Dani, un viejo amigo del brazo de Mompós, me contó que su padre era albañil y su madre lavaba ropa en el río. Comenzando los setenta una proverbial creciente del río Magdalena sumergió a su pueblo. Su padre se quedó sin trabajo porque no había donde construir y su madre se las ingenió para sacar adelante a sus hermanos. No hubo arca, ni un Noé que salvara al pueblo de la catástrofe. Fue entonces cuando recaló en Barranquilla, ciudad en la que se buscó la vida como vendedor callejero. Vendí aguacates, papayas, arroz de lisa, bolis, mango biche con sal, bocachicos, peto y mantequilla casera, me dijo riéndose de sí mismo, mientras restregaba con tiza la punta del taco de billar. Yo, con una cerveza en la mano y un taco en la otra, me reía al tiempo que levantaba la vista hacia el vano de la puerta del salón de billares en la que se plantaron dos policías viejos y barrigones que, por el gesto de sus caras, parecían estar mal de plata. Dani, dueño de una voluntad de hierro, rehizo su vida en Barranquilla en una época en que todavía era posible hacerlo.
Iván Duque aspiraba a la presidencia y Federico Gutierrez, alcalde de Medellín, descalificaba las denuncias sobre lo que se perfilaba como una gran estafa tejida con los mimbres de EPM. Una estafa tinturada de rojo y marrón: sangre y lodo.
La creciente que borró a varios caseríos de las riberas del Magdalena fue un “fenómeno natural” como diría un burócrata de estos tiempos. Lo de Hidroituango, en cambio, es un hecho adrede, ordenado por unos tipos que creían saberlas todas, y cuyo objetivo era hacer negocios sin importarles un rábano la suerte de miles de familias y el patrimonio natural del país. En un acto de arrogancia alteraron el orden de la naturaleza y le dañaron la vida a personas que difícilmente podrán rehacerlas. Colombia se ha vuelto un país estrecho para millares de desvalidos como los damnificados del río Cauca que deambulan como zombis en los muladares urbanos. Individuos zombis que solo esperan que un hombre como Rick, el personaje de The walking dead, los desintegre con una puñalada en el ojo y acabe de una vez por todas con sus desgracias.
Cuando el desastre de Hidroituango se veía venir yo escribía para la revista Semana. Un día encontré un mensaje nominal en mi bandeja de correo electrónico firmado por un funcionario de Empresas Públicas de Medellín (EPM). Creo que un correo similar les llegó a otros columnistas. Seguí recibiendo mensajes con mayor frecuencia. Cuando la situación empeoró recibí hasta dos mensajes por día. Las cosas iban de mal en peor y la directiva de EPM trataba de impedir, mediante epístolas a los columnistas, que miles de toneladas de tierra y cientos de miles de metros cúbicos de agua se salieran de madre. Un clásico de la hipocresía colombiana: enmascarar la infamia con mera retórica.
Decidí entonces escribir una columna para Semana que titulé: Agua pasó por aquí…cate que no te vi. Era mayo de 2018. Amén de la desgracia de Hidroituango, nueve obreros habían perecido al desplomarse el puente Chirajara. Iván Duque aspiraba a la presidencia y Federico Gutierrez, alcalde de Medellín, descalificaba las denuncias sobre lo que se perfilaba como una gran estafa tejida con los mimbres de EPM. Una estafa tinturada de rojo y marrón: sangre y lodo. Hasta entonces el nombre del exalcalde de Medellín, exgobernador de Antioquia y candidato presidencial, Sergio Fajardo, no parecía o no se quería asociar al desastre. Tres años después el fango de Hidroituango cambió de sentido, y su nombre, como si fueran las aguas del agredido río Cauca, mojó papel periódico.
Mientras las aguas del Cauca vuelven a su curso natural es mejor que el profe vuelva a sus clases de matemáticas. Colombia necesita más matemáticos y menos habladores de paja.
La liebre saltó sobre la cuidada y envidiable cabellera de Sergio Fajardo, cuando fluía en las tertulias y las redes sociales una de las controversias más inútiles que se han visto en el país: los tibios, los del medio, la gente buena y la gente mala. Controversias inútiles pero útiles al estatu quo. Así es como se nutre y conserva el sistema. La candidatura del profesor Fajardo, uno de los mayores beneficiarios de las controversias inútiles, se volvió una contradicción en sí misma porque no es posible concebir una opción que se ofrece como salvamento del patrimonio verde del país, si su nombre aparece por acción u omisión asociado a una estafa contra el medio ambiente de Colombia. Mientras las aguas del Cauca vuelven a su curso natural es mejor que el profe vuelva a sus clases de matemáticas. Colombia necesita más matemáticos y menos habladores de paja.
Te lo dije «Comején» en la columna anterior: veo muchas candidaturas, pero no escucho una sola propuesta. Candidaturas envueltas en controversias inútiles. Chévere que se alejaran de la chismografía y volvieran a la realidad de un país castigado por la peste. ¿Cuál es el plan para reactivar la economía del país? ¿Cómo aliviar el desangre que se vive en los campos? ¿Qué hacer con las agrupaciones armadas que todavía siguen dando la lata? ¿Cuál es el plan educativo? ¿Cómo se va a relacionar Colombia con el resto del mundo? ¿Qué hacer con los rateros de cuello blanco? ¿Cómo implementar los acuerdos de paz? ¿Qué hacer frente al endémico chantaje militar? ¿Cómo saldar la deuda histórica con los pueblos indígenas y afros? ¿Cuál es el proyecto de país?