¿Cuál sería su reacción si fuera, por ejemplo, al Museo Moderno de su ciudad atraída o atraído por el alboroto informativo sobre la exposición de un artista internacional y se encontrara, digamos, con una lata llena de excrementos del artista en mención? Título de la obra: “Mierda de artista”. Más allá un vaso medio lleno: “Vaso medio lleno de agua”. Luego, excremento humano recién depositado sobre un periódico en el centro de una sala.
El título del montaje no lo recuerdo. Luego se encontrará con un pan redondo y grande, partido a manera sándwich, y en medio otra rodaja del mismo pan. Título: “Pan con pan”. En una segunda sala sigue la exposición: “Mierda con mermelada”, se llama la obra de arte que es, un pedazo de excremento seco untado de mermelada. Ya lo ven. Al lado otra obra: “Piedra con crema”. Y ya se imaginan lo que es. Más allá un vestido de mujer grabado de flores tendido sobre un excelso vidrio: “Jardín”. Un charco de café sobre el piso, y al lado otro charco de leche: “Café con leche”
Pero, un momento. Antes de llegar al sitio de la exposición, en el amplio patio del museo, se ha encontrado usted con una gran charca de agua, formada por la lluvia torrencial de la noche anterior. En el centro de la charca un letrero: “Obstáculo”. Antes de la charca, un árbol frondoso de limones verdes. Los redondos frutos verdes han sido pintados con amarillo maduro. En el tronco hay un letrero: “Arte poética”.
Dentro del recinto hay más obras que admirar: “El tiempo”, un reloj colgado en la pared. “Cuba libre”, una mancha de ron y otra de coca cola.
No sé lo que usted pensaría. Yo quiero contarles mi reacción. Lo primero que se me vino a la cabeza es preguntarme qué tanto sé de arte. Y la respuesta llegó irremediablemente: nada.
El artista cubano más internacional del momento, Wilfredo Prieto, es el autor de casi todas estas obras que expuso en el Museo de Arte Dos de Mayo de la ciudad de Móstoles, la segunda ciudad de la comunidad de Madrid. La exposición se inauguró con una puesta en escena espectacular: una cuerda atada a la pata de una mesa, en la planta baja, que subía por las escaleras de los tres pisos del edificio, llegaba a la terraza y de allí seguía hacia el cielo. A unos cien metros de altura, un helicóptero inmóvil en el aire la sostenía: título de la obra, y en este caso de la propia exposición: “Cuerda atada a la pata de una mesa”.
¿Era la espectacularidad de esta última obra una forma de compensación de las obras anteriores, diminutas, hechas con elementos cotidianos, rutinarios, incluso asquerosos? ¿Buscaba Prieto el equilibro entre lo simple y lo complejo, lo grande y lo pequeño, la rareza y la cotidianidad? No lo sé.
Ejemplos de vanguardias del arte abundan. Fue Manzoni quien expuso “Mierda de artista” en el sofisticado Londres de las vanguardias. Fue allí también que otro artista expuso un cadáver para que la gente pudiera ver su descomposición en tiempo real. Y fue en Londres donde un grupo de teatro saltó del escenario al público, desnudos los hombres, restregaron los genitales a las mujeres, le sacaron las gafas a un asistente y se las pisotearon, y golpearon a un gran número de espectadores. Algunos de ellos tuvieron que ser hospitalizados.
Dice Luis María Anson, de la Real Academia Española, que hemos “llegado al límite del desprecio del actor por el público”, a quien consideran parte de una sociedad “hipócrita y hedonista”. Pero es lógico pensar, igual que Luis María, que esto no es obra de arte sino violencia pura. ¿Qué cree usted? Hoy estoy con ganas de preguntar. El tema lo merece. La obra de teatro se llama “Un poco de ternura, burdel de mierda”.
Wilfredo Prieto también nos sorprende con su “Mierda con crema”. ¿Desprecio hacía el público? ¿Crítica política, social, cultural? Porque, dicen algunos críticos, que los excrementos depositados por el artista sobre el periódico Granma, que eso hizo en Cuba en 2008, no era otra cosa que la delicadeza de Prieto para no ensuciar el piso, respondiendo a los que planteaban que era una devastadora crítica al órgano informativo del Partido Comunista Cubano. Pero el artista pregona el apolitismo de su obra.
Entonces, ¿provocación, tomadura de pelo, intento de liberar a los mortales de su aplastante cotidianidad? En todo caso, me viene a la memoria la teoría marxista de la desaparición de los artistas en las sociedades avanzadas culturalmente, pues en ella, todos estaríamos en condiciones de crear arte, de escribir poesía, de cantar nuestras propias rimas y sentir la intimidad de las cosas por medio del conocimiento. Pero es una teoría que no me da una explicación sobre la obra de Wilfredo Prieto.
No me queda otro remedio que hacer una pausa. Leer crítica de arte y revisar mi visión general sobre el arte en concreto.
Primero: “En Prieto no hay una poética constructiva, ni un gusto particular por las posibilidades estéticas de las formas artísticas”. La cita es de Gerardo Mosquera. Otra del mismo crítico: “Prieto es un inventor de imágenes fuertes, un narcisista de la imagen”.
“Prieto no se limita a mover un elemento corriente desde su lugar habitual a un contexto de arte donde la percepción de ese traslado trasforma su significado”: Cay Sophie Rabinowitz. “La contramemoria y los contraitinerarios reveló la potencialidad de los elementos caducos, excluidos de sus refinadas superficies, así como la de los espacios arruinados dejados fuera de sus principales trayectos de circulación”: Jonathan Crary.
Mientras cavilaba sobre cómo escribir un artículo sobre este particular artista, un vaso cayó de la mesa y se hizo trizas. Maldije. Y después pensé en cómo representar el momento del choque con el suelo y su correspondiente explosión cósmica, el hueco que hace en el alma, el susto del gato que salió corriendo. Se me ocurrió que podía llevar los pedazos de vidrio al museo, exponerlos en una mesa finísima y colgar el título de “Pedazos de susto”. Wilfredo simplemente llevaría los pedazos de cristal y pondría esto: “Pedazos de vaso roto”.
No me quedaré sin contar que un pintor colombiano pintó a una prostituta, regordeta y grotesca para una exposición en una de las más importantes salas de Quito, a la que acudió la flor y nata de la sociedad quiteña. El cuadro de la prostituta era el más admirado. El más real, decían, “parece que está viva”. La prostituta que había servido de modelo se enteró de la exposición y llegó en mitad del evento. La reconocieron. Pero no la saludaron. Poco a poco salieron, incluso los posibles compradores.
El pintor trabajó mucho tiempo para que este cuadro sea lo que es. Wilfredo habría llevado a la prostituta y la habría plantado allí unas cuatro horas por uno cuantos dólares: “Prostituta gorda”, sería el nombre de la obra. Así es Prieto. Me imagino los largos meses, incluso años, que habrá dedicado Cezane para concebir y pintar sus zapatos viejos. Wilfredo habría recogido un par de zapatos viejos del basurero y los hubiera llevado a la sala de exposiciones: “Zapatos viejos”.
Estas tres últimas obras de arte, es decir, “Pedazos de vaso roto”, “Prostituta gorda” y “Zapatos viejos”, de Wilfredo Prieto, que le he inventado, parece compaginar con el concepto de Cay Sophie, pues si trasladamos un elemento cualquiera a un contexto adecuado, el significado de los elementos se trasforma. Si la “Mierda” de Manzoni la vemos donde debe estar nos daría náuseas. Pero si está dentro de una sala de arte, y en el Londres de las vanguardias artísticas, entonces esa “Mierda” tiene otro significado: es una obra de arte.
El contexto de las salas de arte da categoría de arte a los elementos más simples. Por el sólo hecho de estar ahí, tenemos que inventar otra mirada, forzar otro razonamiento distinto al que no teníamos cuando estaban en sus contextos naturales aparentemente insignificantes. Acá significan todo. El pan es, sencillamente, la vida, y la mierda el bagazo del pan, la materia que contuvo la vida, el vehículo que transportó el prana hasta el fondo del cuerpo y el alma. Es la materia sacrificada del existir.
Pero también Prieto registra o lleva a cabo lo contrario: impone contextos a elementos naturales que se encuentran fuera de los museos para intentar darle otra lectura fuera de los museos y las salas de arte. Se muestra como “obstáculo”. ¿Se acuerdan de la charca a la entrada del museo, y del limonar con los frutos verdes que Wilfredo pintó como si ya estuvieran maduros? Pues Wilfredo tuvo el ojo artístico y vio en la charca una obra de arte y se limitó a bautizarla fuera del contexto cultural. Probablemente, la mayoría de la gente pensó que era una advertencia del conserje para que el público evite la charca y no ensucie sus zapatos. Cuando salieron del museo, seguramente la vieron de otro modo. Lo mismo que los limones.
Este es un aviso de que todo, sencillamente todo lo existente es obra de arte. No hay necesidad de ir a los museos para ver la belleza de los obstáculos o el hechizo de los despeñaderos. Ellos están ahí, todos los días, todas las horas tratando de despertar del sueño eterno a los mortales.