Mónica Granda, periodista, exiliada en Suiza, concejal del Movimiento Ensemble à Gauche de la ciudad de Ginebra, es hija de Rodrigo Granda, uno de los hombres más destacados de la antigua guerrilla de las FARC-EP.
Mónica es también la realizadora del documental Reescribiendo el exilio, producido por el Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP) y la Comisión de la Verdad, que tiene como objetivo visibilizar el exilio colombiano. EL COMEJÉN estuvo conversando con ella y esto fue lo que nos contó:
¿Mónica, cuánto tiempo llevas exiliada en Suiza y porqué?
Llegué a Suiza hace 15 años como refugiada política en el 2005, tras el secuestro de mi padre por el Estado colombiano. En ese momento el presidente era Álvaro Uribe Vélez. Este secuestro se dio en territorio extranjero y fue una más de las actividades de la seguridad democrática impuesta por Uribe que ejercía el terrorismo de Estado; y que incluso cruzó la frontera y llegó hasta Venezuela. En una operación encubierta secuestró a mi padre.
En ese momento, el resto de la familia, mi madre, mi hermana y yo, tuvimos que salir refugiadas para poder salvar nuestras vidas. Y digo refugiadas porque nosotros los exiliados no salimos diciendo “me voy a exiliar” en un país extranjero. Nosotros salimos primero que todo salvando la vida. Salimos porque se nos impide estar en Colombia, porque nuestra vida corre peligro. Entonces, en ese sentido, es mucho tiempo después que las personas que pasamos por eso nos damos cuenta que, en definitiva, lo que estamos haciendo es vivir en exilio.
Desde mi historia personal pienso que ese exilio lo he vivido desde muy temprana edad, desde que tengo uso de razón. Mi padre pertenecía al Partido Comunista, siempre ha estado en la izquierda y desde muy niña me enseñaron a que yo en Colombia no podía decir que mi papá pertenecía a la izquierda. ¿Por qué? Simplemente porque las personas de izquierda sufren persecución por parte de los estamentos políticos y de seguridad del Estado. Entonces he vivido un exilio incluso dentro del propio territorio nacional, porque no podíamos expresar el ejercicio político tranquilamente dentro de lo que se hace llamar una democracia. Tanto es así, que mis quince años los tuvimos que festejar fuera del país, porque en ese momento mi padre pertenecía a la Unión Patriótica y estaban haciendo una arremetida feroz. Estaban asesinando a todos los dirigentes políticos y sociales, incluso los presidenciales de la UP.
Mi padre hacía parte del aparato de comunicación y propaganda del movimiento. Fue amenazado y sufrimos un atentado donde vivíamos. Así que a mis quince años tuvimos que salir por primera vez, toda la familia, para salvar la vida. Aunque, como digo, en ese momento salimos para poder salvar la vida, no sabíamos que éramos refugiados. Nos acogieron en Nicaragua, donde en ese momento gobernaba la izquierda, y allí escampamos, como se dice. Escampamos de la arremetida violenta del Estado, y tres o cuatro años después volvimos al país. Desafortunadamente ya entonces habían matado a mucha gente de la UP; uno de los genocidios que ha vivido el pueblo colombiano y que recién está siendo reconocido por entidades internacionales.
Hablar del exilio es complicado para mí. En principio, uno sale para salvar la vida y abandona todo. La familia, la casa, lo más querido, todo. Abandonas todo para poder salvar la vida y finalmente llega la categoría de exiliado, por no poder en el país y no poder ejercer la palabra, la política, en medio de una democracia que no lo es.
¿Cuál es el programa del Movimiento Ensemble à Gauche del que eres concejal?
Yo salí elegida por la coalición de partidos de la izquierda que se llama Ensemble à Gauche (Juntos a la izquierda). Esta es una coalición que integra varios grupos, y en definitiva salimos elegidos siete al Concejo Municipal y hacemos parte de los 80 concejeros municipales que trabajan políticamente por la ciudad de Ginebra. Como su nombre lo indica, somos un partido de izquierda, y pertenezco a él porque está en defensa de los derechos de los trabajadores y en contra de los salarios precarios. Tiene también un programa que va hacia la cobertura de las ayudas sociales para el conjunto de la población; que pide la baja de las primas de la seguridad de salud porque en este momento están muy altas y queremos que la salud sea asequible a toda la población.
También aboga por un programa fiscal que cobre impuestos a los más ricos, y que haga una redistribución de toda esa riqueza al conjunto de la población. Es un grupo que trabaja en defensa de la ecología, en contra de la discriminación y hace una reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres, y defiende también una acogida digna para las personas migrantes. En definitiva, es un programa que lucha por los derechos sociales y las reivindicaciones más básicas del conjunto de la población.
Por supuesto, no se puede comparar la situación en Suiza con Latinoamérica, pero aquí también se vive la precariedad, aquí también se vive la pobreza y Ensemble à Gauche lo que intenta es luchar políticamente por la defensa de todos esos derechos, sobre todo los de los trabajadores. También se lucha por un cambio en el sistema económico actual capitalista, que es un sistema que no le conviene al conjunto de la sociedad. En ese sentido, lo que nosotros aspiramos es a proponer un cambio y tener un nuevo sistema donde las necesidades de los seres humanos en general, sean cubiertas. No puede ser que el destino de la humanidad sea maximizar los beneficios para los ricos o para las grandes multinacionales o para los grandes privilegiados fiscales.
Nosotros seguimos creyendo en la inversión pública que responda a las necesidades de la población, a generar empleo, a ayudar a las personas que están en la precariedad, a desarrollar una tecnología que no atente contra la economía, a promover una educación y una cultura para todos. En definitiva, un sistema donde la prioridad sea realmente la vida de las personas y el bienestar, y no un sistema que piense solamente en los beneficios para los más ricos. Como seres humanos esa debe ser la aspiración. Por eso aquí en Suiza me siento parte integral de un partido que lucha por esos derechos como lo hubiese hecho, y como lo hago desde aquí por Colombia.
Hace unos días presentaste, junto a la Comisión de la Verdad de Colombia, el documental Reescribiendo el exilio. ¿Por qué este trabajo? ¿Cuál es el objetivo?
Cuando se comenzó a hablar de la Comisión de la Verdad en Colombia, después de la firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno y las FARC, a mí me pareció que era muy importante hacer parte de ese proceso desde el exterior, porque abre la posibilidad de que los colombianos podamos tener acceso a una parte de la verdad; una parte de la historia que no se conoce porque ha estado sometida de los intereses de los diversos partidos políticos que se han sucedido en el poder y que responden a las oligarquías de nuestro país.
Entonces, el hecho de que se diera el proceso de paz, de que en Colombia se pudiera abrir una brecha a la construcción de un nuevo país también pasaba por eso, porque de cierta forma, todos los que estamos afuera -y los que están dentro en Colombia- hiciéramos parte del esclarecimiento de los hechos.
Yo nací en un país en guerra. En ese sentido, me parece que tengo derecho a tener acceso a la verdad, pero también me parece que tengo el deber de contribuir a construirla desde mis vivencias, desde las vivencias de todos los que hacemos parte de esa Colombia que está en el exilio; los que tuvimos que abandonar el país obligados por las circunstancias políticas. Me pareció que el eco de la nuestra voz, de los que estamos afuera, retornaba en Colombia si nos sumábamos a este esfuerzo y eso fue lo que pasó. Se crearon más de 28 nodos de trabajo de la Comisión de la Verdad a nivel internacional y se han recogido hasta hoy más de 1.800 testimonios. Eso nos habla de la amplitud y del compromiso que tienen todas estas personas que están en el exilio, con la construcción de una Colombia diferente.
Dentro de ese trabajo que adelanta la Comisión, se empezó a hablar de la segunda generación del exilio. Es decir, los hijos de los exiliados, los que nacieron fuera o los que salieron muy pequeños con sus padres, que tuvieron que construir sus vidas siendo colombianos en un país extraño y en una sociedad diferente. Y es algo que me toca a mí porque la primera vez que yo salí de Colombia tenía quince años, y en realidad, he tenido que construirme en países ajenos a mi tierra de origen. Es por eso que cuando la CEV empezó a desarrollar un trabajo con las diferentes generaciones de exiliados y yo supe que se estaban dando esos encuentros, me sentí movida por el deseo de profundizar y de registrar un poco qué era lo que se estaba dando.
A mí me parece que tiene que quedar una huella, tiene que quedar memoria de todo esto que estamos construyendo porque si no queda huella es como si no estuviéramos haciendo ese esfuerzo, y a través del medio audiovisual me parece que es lo más indicado. Pude participar de uno de los encuentros y tener acceso a algunos registros que se habían hecho con anterioridad y surgió la idea de hacer este documental Reescribiendo el exilio que intenta dar voz a los hijos de familias exiliadas, y que intenta sacar del anonimato y de la invisibilidad el fenómeno del exilio colombiano. Un exilio que tiene a más de 500 000 personas por fuera de Colombia. Un exilio que no se reconoce ni se auto reconoce, porque en Colombia no se sabe que hay 500 000 personas exiliadas. Se dice que Colombia es una democracia, y se supone que las democracias no deben generar exiliados, pero bueno, es Colombia y pasa que hemos tenido una nación en exilio, que continuamos produciendo exiliados por causa de la intransigencia política y de querer cerrar todos los espacios de diálogo del Estado, del gobierno con los opositores, a las personas que están reivindicando derechos sociales y económicos fundamentales.
El objetivo del documental es darle voz a los que no han tenido la posibilidad de expresarse y de contar su historia. Dar a conocer lo que es la vida del exilio vivida desde los ojos y el sentimiento de aquellos niños que tuvieron que salir del país porque sus padres hicieron parte de la militancia política que se oponía al establishment.
En él hablan los hijos de esos hombres y mujeres comprometidos con cambiar el país y que un día creyeron que era posible hacerlo dentro de los límites que imponía la democracia. Militantes y padres que terminaron asesinados, torturados, desaparecidos y cuyas familias tuvieron que salir corriendo del país o quedarse en la clandestinidad.
El objetivo también es que entre nosotros mismos nos demos cuenta de que el hecho de que estemos unidos fuera de Colombia también nos hace fuertes, y que creando todas estas redes de ayuda y coexistencia podemos contribuir con la paz de Colombia. Nosotros contamos con una gran parte de verdad de lo que ha sucedido en el país y esa parte de la verdad tiene que ser escuchada tanto al interior de Colombia, como en el exterior.
¿Qué crees tú que pueden hacer los y las colombianas exiliadas por el país en este momento?
Pienso que ante todo hay que despertar la solidaridad internacional. No podemos quedarnos indiferentes o apáticos frente a la situación que se está viviendo en Colombia. Creo que, en cualquier parte, donde estemos, podemos crear grupos y colectivos de apoyo, ya sea a nivel político, de acompañamiento a las delegaciones que vayan al país, a nivel de denuncia y no solamente ante las autoridades gubernamentales del país de acogida sino ante los organismos internacionales de derechos humanos.
Se pueden hacer manifestaciones, marchas de apoyo, hablar con los medios de comunicación y hacer sentir desde aquí la presión, porque lo que no podemos hacer es dejarlos solos y que el resto del mundo esté indiferente respecto a lo que está viviendo Colombia. Creo que hay denunciar ese régimen represor que viola los derechos humanos, que ataca a los movimientos sociales y movimientos populares que están reivindicando sus derechos, que los está atacando como si fueran enemigos, como si se estuviera en medio de una guerra.
En realidad, lo que está haciendo el Gobierno de Iván Duque es utilizar la vieja doctrina del enemigo interno para aplastar al movimiento social, y a los jóvenes que dejaron de tenerle miedo a la represión y a la muerte que han querido imponer, a través del paramilitarismo, los que están en el poder; una amenaza que viene desde el Gobierno de Uribe y que se ha mantenido hasta hoy. Eso son veinte años en el poder. Y diría yo que son más de veinte años de opresión y barbarie que hemos tenido que sufrir.
Nosotros los exiliados somos fiel testimonio de que la política en Colombia no se ha podido hacer nunca por la vía de la protesta o desde la oposición, como se pudiera hacer en cualquier democracia, como se vive aquí en las democracias europeas, por ejemplo.
Desde Suiza, a través de las intervenciones que hemos podido hacer con nuestro grupo de trabajo, o con el grupo de trabajo Resistencia, Ensamble à Gauche y trabajando con los verdes y los socialistas, hemos podido lograr que el Concejo Municipal de Ginebra aprobara una declaración en contra de todas las violaciones de derechos humanos en medio de las protestas que se están dando en Colombia y en contra de la represión y el uso ilegal de la fuerza pública, en contra de los manifestantes y en contra de las movilizaciones sociales y populares.
Una declaración que tuvo 43 votos a favor, no solamente a nivel de la comuna, sino a nivel del Concejo Federal. Stéfanie Prezioso, que es una concejal a nivel nacional, ha interpelado en dos o tres oportunidades al Concejo Federal para que se manifieste sobre la ayuda que está dando Suiza al proceso de paz, y que el Concejo Federal suizo les explique a los ciudadanos a dónde van a parar los dineros que Suiza aporta para que se de la paz en Colombia.
Como aquí tenemos en Ginebra la oficina de los derechos humanos de Naciones Unidas, hemos pedido una entrevista con la señora Michelle Bachelet, que es la alta comisionada para los derechos humanos, y tenemos para la próxima semana una entrevista con su equipo de asistentes y responsables de unidades en América Latina para tratar el tema.
Todas estas acciones lo que buscan es denunciar la situación que se está atravesando en Colombia y que se visibilice al máximo la violación a los derechos de los manifestantes, y sobre todo que se haga respetar el derecho que tienen los pueblos a manifestarse por la reivindicación de sus derechos sociales y políticos. Yo pienso que esas imágenes y audios que nos llegan todos los días desde Colombia han conmocionado a la comunidad internacional, y hemos tenidos desde muchas partes palabras de aliento y apoyo a las personas que están allá y se mantienen en lucha en las calles de Colombia.
Ahora que ocupas un cargo público en Ginebra y vives el ejercicio político diferente a como se ejerce en Colombia, ¿volverías a tu país?
Yo nunca he podido ejercer mi derecho ciudadano en Colombia. Salí a los quince años del país por primera vez y todavía no tenía la mayoría de edad para participar en política, aunque viviera la política en mi piel por los compromisos asumidos por mi padre. Compromisos de militancia política que lo acompaña hasta el día de hoy y que nos ha impregnado al resto de la familia.
Entonces, cuando uno sale de su país y llega a otro lugar, primero hay que acomodarse. Mientras no tengas la nacionalidad del país al que llegaste no tienes el derecho a ejercer la vida política en forma. Quiero decir, a votar, a elegir y ser elegido. Aquí en Suiza tuve que esperar doce años para tener la nacionalidad y durante esos años no podía presentarme a la política, pero una vez que obtuve la nacionalidad, me invitaron a participar y a mí siempre me ha parecido que desde el lugar donde uno esté tiene que hacer parte de la vida política y social e integrarse a nivel social.
Parte de la integración pasa también por tener sus puntos de vista y adoptar una posición política con respecto a lo que está pasando en el entorno. Y, efectivamente, no tiene ninguna comparación la vida política en Suiza con lo que pasa en Colombia.
Aquí se vive en medio del consenso donde todos los partidos tienen derecho a opinar, donde no se va a matar a otra persona porque piense diferente, donde hay instancias de participación ciudadana contenidas en la Constitución como son, por ejemplo, el referéndum, o la iniciativa popular donde una cantidad de ciudadanos pueden hacer propuestas nuevas y, si se adquiere la mayoría necesaria, esa voz es escuchada por el gobierno y el Estado, y se puede convertir en votación ciudadana.
Entonces, hay instancias e instrumentos que permiten que se ejerza la política desde abajo, sin necesidad de pasar por las maquinarias políticas de los partidos. Es por eso que es importante y es interesante estudiar y vivir la política en estos países. Es lo que se llama vivir en democracia y en Estado social de derecho, donde se les garantiza a las personas la participación en política, donde las personas pueden expresarse sin temor a perder la vida, como pasa en Colombia que cuando abres la boca te estás arriesgando, como ocurre lastimosamente con los defensores de derechos humanos, los líderes sociales y activistas en todo el país.
¿Cuántas generaciones hemos perdido? ¿Cuántos militantes a los que les cabía el país en la cabeza y que intentaron construir una experiencia diferente han sido asesinados? Nuestro deber es intentar abrir esos espacios de discusión, de diálogo, de derecho a participar en política, de derecho ciudadano para todos y que sean tenidas en cuenta las reivindicaciones, vengan de donde vengan, y que las personas que nos gobiernan respeten a los electores que los han puesto en el poder.
Cuando me preguntan si volvería a Colombia… pues es una pregunta difícil, porque después de estar tanto tiempo por fuera -volví por primera vez a Colombia en diciembre, después de veinte años- me sentía diferente en mi país. La gente me preguntaba que de dónde venía, como si yo no fuera colombiana, y yo no veía la diferencia, pero la gente percibía algo que no correspondía al 100 % con lo que es pertenecer a Colombia. Claro que no me sentí extrajera en mi país. Pero quiero decir que, después de estar quince años en Suiza, me he construido un camino, un entorno y una vida. Pensar en dejarlo todo nuevamente, pues me lleva a pensar qué es lo que yo puedo hacer en Colombia, cómo puedo construir algo, cómo puedo aportar y de qué manera me puedo incorporar en esa sociedad.
Son preguntas y dudas que tenemos todos los que vivimos fuera del país, porque siempre, en nuestro interior, está latente la posibilidad del retorno. Yo pienso que eso nos va a acompañar siempre, porque las raíces siguen estando ahí y hacen parte de nosotros, por más que hayamos creado un espacio en el país al que llegamos. La situación es tan compleja que, si uno piensa en retornar, pues en medio de esa convulsión uno se pregunta dónde encontrar un espacio para instalarse. Por el momento lo veo muy difícil. Tal vez mi aporte puede servir más desde aquí ayudando a hacer visible la realidad y lo que se está viviendo en Colombia. El retorno no lo echo en la cesta del olvido. Eso siempre está ahí y puede ser que algún día decida volver. Es un capítulo que no he cerrado todavía.
Como periodista, ¿cómo ves el ejercicio del periodismo en Colombia en este momento?
Dar la opinión y estar en contra, investigar al gobierno o a las personas que hacen parte del sistema político colombiano es como firmar una sentencia de muerte. En Colombia el derecho a la opinión no existe. Solo existe una red de medios que pertenecen a las élites y que expresan solamente sus intereses. Hablo de Semana, El Tiempo, y demás medios de comunicación que siguen las orientaciones políticas del actual gobierno y que las siguieron durante el periodo de Uribe, y que las han seguido siempre. Pero tengo la esperanza de que cambie, porque a pesar de que expresar la opinión contraria puede costar la vida, sí ha habido muchos periodistas comprometidos que se han mantenido contra viento y marea; que también han salido del país exiliados en México, España o Francia, pero que han retornado y han continuado con la pelea de mantener la voz en medio de la censura impuesta a través del miedo.
Tengo confianza en que todos estos medios alternativos que se han generado en los últimos años, y a través de las redes sociales y de la digitalización, se abre la puerta para que a nivel internacional se enteren de lo que sucede en Colombia. Es lo que ha ocurrido con las actuales manifestaciones que, a través de WhatsApp, Twitter o Facebook, se han podido ver en simultáneo las imágenes de las violaciones a los derechos humanos y de la represión de las fuerzas estatales contra los manifestantes.
Eso ayuda a tomar conciencia, a que desde el extranjero se vea con otros ojos la posición adoptada por el gobierno. Ese régimen dictatorial que intenta mantenerse en el poder. Tengo confianza en que todos esos apoyos que vienen de diferentes lados desde Colombia puedan contribuir a que se pueda ejercer el derecho a la palabra, a la discusión y a la disertación. El derecho a la disidencia política.
El rol de los periodistas en este momento es poder abrir esos espacios y contribuir a que se conozca lo que sucede en Colombia y a denunciar lo que está pasando. Porque lo que sucede en Colombia es sorprendente. A pesar de que nos ha costado tantas vidas, nos ha costado el exilio, y que seguimos teniendo muertos a diario a causa de la represión, mucha gente sigue resistiendo en medio de la represión y la muerte, y sigue tratando de expresarse y de luchar porque sus reivindicaciones sean escuchadas.
Desde aquí, lo que más me gustaría es que se pudieran abrir los espacios políticos y que Colombia tuviera derecho a construirse y hacer la paz. Porque solo en un pueblo en paz se puede construir futuro con dignidad, con igualdad de oportunidades para todos. En el fondo esa es la búsqueda. Por eso no podemos permitir que lo que estamos construyendo después de la firma de los acuerdos de paz termine en el vacío o saboteado por los mismos de siempre. Hay que creer y tener confianza en que nosotros podemos reescribir nuestra historia y contribuir a que Colombia sea diferente. Aquí, desde la distancia, yo pondré todo de mi parte por apoyar ese proceso.