Close

¡No sea tan indio!

Todo aquello que se encuentre fuera de la “norma” y de lo considerado “moderno” ha sido considerado arcaico, atrasado, primitivo y subdesarrollado. Por lo tanto, susceptible de ser “civilizado”.

Tepache, bebida indigena

Tepache, bebida indígena. Imagen de Rebeca Cruz en Pixabay

En el marco de la Minga Indígena que se realizó en Colombia el pasado mes de octubre, cuando marcharon más de ocho mil indígenas del suroccidente del país a Bogotá para reclamar al Gobierno de Iván Duque el respeto a sus derechos, se hizo viral un vídeo en el que una mujer desde un carro increpaba a dos indígenas diciéndoles a grito herido que: “no los queremos, que se vayan para la tierra, que son ignorantes, brutos, tercos”, y remataba: “porque son porquería”.

La respuesta a la beligerancia de esta ciudadana “de bien” en las redes sociales no se hizo esperar. Muchas personas pusieron en evidencia el racismo estructural presente en el país de manera histórica. Pero otros tantos señalaron que sería necesario ver el vídeo completo para conocer las causas de la reacción de la mujer, dejando entrever que “algo harían esos indios” para que la referida tuviera esa reacción. Es decir, tras de que son insultados son culpables del improperio.

La construcción del Estado-nación trajo consigo la configuración de lo que se ha denominado desde el pensamiento crítico latinoamericano como colonialismo interno.

Este tipo de reacciones no son nuevas en una sociedad como la colombiana que se caracteriza por ser clasista y, por consiguiente, excluyente. En el último tiempo, hemos visto cómo proliferan los vídeos en los que ciudadanos y ciudadanas “de bien” se dirigen a sus connacionales, a quienes no consideran como tal por ser pobres, negros, campesinos e indígenas, al grito de “usted no sabe quien soy yo”.

Es evidente que este tipo de manifestaciones están muy interiorizadas en ciertos sectores de la población que se considera “blanca” (en un conjunto demográfico predominantemente mestizo), urbana y con cierto poder adquisitivo. Este imaginario de superioridad frente a los “otros” se encuentra estrechamente relacionado con la forma en la que se construyó la nación después de la independencia del Imperio español. 

Como se sabe, el movimiento de independencia no fue un proceso popular, fue liderado por una élite criolla descontenta con los privilegios parciales de los que disfrutaban en comparación con los que poseían los nacidos en la península ibérica. La intención de los criollos no era ni mucho menos generar una sociedad igualitaria en la que los indígenas, los negros y las mujeres tuvieran los mismos derechos.

La construcción del Estado-nación trajo consigo la configuración de lo que se ha denominado desde el pensamiento crítico latinoamericano como colonialismo interno que, en términos generales, se refiere a un sistema de dominación que asigna oportunidades, recursos (materiales y simbólicos) y derechos en función de unos criterios raciales, étnicos y de género, similares a los implantados durante la Colonia. Este sistema de exclusión se ha mantenido a lo largo del tiempo en los países latinoamericanos y, en el caso que nos ocupa, en Colombia.

Las élites políticas han alimentado estos imaginarios de exclusión hasta configurarlos como parte del “sentido común” colectivo. Imaginarios que han sido la base simbólica del mantenimiento de los privilegios de las élites dominantes.

La jerarquización de espacios, sentires y saberes en función de la raza, el género y la clase social ha generado una fuerte fragmentación y exclusión social en el país. De esta manera, todo aquello que se encuentre fuera de la “norma” y de lo considerado “moderno” ha sido considerado arcaico, atrasado, primitivo y subdesarrollado. Por lo tanto, susceptible de ser “civilizado”.

Las élites políticas han alimentado estos imaginarios de exclusión hasta configurarlos como parte del “sentido común” colectivo. Imaginarios que han sido la base simbólica del mantenimiento de los privilegios de las élites dominantes del país. Por ello, en la cotidianidad y en las relaciones sociales, se presentan múltiples manifestaciones de racismo. En Colombia es habitual escuchar que ante un comportamiento incívico la gente reaccione diciendo “no sea tan indio” o “se le salió el indio”. Este tipo de descalificativos también se utilizan para referirse a la población afrocolombiana, campesina o para las clases trabajadoras, dependiendo de los contextos.

Estos imaginarios de exclusión tienen su manifestación en el orden material. Si estos grupos no son considerados como sujetos de pleno derecho, aunque los avances constitucionales y normativos indiquen lo contrario, sus protestas y propuestas de país tampoco son consideradas como legítimas por parte de aquellos sectores de la sociedad que mantienen esa falsa idea de superioridad. 

Desde mi opinión, esta posición se ve agravada cuando desde las instituciones gubernamentales, encargadas de velar por el cumplimiento de los derechos de todos y todas las colombianas, se alimentan esos imaginarios. De esta manera se contribuye a la fragmentación social del país y se proporciona una cierta “legitimidad” a las acciones violentas. No olvidemos que la forma de tramitar las diferencias en Colombia se resuelve eliminando física y simbólicamente al “otro”, anulando completamente su existencia. Pensar, sentir, soñar y vivir de manera diferente se ha convertido en una conducta de alto riesgo en un país en donde se ha instaurado el pensamiento único a sangre y fuego.

A este respecto, la actitud del Gobierno de Iván Duque frente a la Minga Indígena es absolutamente reprochable. El presidente de la República se ha negado en rotundo a sentarse en una mesa de diálogo con las organizaciones indígenas argumentando que era una minga con carácter político. Argumento absolutamente surrealista por donde se mire. ¡Claro que es política! Las organizaciones indígenas tienen una agenda de país que esperan sea negociada con el Gobierno. Esta agenda se centra en la defensa del territorio y de la naturaleza, el cumplimiento del acuerdo de la Habana y la defensa de los derechos humanos, entre otras cuestiones.

Según el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en el presente año se han perpetrado nueve masacres que han dejado 36 víctimas y 47 líderes y lideresas indígenas asesinadas. El pasado 29 de octubre el senador indígena Feliciano Valencia fue víctima de un atentado contra su vida.

Ahora bien, el motivo esgrimido por el Gobierno para no sentarse a dialogar ha sido reforzado por las opiniones vertidas por otros funcionarios públicos y por miembros del partido Centro Democrático señalando los posibles nexos del movimiento indígena con grupos insurgentes. De esta manera, una vez más, se criminaliza la protesta social con el objetivo de anular sus demandas y reivindicaciones.

A esto se suma la indolencia por parte del Ejecutivo frente a la situación de orden público de los territorios del suroccidente, ya que desde la firma del acuerdo se ha presentado una escalada del conflicto, en donde las comunidades indígenas han sido el principal blanco de los grupos armados irregulares, hechos que paradójicamente se presentan en un territorio con una fuerte presencia de la fuerza pública. 

Según el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en el presente año se han perpetrado nueve masacres que han dejado 36 víctimas y 47 líderes y lideresas indígenas asesinadas. El pasado 29 de octubre el senador indígena Feliciano Valencia fue víctima de un atentado contra su vida. Estas circunstancias están generando una profunda crisis social y humanitaria que nos retrotraen a los primeros años de la década del dos mil, uno de los periodos más oscuros del conflicto armado. 

Frente a la posición obtusa del Gobierno y a la de ciertos sectores de la sociedad, la Minga Indígena es un ejemplo de aquellos valores que son necesarios para poner nuevamente la vida en el centro de la política, como imperativo para superar la crisis ecológica, política, social y económica que ha sido agudizada por la pandemia. La Minga representa solidaridad, cooperación, reciprocidad y resistencia milenaria. Por lo tanto, es símbolo de esperanza y de dignidad de los sectores sociales populares.

Migrante colombiana en Madrid. Politóloga, especializada en América Latina. Profesora asociada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.  

scroll to top