Los cinco helicópteros sobrevolaban el desfiladero. El incesante ruido de los rotores creaba una atmósfera de cine bélico. Un sonido atronador, como si viniera de la garganta de una bestia mesozoica, progresaba por la escarpada carretera. Eran las voces de cientos de miles de personas agolpadas sobre las márgenes del asfalto. Un piquete motorizado de la Guardia Republicana, luciendo el uniforme azul de la gendarmería francesa, apareció en la recta. Volteé la mirada hacía Lucho e Iván y les dije: tengo como deseos de llorar. Yo también, dijo Lucho. A mi me pasa lo mismo, agregó Iván. Una emoción que no podíamos explicar. Estábamos en una de las 21 curvas de herradura de Alpe d’ Huez, el mítico puerto de montaña que en 1984 ganara Lucho Herrera. Era sábado 25 de julio de 2015 y un martillante sol alpino azotaba nuestras pieles tropicales. Las cámaras de televisión montadas sobre el fuselaje de los helicópteros filmaban y repartían la señal para el mundo.
Tras las motocicletas de la Guardia Republicana venía en solitario el corredor francés Thibaut Pinot. Le faltaba poco para llegar a la meta de la etapa 20 del Tour de France. Treinta segundos después apareció Nairo. Nairo Quintana. Con la ayuda de su paisano boyacense Winner Anacona había dejado atrás al líder Chris Froome e iba por Pinot, por la etapa y por el maillot amarillo del Tour. Lucía el maillot blanco como el joven mejor clasificado. Parecía flotar. Las mandíbulas apretadas como las del indio que ilustra las cajetillas de cigarrillos Pielroja. El maillot enjuagado de sudor. Lucho, Iván y yo nos volvimos locos. Corrimos tras él envueltos en una bandera de Colombia. Vivíamos esos instantes en los que el ser humano pierde toda temeridad y puede saltar una valla de dos metros, precipitarse por un abismo, enfrentarse a un dragón o morir arrollado por un camión.
El pasado domingo 30 de mayo un chico de pueblo ganó el Giro de Italia. Egan Bernal, un muchacho de mirada serena y carnes justas, que dos años atrás se había consagrado en los Campos Eliseos como el mejor del Tour. Una proeza con apenas 22 años. El más joven en conseguirlo en 110 años de historia del glamuroso Tour de France. En 2018 era sólo un gregario de Froome y Thomas en la alta montaña. Es parte de una generación de jóvenes que han salido a buscarse la vida en otros lugares del mundo. Chicos que deben asimilar nuevos hábitos, valores culturales e idiomas diferentes al suyo. Sufren, por momentos, la soledad y la segregación de cualquier inmigrante. Es una lucha constante contra la adversidad. Algunos no lo soportan, claudican y vuelven al país. Otros como Rigoberto Urán, Miguel Ángel López, Fernando Gaviria, Sergio Higuita, Daniel Martínez, Nairo Quintana y Egan Bernal han conseguido brillar por su disciplina y perseverancia, dos cualidades que juntadas con un poco de suerte, son las claves para soñar y ganar.
En una columna que escribí en julio de 2016 para la revista Semana -entonces una revista plural- aseguraba que el boxeo es el deporte más duro. Un boxeador compite mientras es castigado por su adversario. Cuando es derribado por un golpe debe oponerse al instinto de supervivencia que le ordena quedarse tendido en la lona para no morir. El boxeador se levanta, grogui, para seguir luchando. Después del boxeo, el ciclismo de ruta es el deporte más estoico, en el que más se sufre. El ciclista -empinado sobre un cuadro con dos ruedas, manillar, transmisión, frenos y sillín- se lanza sobre el asfalto a probar suerte o seguir a rajatabla la estrategia del manager que dirige su equipo. La naturaleza es implacable con los ciclistas de ruta. En una misma etapa los ciclistas pueden toparse con ráfagas de viento, granizo, lluvia o un despiadado sol. Contra los caprichos de la naturaleza y contra las debilidades de su organismo, debe luchar el ciclista. El corredor acaba la competencia con el rostro cadavérico, el cuerpo esquelético y lacerado por las caídas. Es por esta razón que el público que se aglomera a los lados de las calzadas aplaude al primero y se apiada del ultimo de los corredores. El ciclista sufre muchísimo y gana poco, si se le compara con otras disciplinas deportivas.
Soy futbolero, pero creo que el ciclismo es el deporte que mejor define el carácter del pueblo colombiano. La mayoría de colombianos y colombianas vienen al mundo con las papeletas marcadas. Con cero o mínimas oportunidades para conseguir una movilidad social ascendente. A mero empeño el individuo abre un hueco por el que asoma la cabeza. Cuando asoma la cabeza alguien que está más arriba le pone la pata encima. Lo maltrata, pero el individuo no se amedrenta. Vuelve a asomar la cabeza, hace un esfuerzo y se pone de pie. Con los pies sobre el suelo camina, corre, pedalea sobre una realidad que le es adversa hasta que consigue dominarla, como lo hace un ciclista. Quizá sea esto lo que explica las emociones que sentimos cuando un ciclista colombiano, uno de los nuestros, alcanza la cima.