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Una mirada desde lo femenino a la defensa de los derechos bioculturales

Pienso en mi Barranquilla querida, Charquilla o Anarquilla, como graciosamente, pero con dolor nos referimos a ella, y los años en los que le dimos la espalda al Yuma, y ahora, sacamos pecho por el Gran Malecón del Río.

Río Yuma o Magdalena, Colombia

Amanecer en el río Yuma (Magdalena). Imagen de Liliana López

Comenzar esta travesía de escritura digital hablando sobre el agua y la importancia de la reivindicación de los derechos bioculturales, en el marco de la defensa y cuidado de los ecosistemas acuáticos de nuestros territorios, se siente, no solo adecuado, sino total y absolutamente acertado, ya que desde muy pequeña he sentido el vínculo con mares, ríos, cascadas, lagunas y demás cuerpos de agua que me han rodeado a lo largo de la vida, una especie de relación miedo/anhelo que me inunda, sobrecoge, pero me sana. 

Ustedes dirán que proviniendo del Caribe esto es algo usual, pero mi conexión con lo líquido va más allá de aquello que pueda explicar desde la lógica, y se remonta a una época en la que esta mujer de hoy, siendo niña, caminaba, en unas vacaciones familiares, de la mano de mi madre por las calles de algún pueblo de Cuba, con adoquines, arquitectura colonial, y el peso de la historia en el aire. Allí, una desconocida me agarró del brazo y me dijo, tu eres hija de Yemanjá. De este episodio es lo único que puedo recordar, pero ha quedado como una huella indeleble en mi memoria, como un rayón en el disco duro que hoy me hace vibrar cuando estoy frente a un cuerpo de agua, y que, además, me sienta frente a este teclado a escribir-les. Aquí vamos…

Se habla entonces, de la necesidad de avanzar con determinación hacia la superación de la visión occidental que separa, divide y pone la responsabilidad de la salud y el cuidado en el individuo, separándolo de su relación con su entorno social y natural.

El 9 de enero del 2021 las redes sociales de algunas de mis amigas registraron que estaban haciendo un recorrido junto a la recién nombrada Secretaria de Cultura del Departamento del Atlántico, Diana Acosta y la concejala de Bogotá y lideresa del pueblo Arahuaco, Ati Quigua. Ahí las vi, vestidas de un reluciente blanco, a las orillas del Yuma, del gran río Magdalena, bajo el brillante sol del municipio de Santa Lucía. Inmediatamente, empecé a indagar cuál era el sentido de la reunión de estas mujeres, a qué se debía este aquelarre, qué historias estaban tejiendo allí, justo en donde hace unos 10 años las compuertas del Canal del Dique se rompieron e inundaron el sur de este territorio.

Ingresé a las páginas personales de la concejala, a las redes de las fundaciones EntreRíos, Semilla Criolla y Kuritamia, para obtener la información que requería. Entonces, escuché la palabra profunda, sentida y directa de Ati Quigua. Quien traía un mensaje de unidad desde la Sierra Nevada de Santa Marta, regente montañoso del territorio Caribe. Las y los mayores de los cuatro pueblos indígenas que allí habitan se habían reunido, y en sus adivinaciones, escucharon al agua. ¿El llamado? Comprender que la vacuna, aunque necesaria, no será suficiente para la superación de la pandemia, ya que la salud humana depende de la calidad de la tierra, del agua, de los entornos naturales en los que vivimos, y por ello, es necesaria la reconciliación con la naturaleza, en especial con los ecosistemas acuáticos. 

Este hecho, que quizás pasó desapercibido para el resto de la humanidad, se constituye en una alerta central a la hora de comprender cuál es el camino que debería tomar, no solo la discusión, sino las bases para la construcción de dinámicas socioculturales y económicas diversas que nos permitan superar las crisis a las que nos hemos visto abocados, no solo por el Covid-19, sino, y sobretodo, por una larga historia de desidia, desconocimiento y desarraigo, de aniquilamiento y destrucción de la diversidad, de la soberanía alimentaria, de las prácticas y saberes ancestrales en torno al cuidado de la naturaleza, y que bien fueron retomadas por la declaración de Nabusimake, pero por supuesto, para tener un referente internacional, por los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS. 

Se habla entonces, de la necesidad de avanzar con determinación hacia la superación de la visión occidental que separa, divide y pone la responsabilidad de la salud y el cuidado en el individuo, separándolo de su relación con su entorno social y natural. Desconociendo la existencia de ecosistemas interdependientes, de una visión sociosistémica, o de sistemas socioecológicos que sobrepasan la mirada particularista de la burocracia estatal, esa, que genera políticas públicas que impiden el abordaje y la comprensión integral de las problemáticas locales. 

Y es que desde la cosmovisión indígena no hay una separación entre naturaleza y cultura, por ello, en palabras de Ati Quigua, sanar el ser, el poder y el saber, son aspectos fundamentales para establecer diálogos interculturales, regionales que permitan generar unidad en torno a la defensa de los derechos de la naturaleza, de los derechos del agua, y por ende, de los derechos bioculturales, reconociendo entonces, el patrimonio natural, arqueológico y cultural de los territorios, en particular del Caribe colombiano, pero en general, del mundo que habitamos. 

“Mirar hacia el río”, implica garantizar el acceso al agua potable, al saneamiento básico.

Esto, dice la concejala, parte por sanar nuestra relación con el agua, “fuente, madre del origen”, y pensar en la construcción y reconstrucción de hábitats en donde se le vea a esta como elemento central del ordenamiento urbano y regional, a partir de la consolidación de un modelo participativo de gestión biocultural del patrimonio, rescatando las narrativas y las memorias colectivas, visibilizando la diversidad y por ende, la imperiosa necesidad de repensar nuestros territorios desde el reconocimiento del ecosistema cultural y social, de las condiciones de vulnerabilidad a las que la región se enfrenta por la escasez, irónicamente, del recurso hídrico. 

Y ante ello, pienso en mi Barranquilla querida, Charquilla o Anarquilla, como graciosamente, pero con dolor nos referimos a ella, y los años en los que le dimos la espalda al Yuma, y ahora, sacamos pecho por el Gran Malecón del Río. No me malinterpreten amo las caminatas que puedo hacer allí muy temprano en la mañana, y ver como el sol sale atrás de la Sierra, pero ¿cuál es el proyecto de ciudad?, ¿cuál es la visión de ordenamiento territorial que rige la construcción desmedida a lo largo de la ribera del Magdalena? Creo que las respuestas son nulas o escasas, porque si de algo estoy segura es que reconciliarnos con el agua y proteger nuestros ríos, va mucho más allá de seguirle añadiendo cemento a un ya deteriorado y frágil ecosistema. 

Quizás, este pacto por el agua pueda tener alguna incidencia en el futuro cercano, y logre unificar desde el llamado que han empezado a hacer estas valientes mujeres, a líderes y lideresas, a la sociedad civil en general para que comprendan que “mirar hacia el río”, implica garantizar el acceso al agua potable, al saneamiento básico, y como se expresa en los principios de Water – Wise Cities: que el “agua se integre en la planificación y el diseño de las ciudades para proporcionar una mayor resiliencia al cambio climático, habitabilidad, eficiencias y un sentido de lugar para las comunidades”.

Cuentera, teatrera, waterpolista, bailadora, profesora de la Universidad Simón Bolívar. Estudiante de la vida, hija, hermana, tía, amante, mamá de los “Fulanos Felinos”. Periodista. Magíster en Desarrollo Social y en Ciencias de la Sociedad. Especialista en estudios políticos y económicos. Candidata a doctora en Ciencias Sociales de la Universidad del Norte.

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