Los 22 hombres salen al trote por la boca del túnel. Son atletas. Poseen los kilos justos para correr, saltar, cabecear, amagar o driblar con un balón de cuero sintético que pesa alrededor de 450 gramos. Los oncenos C. E. L’ Hospitalet y Orihuela C.F. se enfrentan en el césped artificial del estadio de fútbol de Bellvitge, el barrio obrero de Hospitalet de Llobregat. Torneo de segunda división B de España. Las autoridades, previos controles sanitarios, autorizaron un aforo reducido de espectadores para un estadio que tiene capacidad para albergar a 6740 personas. Ramón Luque, vicepresidente del C. E. L’ Hospitalet, me ha invitado. Resulta extraño arengar a un equipo cuando se tiene la nariz y la boca cubierta con una mascarilla.
Media hora antes del partido quedé con Ramón en la parada de metro Hospital de Bellvitge. En las afueras del estadio nos esperaba Lucho, un amigo de lucha y bohemia. El estadio, inaugurado en 1999, fue el campo de béisbol de las Olimpiadas de 1992 en Barcelona. En ese mismo lugar la novena cubana liderada por Omar Linares, el más grande pelotero que ha dado la Isla, se alzó con la medalla de oro. El lanzador Orlando “El Duque” Hernández, ganador de cuatro series mundiales con los Yankees de New York y los Medias Blancas de Chicago, hizo parte de aquel mítico team cubano.
A la hora programada -19:00 horas del 4 de abril de 2021- el central se llevó el silbato a la boca. Aplausos y ovación. El balón empezó a rodar. Era Domingo de Resurrección, según los evangelistas. En una de las tribunas se observaba a un pequeño reducto de hinchas agitando una bandera mientras coreaba: ¡Hospi! ¡Hospi! Es la manera como los seguidores llaman al club C. E. L’ Hospitalet. Los comentaristas deportivos locales llaman “riberencs” a los futbolistas del club en vista de que la ciudad está atravesada por el Llobregat, río que vierte las aguas en el Mediterráneo. Junto al delta se levanta el aeropuerto internacional El Prat. Un delta plagado de aves. Antonio Gallego, el halconero del aeropuerto, entrena a las aves de rapiña para alejar a los pájaros. En mayo de 2108 hubo un caos en el aeropuerto cuando una bandada de gaviotas se estrelló contra un avión.
Hace cuatro años el Hospi era un club en ruina. Adeudaba más de un millón de euros a la seguridad social. Una nueva directiva, con el apoyo de algunos pequeños empresarios locales, decidió salvarlo. No era tarea fácil, más cuando se tiene que competir con el superpoderoso Barça y El Español en la disputa por ganar seguidores. Empezaron la remontada cubriendo una deuda de 300 mil euros con Hacienda, democratizaron la toma de decisiones, apostaron por el fútbol base, desplegaron las categorías femeninas y mejoraron la actividad en las redes sociales. Hoy día cuentan con 550 niños y niñas entrenando y compitiendo con los colores del Hospi.
Jordi Alba, el lateral zurdo del Barça, nació y creció en Hospitalet de Llobregat, uno de los municipios con mayor densidad de habitantes del continente europeo. Hasta setenta mil personas viven en un kilometro cuadrado según las estadísticas de la Unión Europea. La apacible comarca agrícola se convirtió en pocos años en un entramado de edificios habitados por inmigrantes de las regiones más empobrecidas de España. Luego llegó la inmigración latinoamericana, especialmente de Ecuador, Bolivia, Perú, Colombia y Republica Dominicana. Hospitalet de Llobregat fue unos de los pilares del crecimiento económico de Catalunya, allí encontró el capital la mano de obra para incrementar su plusvalía. Miles de obreros salían cada día a trabajar en las factorías del área metropolitana de Barcelona. La precariedad, especialmente entre los inmigrantes, es hoy día la normalidad. Muchos padres inscriben a sus hijos en las escuelas de fútbol con la ilusión de que algún día el crío brille y consiga un contrato con uno de los grandes clubes. Las posibilidades de que esto ocurra son muy remotas. No basta con entrenar para jugar como Jordi Alba. El talento viene desde el vientre de la madre. Pero, la disciplina deportiva sirve para formar una tabla de valores y educar la voluntad.
Minuto 20. Se juega a un ritmo vertiginoso. Ninguno de los equipos especula. Al borde de la raya los dos entrenadores gesticulan, se retuercen y gritan a sus pupilos. No se han sentado un segundo. Un rugido sacude la grada en los que se concentra el mayor número de espectadores. Manuel Expósito Salinas, el espigado goleador del Hospi, acaba de anotar. Por la megafonía del estadio un locutor canta el gol de manera atropellada. El gol es el summum del fútbol. El orgasmo del hincha. Por ese tanto, Salinas recibirá unos 50 euros de plus que se sumarán a su salario mensual. La mayoría de los jugadores del Hospi son mileuristas y deben realizar trabajos adicionales para llegar a fin de mes. Es un club pobre que hizo el propósito de pagar la seguridad social a toda la plantilla. Un club pobre pero generoso: donan equipamiento a discapacitados y niños de África que se desviven por el fútbol. Jugadores que ganan poco pero que se dejan la piel en la cancha. En la temporada 2020-2021 obtuvieron tres triunfos: líderes en su grupo, ascenso de categoría y la Copa Cataluña. El club se ha propuesto subir a Segunda A y mejorar sus ingresos sin tener que acudir a un multimillonario del Medio o Lejano Oriente. No es fácil conseguirlo porque no tienen la capacidad para retener a los jugadores que sobresalen. Los ojeadores no los pierden de vista.
La situación económica de C.E. L’Hospitalet, es similar a la de cientos de clubes femeninos y masculinos que juegan el fútbol en los cinco continentes. La peste ha empeorado el panorama, pero esta no es una razón para que el omnipotente empresario Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, se atribuya el papel de “salvador” del fútbol, mediante una patraña patrocinada por JP Morgan, el gigante de Wall Street, y cohonestada por el staff del programa futbolero “El Chiringuito”. El fútbol no necesita “salvadores” porque es una actividad deportiva, una pasión, una religión y un sentido de pertenencia para millones de practicantes y seguidores. Los mercachifles del fútbol crearon una burbuja que les estalló en la cara. Encarecieron el valor y los contratos de los jugadores hasta vaciar las arcas de los clubes de primera línea. Una cosa es el fútbol y otra el negocio del fútbol. El fútbol es de los jugadores y los seguidores y el negocio del fútbol es una actividad económica, elitista, oligárquica, que no ha dudado de emplear la corrupción y métodos gansteriles para llenar las alforjas de unos cuantos.
Mientras escribo esta columna observo un retrato que tengo colgado en una de las habitaciones de mi casa. Es la plantilla del Junior de Barranquilla, mi equipo en Colombia. El club volvió a la primera división en 1966 luego de una sequía económica. En la fotografía hay cinco jugadores de rodillas. El jugador del centro apoya sus manos sobre un balón de cuero real. Son ellos: Dida, Quarentinha, Othon Valentín, Pepe Romeiro y Othon Da Cunha. Los cuatro primeros hicieron parte de la selección absoluta de Brasil. Dida ganó el mundial del 1958 en Suecia. Estos jugadores hoy costarían miles de euros, y sólo podrían acceder a ellos los clubes millonarios. Los mercaderes han trastocado y contaminado el fútbol.
Oscurece. Las luces del estadio están encendidas. Orihuela, el equipo alicantino empata el partido antes de finalizar el primer tiempo. Los jugadores del Hospi volvieron del camerino más resueltos. En el minuto 49 el árbitro pita un penalti a favor del local. En los minutos 54 y 76 vuelve a marcar Manuel Expósito Salinas. Cobrará 150 euros de plus. C.E. L’ Hospitalet se ha impuesto 4 x 1. Trajimos suerte, bromeo a Ramón. Las mascarillas tapan nuestras risas.
Vamos, le digo a Lucho. El toque de queda empezará a las 10:00 de la noche y son más de las nueve.