Un hombre ha trasformado su espalda en un cartel: 6.402 falsos positivos, está escrito. En el omoplato izquierdo se lee: 105 disparos. Y en el centro un S.O.S COL. Su espalda, con manchas rojas, es su territorio de lucha. Su cuerpo es el arma y la bandera. Un adolescente imperturbable ha teñido con tinta roja su camiseta rota a la altura del corazón. Las gotas de sangre simulada alcanzan a la bandera que lleva atada a la cintura junto a la de los indígenas. Con un tapabocas, también enrojecido, y con las manos en alto, posa para las fotos. Junto a él una joven alza un tablero con la imagen de una indígena con el puño en alto: Por la dignidad, resistencia.
Un niño ha escrito en un cartón: Justicia para Héctor: Pereira resiste. Otros carteles piden que cese la horrible noche en Cali y pan y justicia para todos. Cientos de anuncios piden al genocida Uribe que se vaya. El cese del genocidio a que está siendo sometido el país es una voz unánime. Y entre letreros, bailes y gritos, un joven paisa grita desconsolado pidiendo perdón a sus abuelos por haber votado por el uribismo. Su voz se pierde entre la multitud, y él logra desahogarse a gritos. Yo le pido que me cuente algo frente a mi cámara, pero no está para eso. Está para llorar.
Una niña, entre tanto, sentada en la calle, pinta la bandera y escribe: Fuerza Colombia. Una agraciada mulata se ha echado a sus espaldas un gran cartel que reclama rescatar la democracia. ¡SOSColombia, nos están matando¡, se oye en la Plaza del Sol de Madrid mientras, a las 9 de la noche, la gente prende velas contra el estado narcoterrorista que gobierna a su patria desde hace tantos años.
Son marchas con amor desde la distancia. Desde el corazón de España, Colombia rebota en el cielo madrileño con fuerza y patriotismo. Entonces irrumpen en medio del gentío tres hermosas danzantes que al son de “Cantando/ cantando yo viviré/Colombia tierra querida”, saca el alma de los presentes con ese coro casi celestial que ilumina los rostros y constriñe el alma. Siento el calor de una lágrima, lenta y profunda, bajar por la mejilla. Es un momento de comunión con la lejanía, con la nostalgia y con la rabia: allá, del otro lado del Atlántico están asesinando a un pueblo que ha salido a las calles para protestar contra cientos de años de injusticia.
Con megafono en mano, se agitan las consignas hasta quedar casi sin voz. Entonces nos recuerdan que a las 9 termina el permiso para la manifestación. Se entona el Himno Nacional, se recoge las basuras y una larga procesión sale del parque El Retiro y poco a poco se va dispersando por las calles. Una bandera cubana, otra argentina y una colombiana se juntan en la esquina junto a un cartel: “Que lo injusto no nos sea indiferente”.
Es una de las manifestaciones más grandes que he visto en muchos años en la capital española. Gentes de todas las condiciones sociales, tanto colombianas como latinoamericanas y europeas se dan cita para denunciar que hay un país llamado Colombia, gobernado por una narcodictadura, y que por estos días, cuando el pueblo ha salido a protestar por la imposición de una reforma tributaria que mete mano al bolsillo de los más pobres, ha desatado contra él la furia de sus órganos policiales, militares y paramilitares. Con la cifra de más de 30 muertos, (a las 9 de la noche del 8 de mayo), 800 heridos y cerca de 100 desaparecidos, la solidaridad internacional se hace notar en las calles y parque de toda España.
En Barcelona, en Valencia, en Zaragoza, en casi todas las capitales provinciales los colombianos salen con sus banderas y sus consignas a luchar por su país. La distancia no es obstáculo para asumir con rigor el deber de acompañar las luchas nacionales. Y no es para menos. Cada familia, incluso a nivel personal, tiene vínculos muy profundos con la tierra. Sus padres que están atrapados en una residencia de Cali, o el hermano en un retén de la Panamericana, o el estudiante desaparecido, o el asesinado la noche anterior.
Todo el pueblo está tocado por la violencia estatal y todos los colombianos que estamos fuera lo sentimos en carne propia. Y la ola de protestas se extiende por toda Europa. De París nos reportan una manifestación casi igual que la de Madrid. Con los mismos gritos, el mismo pesar, la misma rabia. Las calles de Europa están coloreadas con el amarillo, el azul y el rojo de nuestra bandera. A estas alturas, el pueblo colombiano se siente más fuerte.
Sus más de 5 millones de ciudadanos que han tenido que irse del país por diferentes razones, han vuelo sus ojos a su tierra para decirle que no se han olvidado y que, al contrario, asumen la tarea de denunciar los crímenes que se cometen en Colombia sin el peligro de ser asesinados. En Bruselas, más de 1.000 personas se congregan, frente a la sede del Parlamento Europeo, para asumir la vocería de su pueblo.
En Moscú, en Berlín, en Roma sucede los mismos. Calan tanto las manifestaciones que la propia Unión Europea se solidariza y pide al gobierno uribista respetar el derecho a la protesta, parar la fuerza bruta y promover unas negociaciones serias con los integrantes del Comité Nacional de Paro. Y el ejemplo se traslada al sur de América. En argentina, los horrores del gobierno colombiano se difunden en imágenes en el Obelisco de la Calle Corrientes.
La poesía, la danza, la pintura, música, todas las artes hacen de Internet un continente inmenso donde denunciar los crímenes en Colombia. Y empujan a los organismos internacionales a proununciarse. La Organización de Estados Americanos, OEA, se ve obligada a condenar la desmesura. La Organización de las Naciones Unidas ONU, también se pronuncia en contra de los desmanes de Iván Duque, el presidente. Incluso senadores de los Estados Unnidos urgen al gobierno de Beiden a suspender inmediatamente la ayuda militar a Colombia. Todo esto ha sido posible gracias a la presión de las manifestaciones en todo el planeta difunidas por las redes sociales.
Es la primera vez que esto sucede con tanto vigor y tanta conciencia. Que yo recuerde, no hay precedentes de tan masivas movilizaciones en favor de un pueblo latinoamericano que está siendo atacado por su propio gobierno. Por la noche volvemos a casa, pero el alma se ha quedado en las calles o se ha ido a Colombia a abrazar a los seres queridos acosados por un régimen criminal que está dispuesto a todo, incluso a matar, con tal de mantenerse en el poder.
Un pueblo que ahora se siente acompañado y que al régimen no le será fácil seguir asesinando impunemente a más LUCAS, pues por la misma fuerza del coro mundial por Colombia, diferentes ONG y entidades veladoras de los Derechos Humanos, ya les han advertido a los asesinos que más temprano que tarde, tendrán que responder ante los tribunales internacionales de justicia.