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Whitesplanning o cuando una blanca viene a explicarte qué es ser migranta

Y entonces caí en que por mucho que llevemos años aquí, décadas, una vida; incluso cuando algunas participen en la vida política y cultural de forma activa aquí, nos siguen viendo como un bloque monolítico. Y si salimos de ese bloque, pues ya no somos “eso”.

Silencio

Silencio. Imagen de Kristina Flour en Unsplash

Que no te confunda mi cantidad de melanina. Fue la respuesta que le di a una amiga muy progre, muy blanca y europea, que me explicaba lo mucho que sufrían las madres migrantas del cole de mi crío, y la cantidad de problemas que sufrían por su “condición” y que yo no era capaz de entenderlo. 

¿Say what? Recuerdo que pensé (sí, en la intimidad pienso en mayúsculas y en inglés).

Me han pasado cosas raras en mi vida como migranta, y esta ha sido una de las buenas. Porque claro, si una habla de corrido, mira a los ojos y sostiene la mirada a la interlocutora, y encima hace algún comentario capcioso, irónico, informado de vez en cuando, entra en otra categoría. Una categoría mágica, la de migranta integrada que también mágicamente deja de serlo y entonces, así mágicamente deja de sufrir las discriminaciones que nos toca comernos con patatas y calladitas, y resulta que incluso hasta tiene privilegios europeos (spoiler: esta categoría no existe).

Recuerdo también a un amigo bastante querido al que después de un buen rato de conversación le expliqué (sí, casi le confesé) lo duro que había sido -bueno, es, pero este tiempo verbal no lo usé- integrarse en la sociedad catalana.  Y él va y me suelta: “però què dius noia?! Si tu ja ets catalana”. “Ep, no, no! Parlo la llengua, Jxxx estimat, i de fet, estimo aquesta terra, però no, no sóc ni em sento catalana i tampoco crec que he de sentir-lo, jo sóc sudaca”, recuerdo que le contesté en la lengua de Llull con mi acento sin ‘eles geminades’ e incapaz de pronunciar la s y la c de forma diferente. Y él me miró extrañado y no supo qué responder. 

Y entonces caí en que por mucho que llevemos años aquí, décadas, una vida; incluso cuando algunas participen en la vida política y cultural de forma activa aquí, nos siguen viendo como un bloque monolítico. Y si salimos de ese bloque, pues ya no somos “eso”. Y no son capaces de vernos en nuestros múltiples pliegues y matices. Si no eres la señora (“pobrecita ella”) menuda, morena, de rasgos marcados, que habla bajito, que pide permiso, que te trata de usted, que pide ayuda para rellenar el formulario de la beca que está en catalán, porque aunque lleve diez años aquí no logra comprenderlo (“pobrecita ella, es que tú no entiendes lo mal que lo pasan”), pues no, no eres migranta. Como vas a ser migranta tú, si mides más de 1.70 m, si sales a la calle en verano prácticamente bañada en crema solar factor 50, si no vas vestida con ropa de segunda mano o de mercadillo, si llevas hasta bisutería de marca. 

Y por tanto, como no eres migranta, no has sufrido las colas eternas de Extranjería, el trato denigrante de la funcionaria de turno; el miedo de que no te vayan a renovar el contrato indispensable para luego renovar el permiso de trabajo. Si no eres la migranta latina que las blancas europeas quieren que seas, entonces no has sufrido la angustia por la posibilidad de perder los ‘papeles’, esos que te permiten ir tranquila por la calle (bueno, tranquila de aquella manera) porque sabes que si te para un poli de paisano, no te abrirán ningún expediente de expulsión. 

Si no respondes al estereotipo de latina (¿de buena y sumisa latina?) entonces no tienes idea lo que implica llamar para preguntar por ese piso en alquiler y que te estén dando fecha de visita, pero cuando te notan el acento te dicen que ya está alquilado. Qué vas a saber tú lo que es el miedo de encontrarte de noche con un par de nazis borrachos en el metro mascullando en contra de los inmigrantes, y que en ese momento suene el teléfono, sea tu pareja y prefieras no contestar, porque sabes que escucharán tu acento y no quieres ni imaginar lo que podría pasar. 

Cómo vas a saber tú, que tienes la piel más blanca que la mayoría de las catalanas, lo que es sufrir porque por mucho que le dijeras a la funcionaria del Consorci de Normalització que no hablabas ni entendías catalán, porque no llevabas ni dos meses en Barcelona no quiso hablarte en español, y no pudiste inscribirte en el curso básico de catalán, y te sentaste a llorar sola en un banco de Plaza Cataluña. 

Qué vas a saber tú, que no eres morena ni necesitas ir a servicios sociales, lo que es tener que ir a trabajar y no tener con quien dejar al crío con 40 grados de fiebre porque no tienes abuela, madre, hermana, prima o tía con quien dejarlo (porque muy poca melanina tendrás, pero no te da el sueldo para canguros). Qué vas a saber lo que es llorar a gritos sola en tu habitación porque no puedes ir al funeral de tu familiar tan querido que acaba de fallecer al otro lado del charco, porque no puedes permitirte pagar mil euros de pasaje ni mucho menos pedirte días de excedencia en el trabajo para poder ir a abrazar a tu madre y consolarla.

Dime qué vas a saber tú si no eres migranta. Eres “otra cosa”, esa extraña categoría mágica, porque si fueras inmigrante no me contestarías con ironía, no me criticarías ni me dirías que te hago Whitesplanning, bajarías la vista y la voz, y no me cuestionarías. Más bien agradecerías a tu amiga blanca y europea que te explica toda didáctica y educativa quiénes son y quiénes no son las migrantas. Pero qué malagradecida, esta sudaca.

Comunicadora, que alguna vez fue periodista. Con el corazón entre Santiago de Chile y Barcelona. Madre y feminista. El futuro será sostenible o no será.

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