“Cali extrañaba tanto la rumba que empezó a bailar contra el gobierno. Y todos saben son los mejores bailarines del país” (Mensaje anónimo de WhatsApp)
El Gobierno de Duque, indolente, sordo a los clamores de la gente, agresivo con el despilfarro y mediocre en su gestión política, minimizó lo que hace rato rondaba en la mente de los colombianos: agotamiento frente a la soberbia. Haciendo trizas el proceso de paz que impulsó el Gobierno de Santos e incapaz de leer el momento histórico, dedicándose a gobernar para los grandes empresarios y para sus amigotes de la bancada del Centro Democrático, ¡Duque empezó mal!
En lugar de ir al reencuentro de esa otra Colombia, de la ruralidad y la marginalidad, con inversiones reales que le dieran presencia al Estado y programas de apoyo económico al campesinado para brindarle posibilidades; con intervención para llevar escuelas y universidades de ladera, lo que ha hecho es exacerbar el enojo y la rabia tanto tiempo contenidas, al volver con paños de agua tibia y con prácticas que han demostrado su inviabilidad en tiempos pasados: la fumigación con glifosato y la mera presencia militar. ¡Qué visión tan miope!, volver al modelo de la presencia del ejército como sinónimo de presencia estatal. No, el campesinado ya no es el mismo de esos tiempos oscuros que el uribismo quiere mantener.
Iras represadas
¿Cuántas reformas tributarias? Y siempre el rico es más rico y el pobre más pobre.
¿Cuántas reformas laborales? Y cada vez el empleo es más precario, todo porque hay que adaptar la legislación para que lleguen los inversionistas.
¿Cuántas veces se le han hecho reformas a la salud? Y el sistema cada vez más colapsado, menos humano. Mientras se da la movilización contra la tributaria, avanza un proyecto de ley que aleja para la mayoría la posibilidad de acceso a buenos servicios.
¿Cuántos ministros(as) de Educación han propuesto su reforma, esa sí “para tener la mejor educación del mundo”? Y los jóvenes se gradúan y no tienen ni las competencias necesarias ni logran trabajos dignos.
Cali es un reflejo de lo que bulle en el resto del país. La respuesta masiva y airada de los caleños que permanecen en las calles, aun con el toque de queda, se mantiene pacífica e inamovible en los bloqueos de vías clave de la ciudad en donde todas estas noches no han dejado de hacer sonar sus cacerolas. Es el grito inconforme a unos dirigentes –hay que decirlo, de aparentes variadas ideologías- que han decepcionado su confianza. Una dirigencia que deja caer mendrugos de su mesa, mientras se ataruga con el botín del presupuesto, de lo público, de lo que es de todos.
No han tenido escrúpulos, han asaltado el sistema de salud, roban los dineros de la alimentación estudiantil, se apropian de los recursos destinados para infraestructura escolar, ponen en riesgo la vida de la gente haciendo construcciones que en cualquier momento colapsan –planes de vivienda, puentes-; cuando se acaba la plata del presupuesto, acuden a empréstitos con entidades internacionales, se inventan planes educativos y asesorías que maquillan a su antojo y que sólo contribuyen a mantener en anormalidad académica a las escuelas. La educación pública se rajó en la atención a los estudiantes y las familias en este último largo año. No se observó la diligencia en la ejecución de contratos para que los niños y jóvenes de escuelas, colegios y universidades pudieran recibir educación virtual, cuando el 40% no tiene, o es insuficiente el internet en sus hogares, y deben lograr acogerse al modelo de alternancia.
Son estos jóvenes sin empleo, desatendidos por la educación pública, inconformes y molestos con esta dirigencia inepta –del gobierno central y gobiernos regionales que se han vuelto “mercado de negocios con los bienes públicos y las necesidades ajenas”-, los que lideran las marchas de protesta, no sólo en Cali, sino en todo el país. “La corrupción y el desgobierno hacen de la ciudad un infierno. Gritos y acusaciones, mentiras y traiciones, hacen que la razón desaparezca”. Esta estrofa de la canción Hipocresía de Rubén Blades es una imagen muy cercana de la explosión social que se vive desde el 28 de abril, inicio del paro nacional en Cali, Bogotá, Medellín y otras capitales y ciudades intermedias de Colombia.
Una generación digital que ya no traga entero. Por las bondades de Internet estos jóvenes tienen la posibilidad de triangular información y construir un criterio propio, no se dejan manipular y están prestos a desenmascarar los fantasmas del miedo, del odio y de la polarización que alimentan, por estos días, los medios de comunicación afectos al gobierno. Es esta nueva ciudadanía a la que debemos seguirle apostando en los proyectos educativos: niños y jóvenes que hacen uso inteligente de sus dispositivos electrónicos, que leen de manera crítica el mundo, que se apropian de la experiencia y de los legados culturales que abundan en los portales de Internet y los utilizan para aportar a la transformación del mundo que les tocó y, especialmente, para dignificar sus vidas. Es el ciudadano que asume lo público como propio, que se hace partícipe, propone y vigila la gestión pública. Como lo expresa William Ospina:
“Esa idea de que todo lo resolverá un gobierno es tal vez la más nefasta y la más empobrecedora de todas, no solo por el poder sobrenatural que les atribuye a los políticos, sino por el papel tan irrelevante que les deja a los pueblos (2020)”.
No es el ciudadano que se confabula con los políticos de turno, es el ciudadano que les recuerda quiénes y para qué fueron elegidos. Es el ciudadano que increpa y exige que cumplan con su deber, el que no se deja comprar en época de elecciones con dinero, una hoja de zinc, un sancocho, una “tamaliada” o con trago, el que no se deja engañar con “pan y circo” y exige inversión social. Es el joven que reclama educación pública de calidad porque sabe que es el único camino para su crecimiento personal, porque es la única manera de darle un rumbo distinto a su vida y el único escenario en el que podrá moldear sus sueños.
La indignación que se vive en las calles no puede tomarse, de nuevo, como algo pasajero. La gente no se está manifestando solamente contra la reforma tributaria que pretende imponer este gobierno, esta es una olla a presión a la que por años se le ha seguido echando candela. Son los ladrones de cuello blanco –los de Odebrecht y sus socios, los Nule, los Moreno Rojas, los Musa Besaile- que purgan bajas condenas y luego saldrán a disfrutar lo que robaron del erario público, son los políticos -tipo Andrés Felipe Arias- que actúan para beneficiar a su clase política, son los gobernantes que se dedican a la feria de contratos que llenarán sus bolsillos y los de sus compinches.
Es el aumento retroactivo de salarios de los congresistas que autorizó Duque al terminar 2020, son las enormes cuantías destinadas a equipamiento militar. Es el cinismo de los congresistas que armaron viaje a Miami, para “asuntos de su oficio” y de paso ponerse la vacuna que en nuestro país se está suministrando a paso de tortuga, que se negaron a entregar los 14 millones mensuales que les dan por “viáticos” y siguen desde las colchas en sus casas desactivando la cámara para la reunión virtual.
Son los elefantes blancos, en todos los rincones del país, que quedan como testimonio del despilfarro oficial. Son la cantidad de líderes sociales, ambientales, indígenas, firmantes del acuerdo de paz, mujeres, población LGBT, asesinados bajo la mirada cómplice del Estado. Es el palo en la rueda que este gobierno ha venido poniendo al proceso de paz. Un gobernador indígena dijo sobre las muertes de sus autoridades: “es como si en Colombia hubieran asesinado a cuatro gobernadores de departamento”.
¿Por qué avivar este fuego perverso, en lugar de resolver las problemáticas que alimentan la desigualdad social y las distintas modalidades de violencia que seguimos viendo en todo el territorio nacional? No lo entiendo. Lo que sí tengo claro es que todos podemos ser parte de la solución, desde nuestro oficio como maestros podemos recuperar el sentido de hacer política como escenario para el beneficio común y de la escuela para comprender y ejercer las bondades de la democracia.
Mientras escribo estas líneas, 1 de mayo, la ciudad sigue en pie de lucha. Cientos de motociclistas retan las medidas restrictivas por el toque de queda y se pasean por la ciudad con gritos contra el gobierno y contra la reforma tributaria. Muchos de ellos enarbolan la bandera de Colombia para recordarnos que este es un asunto de todos. Son los jóvenes, en su dolor, en su ímpetu por hacer lo que las generaciones pasadas no pudimos hacer. Como dice el epígrafe, son los rumberos caleños que, además de “azotar baldosa”, sueñan con una Cali equitativa e incluyente y quieren construir la paz que tanto necesita nuestro país.
Mi celular revienta con los mensajes que circulan y se reenvían. Es la marcha y la protesta no solo en las calles, sino en la voz a voz, “al instante”, que permite el prodigio de estos dispositivos; ahora sí es cierto que “entre cielo y tierra no hay nada oculto”, todo nos llega por las redes y no hay nadie mal informado, sino aquel que no tiene “buenos contactos”. Por este medio me llega un mensaje ejemplarizante del alcalde de Jamundí, Andrés Felipe Ramírez, en el que pide al gobierno nacional retirar la reforma tributaria y nos recuerda los móviles de esta indignación colectiva: “La pobreza y el desempleo tienen desesperada a la gente… a pesar del tapabocas la indignación ha hecho que el pueblo alce su voz y lo está haciendo a través del paro”.
Como dice la sabiduría popular: cuando los cambios no vienen de arriba, estos deben provocarse desde abajo. Otros mensajes de WhatsApp muestran la forma artística y creativa como la gente se las ingenia para unirse a la protesta: los estribillos, las canciones, las camisetas decoradas con palabras llenas de hondas y saetas, los pasacalles y las pancartas inquietantes, las letras sugestivas de Rubén Blades, la letra de “A prueba de fuego” del grupo Niche: “Defender un país… con mis principios,con mis ideales… defender una tierrano sé si ajena” como trasfondo de imágenes de la protesta en los barrios, los retoques agudos a imágenes de Duque, de Uribe y sus áulicos; los grupos musicales que rápidamente inventan letras y ponen en escena lo que está pasando en el país, otros toman el fondo musical de “Cali ají”, pero dicen:
“Si por la quinta vas pasando… es que el paro nacional estás apoyando… y fiesta y rumba de la democracia… y fiesta, fiesta… que no todo vale en esta rumba… por la vida”.
En momentos que el país reclama serenidad y sensatez a sus gobernantes, quisiera que este ambiente combativo, generoso, solidario y creativo que se respira en Cali nos sirviera de ejemplo para darle un timonazo al manejo del Estado y emprender, de una vez por todas, la construcción mancomunada de la paz.