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¿La pelota se desinfla?

La peste hizo ver las costuras del negocio del fútbol. Contratos que no caben en la cabeza de la clase trabajadora. Esa clase trabajadora que debe pagar por la entrada a un estadio de fútbol cifras exageradas como sucede en España. Jugadores como James Rodríguez, inflado por la prensa deportiva colombiana, que pasan más tiempo en Instagram que entrenando.

Copa de Libertadores

Final de la Copa Libertadores. Imagen de Yezid Arteta

El sábado 30 de enero encadené dos partidos. Uno en Inglaterra, otro en Brasil. El duelo del Arsenal contra Manchester United acabó sin goles, pero fue un partido de fútbol: intensidad, alternativas de gol, habilidad en el manejo de la pelota, encadenamiento de pases y buen rollo entre los jugadores. Luego vino la final de la Copa Libertadores entre Palmeiras y Santos en el mítico estadio Maracaná de Río de Janeiro. Dos equipos del Estado de São Paulo, motor económico de Brasil, que por el cierre de varias plantas automotrices corre el riesgo de convertirse en un parque de chatarra como ocurrió con Detroit en el llamado “Cinturón del Óxido” de los Estados Unidos.  

Jugadores como James Rodríguez, inflado por la prensa deportiva colombiana, que pasan más tiempo en Instagram que entrenando. Directivos, recortados de una escena de American psycho, que han llevado a la quiebra a clubes que parecían solventes.

La final entre Palmeiras y Santos es una vergüenza para el fútbol. Uno de los peores partidos que he visto en mi vida. Un match protagonizado por una veintena de atletas disfrazados de futbolistas, incapaces de encadenar tres pases seguidos, cuya virtud era la correr sobre el césped como locos, hacer zancadillas y pegar a la bartola. Alexi Stival, entrenador del Santos, encomendó la suerte de su equipo a los dioses tal como se vio en la camiseta que lucía durante el cotejo: una extravagante imagen de la Virgen María con el Niño. El fútbol brasilero ya no depende de la habilidad del futbolista y la estrategia del entrenador, sino de lo que puedan hacer las divinidades. La ridícula política que gobierna a Brasil también se ha tomado al fútbol. 

La peste mundial hizo reventar las costuras del balón. Los partidos sin público son como sesiones de entrenamiento. Nada más que agregar sobre esto. El momento que vive el fútbol lo resumió muy bien César Luis Menotti en su habitual columna del diario Sport : “Vamos a estar juntos para soportar la tristeza y que después será fácil organizar la alegría y el fútbol.” 

El Linares es un equipo de tercera división, quebrado, con una plantilla de jugadores que luego de entrenar deben ir a trabajar de camareros o de ayudantes de construcción para ganarse la vida. 

La peste hizo ver las costuras del negocio del fútbol. Contratos que no caben en la cabeza de la clase trabajadora. Esa clase trabajadora que debe pagar por la entrada a un estadio de fútbol cifras exageradas como sucede en España. Jugadores como James Rodríguez, inflado por la prensa deportiva colombiana, que pasan más tiempo en Instagram que entrenando. Directivos, recortados de una escena de American psycho, que han llevado a la quiebra a clubes que parecían solventes. Hinchas embrutecidos a los que el fútbol les importa un comino porque lo importante para ellos es la violencia en si misma. Personajes caprichosos como el técnico del Sevilla, Julien Lopetegui, que luego de jugar por la Copa del Rey con el Linares de Jaén, se quejó del estrecho camerino y la calidad del césped. El Linares es un equipo de tercera división, quebrado, con una plantilla de jugadores que luego de entrenar deben ir a trabajar de camareros o de ayudantes de construcción para ganarse la vida. 

Estamos aún en el túnel de la peste. Algunxs hemos superado la prueba del virus. Otrxs no han tendido la misma suerte. Entre ellxs amigos y familiares. El semanario The Economist, del que Karl Marx era asiduo lector, como es costumbre publicó las predicciones del mundo para el 2021. ¿Qué predicciones, Comején, tienes sobre el fútbol y el negocio del fútbol? 

Escritor y analista político. Blog: En el puente: a las seis es la cita.

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