Se conmemoran este año 700 años de la muerte de Dante Alighieri, el ‘Poeta Supremo’ (Florencia, 1265–Ravenna,1321) Ambas ciudades están planeando celebraciones extensas, mientras que en Roma, el museo Scuderie del Quirinale está planeando una exhibición llamada “Inferno” que comienza el 5 de octubre y se extiende hasta enero de 2022. Aquí un breve cuento de literatura fantástica donde el poeta es protagonista y trasciende el tiempo en un espiral de la imaginación.
Barrio San Diego, calle Don Sancho Esquina
Primero fue la curiosidad, después la gratitud, tal vez la fidelidad a un viejo y querido hábito. Posiblemente, sólo quería ser algo más que un oficinista que de noche regresa a casa, lee una y otra vez las páginas de Dante y luego observa largamente las manchas en el disco de la Luna.
Entonces destinó su vida a la escritura de otro poema, que hubiera escrito el florentino si el tiempo fuera clemente. Lo hizo con la fe de quien se reconoce mortal, con la firmeza de propósito que sólo da la venganza o el amor.
Hizo suya la lengua toscana (esa donde la palabra mar suena antigua como el mar), y aprendió, como su casa, la morada de aquel hombre que se le antojaba digno: estudió la longitud de cada calle en que proyectó su sombra, el ornamento de sus muros, la variedad de palomas en sus plazas, el color de las plumas que volaban al paso del poeta y su amigo Cavalcanti.
Aprendió la historia oficial y aquellas verdades dispersas entre líneas, páginas y pinturas de aquel tiempo. No catalogó un mundo, una suma de cosas entre cosas, fue un verbo habitando la Florencia que leía, tan ajena al barrio San Diego, calle Don Sancho esquina, que asomaba por su ventana.
Participó de cada mutación en la obra del maestro, conjeturó las dudas y resoluciones de aquel que entregó su alma a Beatriz Portinari. La misma ninfa imaginada que una noche mojó la cara de nuestro hombre, cuando también recordó aquella entrevista niña de su infancia.
Llegó a preguntarse si esa entrega era locura, pero entendió que más allá de las contingencias cada hombre decide lo que contienen sus días, el albedrío de conducir su fe hacia aquello que haga menos dilatadas las estaciones de la vida.
Esa noche se dio a las últimas correcciones, suprimió una modernidad, introdujo un arcaísmo. Las palabras coincidían con las líneas que el propio poeta hubiera escrito, leyó la última página con íntimo regocijo (en una línea de la página final sintió el perfume de la palabra rosa, cuando leyó la palabra rosa), luego miró largamente a la Luna por la ventana; recordó que no la había visto en casi cincuenta años.
Ahora no comprende por qué ha despertado esta mañana en una cama que no es la suya, y ve por la ventana el río Arno en su curso de siempre bajo el Puente Vecchio, y sobre sus aguas esa luz que no existe en los sueños.