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Francia, herida en sus principios

El Estado francés ha elaborado las leyes laicas desde hace cerca de un siglo y medio. Como principio de organización política, la laicidad afirma la necesidad de distinguir las leyes de las creencias.

París

París.Imagen de Antonio Sessa en Unsplash

Me preguntaba una periodista colombiana por qué el vil asesinato del profesor Samuel Paty generó tal ola de rechazo en Francia. Admito que la pregunta tiene mucho sentido: primero, porque la matazón de líderes sociales en Colombia parece que pasa desapercibida, y segundo, porque no es tan fácil entender qué representa la escuela en Francia y qué representa la amenaza islamista. 

En esta columna comento esa particularidad francesa, en cuatro puntos: el apego a su escuela, lo que significa el Estado laico, la amenaza del fundamentalismo islámico y los desafíos políticos. 

1. La escuela 

Hay que recordarlo: la escuela es la columna vertebral de la nación francesa. Es la encargada de luchar por la «igualdad». Anhelo que no logra, por supuesto, pero que se esmera en hacer.  Los profesores trabajan con devoción para intentar que la escuela sea oportunidad para los alumnos que no tienen la suerte de tener acceso a eso que los sociólogos llaman «capital cultural». Los profesores, en la Francia de hoy, muy diversa (recuérdese que 10% de los franceses son inmigrantes, y 20% descienden directamente de al menos un inmigrante), tratan de suplir las carencias educativas. Por eso, muchos se identifican con el profesor Samuel Paty que, desde el aula, en su cátedra de «educación moral y cívica»,  intentaba enseñar a pensar por sí mismo.  

2. Los principios laicos

El Estado francés ha elaborado las leyes laicas desde hace cerca de un siglo y medio. Como principio de organización política, la laicidad afirma la necesidad de distinguir las leyes de las creencias. Esto implica separar el Estado de la religión, la sociedad civil de la sociedad religiosa. El Estado no debe ejercer ningún poder religioso, y las iglesias no deben ejercer ningún poder político.

Al Estado laico lo motiva un ideal de coexistencia pacífica: en una misma nación deben poder convivir personas con opiniones, convicciones y opciones religiosas diferentes, pues cada cual es libre de ejercer su conciencia. El Estado laico postula la igualdad entre creyentes, ateos y agnósticos. 

De esta concepción se deriva que la educación pública está despojada de cualquier proselitismo religioso (lo que no implica que no se estudien las religiones). Implica, por otra parte, que no existe el delito de blasfemia. Existe la libertad de reírse de las religiones y de los dioses. En cambio, se penaliza el racismo, o la difamación. En Francia hay una antigua y nutrida tradición de «comer curas»: la prensa, la novela, la caricatura han sido implacables en sus críticas a la religión, especialmente a la católica, que ha sido la religión dominante. 

Ahora bien, en el contexto de la Francia pluricultural, mantener los principios laicos se convierte en un ejercicio de equilibrista.  ¿Cómo conciliar el derecho a la educación y los principios de igualdad y de Estado laico, cuando una parte de la población quiere mantener sus particularidades religiosas en el espacio público? Francia ha tenido ya varias desgarraduras políticas con respecto al tema del foulard, el velo islámico, en el colegio. Seguir los principios laicos (cero signos religiosos en la escuela, que es como se ha legislado) puede, sin embargo, exacerbar las tensiones y ser interpretado como racismo. 

3. Fundamentalismo islámico

En los últimos años, el ámbito de lo religioso se ha extendido en el mundo entero. Esto va mucho más allá de la esfera privada: basta con pensar en el papel de las iglesias de corte pentecostal en el continente americano, o en el proceso de reislamización del Medio Oriente en los últimos años. El fundamentalismo islámico también ha ganado intensidad, y ha encontrado abono en tierras francesas, como se hizo evidente ante los ojos del mundo con el atentado de la sede de Charlie Hebdo en 2015. Sin embargo, éste no fue el primer atentado de este talante. –Recuérdese por ejemplo el asesinato de policías y niños judíos por el francés Mohamed Merah en 2012.

Varios factores confluyen para que se engendre este terrorismo dentro de las fronteras. Acá es imposible evocarlos a todos, así que sólo citaré dos factores: el primero es el sentimiento, muy anclado en Francia, de no haber cumplido con la meta de igualdad, de integración para los descendientes de migrantes. Si bien en muchos países de inmigración existe este desfase, en pocos se vive esto como un fracaso nacional. En Francia, país donde la idea de igualdad es pilar central de la nación, la exclusión de una parte de su población es considerada una falla imperdonable, y una traición a sus ideales. Que varios de quienes cometan estos atentados pertenezcan a estos sectores, solo confirma la idea de ese fracaso.

El segundo factor que evocaré son los conflictos en el Medio Oriente. Desde Palestina hasta Siria, estos repercuten en la eclosión de corrientes fundamentalistas, como el salafismo yihadista (aplicación literal del Corán e intolerancia hacia los «infieles» que no siguen este dogma). La mayoría  de sus víctimas en el mundo son otros musulmanes, pero es en los países occidentales donde esta corriente busca desarrollarse. Muchos hombres de países occidentales han viajado a Irak o Siria a formarse como yihadistas; otros, como el asesino del profesor, que se radicalizó en pocos meses, anhelaba cometer un atentado en Francia. El joven de origen checheno estuvo buscando por redes sociales a quién vengar, y fue así como estableció contacto con el padre de familia que había montado un linchamiento en redes del profesor Samuel Paty. El padre de la alumna era asesorado por un fundamentalista salafista fichado por los servicios dedicados a la lucha antiterrorista.

4. Perspectivas

El gobierno Macron anuncia que desplegará el dispositivo legislativo que, de hecho, había anunciado desde antes del atentado. La ley contra los «separatismos religiosos», en preparación, incluye medidas como cesar el financiamiento de imanes (autoridades religiosas musulmanas) y lugares de culto por parte de gobiernos extranjeros. Pero el gobierno quiere ir más lejos incluso, por ejemplo, cerrando asociaciones (ONG) que considera cómplices del islamismo, o expulsando a extranjeros fichados como potenciales terroristas. 

Ante el traumatismo colectivo por esta decapitación, las voces de la derecha más represiva son las más difundidas por los medios. Movimientos de defensa de derechos humanos y de izquierda temen, con razón, una exacerbación del racismo por razones religiosas (en Francia, en 2019 hubo cerca de 700 actos antisemitas, 1000 anticristianos y 150 antimusulmanes, además de 1150 actos racistas y xenófobos). Lo cierto es que, en vez de la serenidad para enfrentar este entramado, hay una crispación manifiesta. No hay «unidad nacional», por el contrario, brotan acusaciones y anatemas de cada lado del espectro político. El contexto intelectual (exacerbación de identidades basadas en particularismos culturales), el ambiente electoral (ante los últimos resultados electorales, Macron tendrá que buscar más alianzas con la derecha para tener chance de ser reelegido), la coyuntura excepcional de la pandemia, la fuerte carga emocional de los debates, el difícil control de redes virtuales a menudo tóxicas… no auguran nada promisorio. En este escenario, la esperanza reside en la defensa de los valores que han constituido el proyecto de la nación francesa.

Doctora en sociologia. Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris. Investigadora asociada Urmis, Universidad Paris Diderot. Publica en revistas y prensa, y en sus dos blogs: ojo de perdiz (feminista, político, literario) y el más académico kaleidoscope (género, migraciones, violencia).

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