen de forma directa en estas instalaciones. Y tampoco podemos ignorar que existe una indiferencia social ante estas violencias, una indiferencia que suele convivir en nuestra sociedad con expresiones como “derechos humanos”.
Más de 800 personas de Túnez se encuentran en el centro desde el verano de 2019 sufriendo abandono, humillaciones y una persecución activa.
La detención prolongada y la prohibición del movimiento se han vuelto maneras violentas de gobernar poblaciones del Sur global. A la vez que se han convertido en una industria donde participan desde empresas, algunas vinculadas a la industria del armamento, a diferentes oenegés que fomentan una industria de la empatía y ocultan precisamente quienes son los responsables políticos de este sufrimiento.
El CETI de Melilla estaba concebido como un centro de “acogida” de las personas que llegan a la ciudad, por un breve periodo de tiempo. No obstante, la “acogida” se ha convertido en un corredor de la angustia. Más de 800 personas de Túnez se encuentran en el centro desde el verano de 2019 sufriendo abandono, humillaciones y una persecución activa. Las numerosas protestas pidiendo derecho a la “salida” y “la libertad” se contestaron con silencio o represión. Tras la última manifestación de agosto, decenas de personas fueron trasladadas a la prisión de Melilla, sin que sus familiares de Túnez puedan comunicarse con ellos y sin saber nada sobre su futuro más inmediato.
Melilla y los demás centros van a quedar como parte de una historia de violencia, con su red de colaboradores, conscientes o no.
Nosotros sostenemos nuestras vidas a partir de futuros posibles. Esperando. Observando la violencia que se ejerce en el CETI: “No puedes salir de Melilla, no puedes hacer ningún plan. Solo esperar. Te olvidas de lo que es vivir”. La detención y prohibición de la movilidad es una forma mediante la cual se controlan los cuerpos y las vidas de las personas.
Tanto en España, como en la Unión Europea existe una parte de nuestro presente, no reconocido, que incluye los campos para migrantes y las resistencias a estos campos. Melilla y los demás centros van a quedar como parte de una historia de violencia, con su red de colaboradores, conscientes o no.
Personas fallecidas en el Mediterráneo, mapas de centros de detención de los extranjeros construidos en cada Estado y años robados en la vida de las personas privadas de libertad de forma abusiva. Parafraseando al escritor James Baldwin, en su entrevista sobre el racismo y los blancos en EEUU: ¿Cuánto más tiempo debemos esperar para que nuestras sociedades acaben con la impunidad de esta violencia?