Close

Un fragmento de pasado

Entonces todo era posible. El mundo, como los elefantes de la canción, se balanceaba sobre la tela de una araña. Estábamos bajo la amenaza de la Guerra Fría, desbordados como siempre por la estupidez humana.

Fragmento del pasado. Imagen de Rodolfo Lara Mendoza

Imagen de Rodolfo Lara Mendoza.

Quizás solo leamos para regresar a esa edad en que 

aún éramos capaces de llorar con un libro en las manos.

Mircea Cărtărescu

En una novela de Cărtărescu está escondido un libro que perdí hace tiempo. No es el mismo, pero uno y otro están unidos por igual circunstancia: les habían arrancado las primeras páginas. El libro oculto en la novela del escritor rumano es El Tábano, de Ethel Lilian Voynich; mi libro perdido, El reino de la felicidad, de Alexandre Arnoux. 

Tendría yo diez u once años cuando llegó a mis manos aquel volumen húmedo y descuadernado, procedente del naufragio de alguna biblioteca. No fue mi primera lectura, pero sí la que recuerdo con mayor nostalgia, la que despertó mi amor por las cosas incompletas: las ciudades del mundo antiguo, las esculturas de Rodin, el cuerpo de mi madre… Pues a diferencia de otros libros, mi ejemplar iniciaba en la página diecisiete y no tenía tapa.

En ese punto el personaje se alistaba para dejar la Tierra, y yo no sabía qué circunstancia le obligaba ni cuál era la finalidad de aquel viaje. No saberlo me frustraba, pero a su vez daba margen a mi fantasía. Más aún al advertir que, a su regreso, nuestro hombre aterrizaba en un lugar selvático: la ciudad de París devorada por la naturaleza. Había estado dos años en el espacio exterior y en la Tierra habían pasado dos siglos. Recuerdo la torre icónica perdida entre enredaderas, y el desconcierto del personaje al descubrir, bajo aquel manto verde, las ruinas de su ciudad. Recuerdo un arroyo al pie de unas colinas, un fuego en el que asaban unas carnes, la súbita aparición de una mujer. Una aldea en la que las palabras del amor y del odio estaban prohibidas. Recuerdo en especial mi extrañamiento, la forma en que me aferré a aquel libro mutilado y el miedo a que esa fantasía de Arnoux se hiciera realidad.

Entonces todo era posible. El mundo, como los elefantes de la canción, se balanceaba sobre la tela de una araña. Estábamos bajo la amenaza de la Guerra Fría, desbordados como siempre por la estupidez humana. El incidente Able Archer, como la crisis de los misiles ocurrida dos décadas atrás, sacó a la luz aquel torpe equilibrio; nos tuvo a un paso del holocausto nuclear y no nos enteramos. A Arnoux le debo el hacerme consciente de esa precariedad. Leyendo su novela aprendí a extrañar antes de tiempo eso que me rodeaba —la casa de la infancia, la presencia de mi madre, la risa de mis hermanas— y a llorar al descubrir que ese pequeño reino, en el que era feliz aun con penalidades, iba a desaparecer en algún momento. No con una explosión sino con un sollozo. Como termina el mundo, según T. S. Eliot.

Treinta y siete años después intento retornar aquel tiempo. Hallé El reino de la felicidad en una librería de viejo y al fin pude conocer la tapa. Muestra los Campos Elíseos bajo un cielo violáceo, con visos fucsia y naranja. La Torre Eiffel, a la izquierda, se pierde entre la niebla. Ante ella, una figura enigmática parece emerger del cuadro. Cómo has envejecido —me dice—, y cómo se te ha endurecido el corazón. Me justifico diciéndole que es la vida, al tiempo que sopeso el volumen con mis manos. Entonces siento que en lugar de un libro sostengo un trozo de pasado, que estoy a un paso del instante en que lo leí por vez primera sentado en una mecedora, en aquella casita de suelo rústico y paredes sin revocar, en la que solo necesitaba alzar la vista para tener conmigo a mi madre y mis hermanas. A punto estoy de arrancarle las primeras páginas. Me niego a saber lo que contienen a fin de que el retorno sea completo. No importa lo que diga Cărtărescu: que repetir aquello no es posible, que frente al gran portal que fue aquella lectura esta puede ser tan solo una puerta dibujada en la pared. Confío en que lo vivido pueda devolverse y ser eterno.

Poeta y narrador. Nacido en Cartagena de Indias. Con "La gravedad de los amantes" obtuvo el XI Premio Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad Industrial de Santander en 2016. Reside actualmente en España.

scroll to top