El 21 de septiembre de 2020 más de 500 piezas de religiones de matriz africana fueron trasladadas del Museo de la Policía Civil de Río de Janeiro al Museo de la República. Coronas, escudos, imágenes, lanzas, tambores, estuvieron bajo custodia policial por más de cien años y fueron aprehendidos cuando se institucionalizó la intolerancia religiosa en Brasil entre los años 1889 y 1945. El movimiento llamado “ibera nuestro sagrado” formado por Líderes de la umbanda y el candomblé, investigadores y el mandato colectivo de Flávio Serafini, lucharon durante años por la liberación y custodia compartida de estos objetos como acto simbólico de reparación histórica y visibilidad de esta cultura que durante tantos años fue criminalizada.
Según el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos “todo ser humano tiene derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión”, sin embargo, en Brasil este artículo parece referirse únicamente a las religiones eurocéntricas. Los terreiros y casas donde se rinde culto a las religiones afrobrasileñas como la umbanda, el candomblé, la jurema, el xambá o el xangó, sufren ataques, violencia psicológica, lapidación, depredaciones, incendios provocados, ataques a la vida y lo sagrado. El discurso de odio religioso multiplican los ataques.
Mi abuelo, nacido en el poblado São José da Macaoca en Quixadá noreste de Brasil, fue educado dentro de una familia cristiana. Cuando adulto, el frecuentaba la misa, pero no perdía ceremonias de candomblé y sesiones de espiritismo.
Según una investigación realizada por el profesor Babalorixá Sidnei Nogueira, el 30 % de las persecuciones de tipo religioso son contra los seguidores de la umbanda, el candomblé y creencias afines. Este porcentaje puede llegar hasta un 80 % si se cuentan los casos de los que no hay denuncias porque las víctimas prefieren callar para no sentir vergüenza, estigma y marginación por seguir un culto raizal. Esto demuestra que en Brasil más que intolerancia, tenemos racismo religioso. Un racismo que afecta directamente los orígenes y prácticas religiosas negras, segregándolas y criminalizándolas.
Estos hechos reflejan el fuerte racismo estructural y sistémico presente en nuestra sociedad que busca, mediante diversas acciones, no solo blanquear la piel, sino también borrar todas las manifestaciones culturales y religiosas de origen africano. Este proceso se inició durante el período colonial, cuando hombres y mujeres de diferentes partes del continente africano se vieron obligados a abandonar su fe antes de que fueran subidos por la fuerza a las embarcaciones esclavistas. Abandonar la fe simbolizaba dejar atrás la identidad, la pertenencia y, sobre todo, la libertad.
A pesar de la imposición de un solo dogma por parte de la corona portuguesa, estos pueblos resistieron y adoraron estratégicamente a sus orishas a través de santos católicos, un proceso que ahora conocemos como sincretismo religioso. Los datos del censo de 2010 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) muestran que solo el 0.3% de los brasileños se declara ser de la umbanda y el candomblé. Creemos que este número es mucho mayor, ya que muchas personas tienen miedo o vergüenza por profesar su fe . Muchos de los brasileños que se dicen católicos se arrodillan en las misas, pero también bailan en los terreiros.
Jorge Amado en su célebre novela O Compadre de Ogum dijo que el catolicismo y el candomblé se mezclan y se comprenden. Para demostrar esta conexión les traigo un ejemplo. Mi abuelo, nacido en el poblado São José da Macaoca en Quixadá noreste de Brasil, fue educado dentro de una familia cristiana. Cuando adulto, el frecuentaba la misa, pero no perdía ceremonias de candomblé y sesiones de espiritismo. Lleno de historias y credos, mi abuelo representa a un Brasil que, a pesar de llamarse católico, adora en secreto a los orixás e invoca a los espíritus.
El presidente Bolsonaro ha nombrado ministros sectarios que desde el gobierno satanizan y anulan los saberes ancestrales africanos.
Desde la década de los noventa, con el crecimiento de las religiones neopentecostales, los delitos de odio contra las religiones africanas han aumentado significativamente. Hay que decir que no todos los evangélicos actúan con prejuicios, pero algunos, como la Iglesia Universal del Reino de Dios, operan en una campaña sistemática contra los credos afrobrasileños. El discurso de odio llevado a cabo en los púlpitos de los templos se convierte en acción y se materializa a diario en noticias de atentados contra terreiros o líderes religiosos afrobrasileños.
Ni siquiera durante la pandemia cesaron estas acciones, al contrario, se agravaron. La irresponsabilidad del pastor que califica al coronavirus de ‘coronaexu’ o los crímenes de odio por internet demuestran la influencia de los neopentecostales que encontraron en la vía política una manera de afianzar su poder, eligiendo diputados y senadores. El presidente Bolsonaro ha nombrado ministros sectarios que desde el gobierno satanizan y anulan los saberes ancestrales africanos.
¿Cuál sería la reacción del Gobierno si ocurrieran depredaciones e incendios en las mezquitas o en los templos de la iglesia evangélica? Estamos seguros de que sería muy diferente a lo que ocurre con el candomblé o la umbanda. Perseguidas por el imperio colonial, por la República y por el Estado de derecho democrático, las religiones de origen africano luchan en el siglo veintiuno por seguir existiendo. Debido a la acción ineficaz del Estado brasileño, representantes de movimientos y líderes religiosos están denunciando ante las instancias internacionales como la Unesco y las Naciones Unidas la violencia ejercida contra sus religiones. Buscan con estas querellas que cese el etnocidio religioso y se otorgue libertad y plenas garantías a los credos y se proteja la vida de los lideres religiosos tradicionales, ya que que son parte del patrimonio material e inmaterial de la cultura afrobrasileña.