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El niño no quiere crecer

Yo no tuve la oportunidad de plantearme la vida como él lo hace ahora. Yo no crecí en el mundo digital, soy de la última generación analógica. Tampoco viví una pandemia a los once años, me tocaron otras cosas que me hicieron madurar antes de tiempo.

Niño

Imagen de Gisela Merkuur en Pixabay

Mi hijo tiene once años y no quiere ser adulto. Me lo ha dicho varias veces. Mami, ser adulto es un rollo. Hay que trabajar todo el día, tienes que preparar la comida tú mismo y la verdad creo que no os divertís mucho, dice así, con su natural acento español tan distinto al mío. 

Le digo que en parte tiene razón, pero que me parece que tiene una idea demasiado catastrófica. Le explico que a medida que crezca va a tener experiencias en la vida que le darán felicidad. Que habrá algunas que le produzcan dolor o decepción, pero que crecer tiene muchas ventajas. Como no tenerme a mí todo el día encima dándole instrucciones, o salir solo a ver a sus amigos. Que ser adulto supone responsabilidad, pero también libertad. Que viajar, enamorarse, estudiar y aprender a hacer algo que le guste le va a dar muchas satisfacciones. Sin embargo, me mira con sus ojos dulces y dice que soy un poco cursi. 

Un poco más grande, con catorce años, encontré en el armario de mi madre un libro titulado Auxilio, tengo un hijo adolescente. Cuando lo descubrí me burlé de ella en silencio. Yo era una jovencita silenciosa y de mala cara permanente. Creía que ser rebelde consistía en ser una persona difícil. 

El mes pasado se le cayó la primera muela. Fue un momento divertido, porque mi hermano le dijo que eso significaba que ya estaba haciéndose mayor, que ya casi entraba en la adolescencia. Mi hijo se disgustó. Dijo que él no quiere ser como esos adolescentes que fuman y están todo el día con el teléfono en la mano. Que solo piensan en la moda o en demostrar que son fuertes frente a los débiles. 

Cuando yo tenía su edad soñaba con ser grande. Yo sí tenía prisa por ser adulta. Quería pintarme los labios de rojo y salir a bailar. Me gustaba escuchar las conversaciones de los adultos, y temía a Dios. Soñaba con tener novio y vivir sola. Un poco más grande, con catorce años, encontré en el armario de mi madre un libro titulado Auxilio, tengo un hijo adolescente. Cuando lo descubrí me burlé de ella en silencio. Yo era una jovencita silenciosa y de mala cara permanente. Creía que ser rebelde consistía en ser una persona difícil. 

Él no teme a Dios porque no cree en él. Estudia en un colegio laico donde no hay asignatura de religión. No entiende porqué algunos de sus compañeros se mueren de ganas por hacer la Primera Comunión si en el libro que leyó sobre mitología todos los dioses exigían sacrificios salvajes a los creyentes. 

Mi hijo todavía no conoce el amor más allá de la familia y la amistad, pero sabe que algún día se enamorará y le romperán el corazón. Ya sabe que hay discusiones que no se resuelven solo con un abrazo. Que hay relaciones que se rompen para siempre. Dice que no entiende porqué los mayores peleamos cuando nos enamoramos. ¿No es una contradicción, mami? 

Sus colores favoritos son el fucsia y el morado. Un día me pidió le comprara unos tenis color rosa y se los compré, aunque le advertí que, tal vez, en el colegio alguien podría burlarse de él. Me miró con los ojos muy abiertos y me dijo que no le parece justo que los colores más bonitos sean solo para niñas. A mí me encantan mami, y no me importa lo que digan los demás. 

A veces hablamos de los cambios que va a sentir en su cuerpo próximamente. El bigote, el acné, el cambio de voz. Cosas que en mis tiempos eran motivo de vergüenza. Él dice que no le preocupa. Que si le sale un grano ya se le irá, y que el bigote se lo va a quitar. Dice que le gustaría llevar gafas como yo. Al parecer en estos tiempos ya nadie se burla del otro por “gafufo”. Me alegra sentir que no hay sombra de complejo en sus palabras. Dice que los mayores somos muy dramáticos, que por favor me “desmadurice” y respire. 

Quiero ver el mundo rendido a sus pies, aunque a veces soy egoísta y también quisiera que se quedara así, con once años eternos para tenerlo siempre a mi lado y consolarlo cuando lo necesite.

El niño no quiere crecer, pero ya no quiere que lo bese delante de sus amigos. Aunque por las noches me pide que leamos juntos y le acaricie el pelo hasta que se duerma. Dice que no quiere ser adulto, sin embargo, hace poco me dijo que cuando sea mayor quiere tener un hijo, llamarle Max para cuidarlo como yo lo cuido a él. 

A veces pienso que es mucho más adulto que yo. Sus reflexiones no se parecen a las que yo tenía a su edad. Yo no tuve la oportunidad de plantearme la vida como él lo hace ahora. Yo no crecí en el mundo digital, soy de la última generación analógica. Tampoco viví una pandemia a los once años, me tocaron otras cosas que me hicieron madurar antes de tiempo. 

El niño no quiere crecer. Pero yo quiero ver como vuela. Quiero ver el mundo rendido a sus pies, aunque a veces soy egoísta y también quisiera que se quedara así, con once años eternos para tenerlo siempre a mi lado y consolarlo cuando lo necesite. Sé que no puedo detener el tiempo, solo pido que pase un poco más despacio, porque sé que dentro de poco llegará a la edad en que necesite apartarse de mí para conocerse a él mismo. 

Solo espero que me perdone los errores que cometa como madre, porque de no hacerlo, sufrirá más él que yo. El niño no quiere crecer, pero no se imagina lo grande que es. 

Periodista

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