Estaba feliz, como cuando me como una placa entera de chocolate con caramelo sin parar y sin pensar. Estaba borracha de alegría después de haber escuchado el discurso de Karmen Epinayu en la plaza principal de Berna el día de la huelga de mujeres en 2019. Lina M. Figueredo me advirtió de su desconfianza frente a tanto pink y yo seguía embebida en la ovación que le hicieron a Karmen. Cuanto más me alejaba de la plaza más me acercaba a los restaurantes llenos de mujeres blancas comiendo después de la movilización masiva. Las atendían hombres no blancos, hombres migrantes, hombres sin voto, sin empleo y sin salario fijo. Lo tenía claro: soy más cercana a cualquiera de esos hombres marrones, negros, migrantes que sirven a las mujeres suizas hambrientas después de huelga que a esas mismas mujeres.
Este junio se cumplen dos años de haber visto la primera manifestación multitudinaria en Suiza. Estaba embebida de esperanza. Mientras en Colombia las calles se llenan de gente, en Suiza un conversatorio es considerado un éxito contundente si reúne 20 personas. Estaba contenta de participar de una manifestación masiva y además de mujeres en las calles. No es para nada común en este país que algo, cualquier cosa, sea multitudinario. Había miles de mujeres en las calles. La intención era reaccionar frente a la adopción en 2018 de la ley federal sobre la igualdad entre mujeres y hombres que no preveía ninguna sanción frente al no respeto de la igualdad salarial. Las organizaciones femeninas y sindicales en todo el país convocaron una jornada de manifestación para exigir igualdad salarial y la llamaron huelga de mujeres. En 2019, Suiza ocupaba el cuarto lugar en desigualdad salarial en Europa y seguía cargando con la deuda histórica de ser el último país del continente en otorgar el derecho al voto femenino. El terreno estaba abonado para una manifestación inédita.
Tiendo a emocionarme prematuramente, sobre todo cuando se trata de movilizaciones sociales que despiertan mis pasiones y me sumerjo de cabeza en falsas promesas de transformación social. Lo mismo que me sucede durante los primeros minutos de las películas de Disney. Las movilizaciones masivas y Disney logran con éxito sus manipulaciones psicológicas conmigo. Menos mal que solo es durante el preámbulo. Cuando participo de una movilización se apodera de mí el sentimiento de cohesión social, que además en la huelga de mujeres se sumaba el hecho que estaba siendo parte de un suceso histórico en Suiza, suficiente para tener una ceguera momentánea por exceso de azúcar en la sangre. La visión vuelve lentamente cuando empiezo a darme cuenta que el pink está por todas partes, que no es una ola violeta, es una ola pink. No es que no me guste el color pink es que desconfío profundamente de él.
Durante los meses precedentes a la huelga, las mujeres migrantes mostraron claramente su descontento frente a la reivindicación principal de la huelga feminista: la igualdad salarial. El comité de la huelga, porque siempre hay un comité con dudosa legitimidad, convocó al diálogo a las “otras mujeres” con el fin de incluir sus opiniones. La principal reivindicación no repercute en la vida de las mujeres migrantes porque la mayoría no tienen un salario y menos un empleo estable. Tuve la impresión que nuestros cuestionamientos no eran tomados seriamente. Aún la tengo. Las “otras mujeres” nos dedicamos al trabajo doméstico, al cuidado de la familia, de los ancianos, de los niños, de la alimentación, mujeres profesionales precarizadas, mujeres indocumentadas, mujeres excluidas por su lengua o religión. También tenemos que lidiar con el miedo constante de agresiones, vigilancias y concesiones diarias de género. ¿Cómo podemos adherir a esta bandera de igualdad salarial? Como si el empleo fuera un derecho dado a cada persona en Suiza. Quisiera gastarme el azúcar de todo su pink edulcorado gritando: !La lucha es por todas!, !Si no luchamos por todas no luchamos por ninguna! Tal como me enseñaron en Pernambuco.
Nunca antes había sentido tanta necesidad de gritar esa consigna. La misma necesidad de que lleguen las propagandas y mover las piernas en medio de la película Disney navideña que me veo a petición de las niñas de mi familia. Pongo pausa, miro por la ventana y me pregunto ¿cómo sigue habiendo tanto engaño descarado? Es igualito que Disney: una ficción de participación. Nos invitan a participar de una huelga que nunca nos ha pertenecido, ni siquiera los horarios de las asambleas, ni la lengua en la que discutimos, ni los temas que tratamos, ni la bandera y mucho menos la toma de decisiones. El lugar de la toma de decisión hasta una parte de las activistas suizas lo desconoce. Intuyo es el mismo lugar donde escogen el tipo de pink de cada año. Me toca coger el control remoto y poner pausa a la película de Disney, reflexiono mirando por la ventana y me pregunto si tengo o no que hacer un ejercicio pedagógico con las niñas de la familia y explicarles las mentiras de la película. ¿Será que me toca explicarles a mis colegas suizas por qué su consigna de igualdad salarial es puro privilegio? ¿Es una cuestión de explicación?, ¿es una cuestión de conocimientos? Les debería explicar que las “otras mujeres” somos discriminadas no sólo por ser mujeres, sino por ser ciudadanas de segunda clase, por pobres, por precarias, por nuestra apariencia, por cómo hablamos o por cómo nos movemos, por lo que decimos, por nuestra religión y hasta por nuestros maridos y parejas. ¿Ellas piensan que deberíamos estar agradecidas porque nos invitaron a la huelga? o ¿será que les muestro en la cara que su pudín pink indigesta? y que su consumo crónico nos oprime a todas?
El día de la huelga, en el discurso oficial en Berna, la capital, cuatro mujeres no blancas tuvieron la palabra. Tres de ellas son colombianas. Por un segundo me entusiasmé otra vez, autoconvenciéndome que había un reconocimiento de la experiencia y saberes de las luchas de las “otras mujeres”. Autoconvenciéndome que nos reconocían como mujeres empoderadas de nuestras propias luchas y nos dejaban de ver como objeto de emancipación del yugo de los hombres del Sur. Sin embargo, había demasiado pink que perturbaba la fiabilidad del ambiente. ¿Era realmente un reconocimiento? Aunque no podía creer que estuviera viendo a esas dos mujeres colombianas ser ovacionadas en una plaza llena de mujeres blancas en Suiza, el pink estaba recubierto de escarcha y eso no me daba buena espina.
Este año, después de un periodo de trabajo en Colombia, me di cuenta de que algo en mi sistema digestivo había cambiado, ahora no puedo ni oler ese aroma del pudín pink. En marzo debuté el retorno a Suiza, siendo la cuota mujer joven- migrante-no blanca en una reunión del sindicato en conmemoración de los 50 años del voto femenino. Varias cuotas cumplidas de un solo tiro. Asumí con mis ovarios que haga lo que haga siempre seré impertinente e incómoda, así que hice público lo siguiente:
“6 febrero, para mí misma,
Un día antes de festejar los 50 años del voto femenino en Suiza, preparando mi intervención como cuota «mujer – migrante» en el sindicato, veo el documental sobre el asesinato de Marsha P. Johnson en mi sala.
Un documental sobre la lógica de exclusión del sistema de justicia moderno, aceitada y decorada por la clase media blanca. La misma que permite que yo aún no pueda votar ni trabajar dignamente en el país donde tengo mi hogar.
¡Es contra esta lógica, sus formalidades y su pus que hay que luchar!
Marsha, desde el pasado directo a mi constelación de heroínas, me enseña la lucha de esa mujer que quiero ser. No tengo filial con la mujer blanca burguesa. Soy de “las otras” y quiero estar allí con ellas.
Esta noche, Marsha, te veo en cada pestañeo recordándome los espíritus revolucionarios que dejan pura siembra. La lucha continúa y pertenece a quienes la amasan en la rebeldía e irreverencia de vivir más allá de las normas y en su deseo. Con la misma fuerza de la primera flor que rompe el hielo invernal en Suiza. Con la candela subterránea de la semilla sembrada.
Y que reverbere en nuestros cuerpos: ¡Justice for all!”
Si nos siguen llamando para tomarnos una foto y ser la cuota morenita de algunos segundos en el film de la huelga de mujeres, pues seguiremos siendo las incómodas e inconvenientes que gritan que “faltan más, faltamos más”. Seguiré defendiendo que las luchas son múltiples y la justicia social indivisible. Nadie nos puede imponer una esquizofrenia edulcorada dónde nos toca escoger si ser del Sur o ser mujeres para que seamos personajes más fáciles de digerir como en cualquier película Disney para el gran público.
¡Por las Pocahontas ñoñas, putas, rebeldes y sobrevivientes de naufragios!