“Soy una optimista pesimista. Porque aún quiero creer que todo estará bien, incluso si sé que no.”
La frase no es mía. La leí hace poco en The Guardian y es la respuesta que le da la escritora Chimamanda Ngozi Adichie a uno de los editores del diario cuando le pregunta si se ve a sí misma como una persona optimista o pesimista. Me quedé pensando que tal vez yo sería incapaz de dar una respuesta rápida y segura a esa cuestión. Tengo la costumbre de repasar titulares en la prensa colombiana porque no puedo ni quiero desligarme de mis propias raíces y porque necesito estar informada.
Vicio profesional, hábito sin remedio, ejercicio mental… Ya no sé. El caso es que ahí me tienes, cada mañana, mojando el café entre líneas que pueden generar toda clase de sentimientos en cuestión de minutos, y devolverme a la consciencia del tiempo pasado y presente en un bucle interminable.
Lo que ayer me podía dar rabia, hoy solo me arranca una mueca de hastío. Serán los años, será que, con el paso de los años, la perspectiva coge confianza y se acomoda en tu hombro sin darte la oportunidad de respirar para sosegarte, para tomar impulso y seguir adelante con la indignación. O a lo mejor será la resignación. Será que la comprobación de que todo sigue en el mismo sitio, de que muy pocas cosas cambian a pesar de lo evidente, te obliga a cerrar los ojos para no echarte a llorar cada mañana.
Sin embargo, persisto. El acto mismo de abrir el periódico, aunque ya no deje tinta en las manos, es un acto de fe. Necesitas encontrar sentido, insistes en recorrer cada sección en busca de esperanza o incluso, adquieres la habilidad de darle la vuelta a las noticias más aterradoras para auto convencerte de que si alguien se ha tomado la molestia de registrarlas, entonces hay posibilidades de modificar la realidad. La mierda no puede ocultarse bajo una alfombra por tiempo indefinido y si alguien es capaz de levantarla para que el hedor inunde toda la habitación, entonces será imposible de esconder.
6.400 personas presentadas como bajas en combate por el ejército colombiano entre 2002 y 2008. 6.400 razones para creer que no hay lucha más legítima por la verdad.
21.000 víctimas de secuestros por parte de la guerrilla de las FARC entre 1982 y 2012. Una de cada 10 nunca volvió a su casa. 21.000 motivos para defender a toda costa el derecho a la libertad.
421 líderes sociales y defensores de los derechos humanos asesinados entre 2016 y 2020. 421 gritos para preservar y enaltecer el significado de la dignidad.
Optimista pesimista, así me siento hoy. Como la extraordinaria Chimamanda Ngozi que, sin saberlo, me robó una sonrisa enorme al terminar de leer la entrevista que le hicieron en The Guardian.
¿Hay algún libro que se haya quedado contigo mucho tiempo después de haberlo leído? – Le preguntaron.
¡Tantos! – Respondió- Cien años de soledad. Lo leí a los 10 años y grandes fragmentos todavía están muy vívidos en mi mente.
Así es, querida. En la tierra de la eterna soledad seguimos, como tú, aferrados a cualquier aliento milagroso que nos salve de la devoración colectiva.