Me pregunto en esta época de avances e incertidumbres, de grandes retrocesos y pequeños triunfos, si la forma de comportarse de las distintas fuerzas políticas de izquierda y centro no obedece a esa particular génesis que tuvieron las organizaciones de izquierda a partir de la década de los sesenta motivadas por la expansión de las revoluciones mundiales y sus complejas relaciones y rupturas que tuvieron como consecuencia el surgimiento de las más variadas tendencias y matices que lo único que compartían en común era la forma dogmática y sectaria de sus prácticas políticas y grupales.
La fauna de la izquierda en el zoológico de la política sectaria
Recuerdo una conversación que tuve una vez con una vieja amiga, hace décadas desaparecida, en torno a ese circo romano que eran las asambleas universitarias. Como era bióloga criticaba con acento en su disciplina esa “fauna de la izquierda” devorándose a ella misma mientras la derecha gobernaba a sus amplias cabalgando sobre el clientelismo, la corrupción y la represión del movimiento social y político dividido por diferencias ideológicas. Mírelos -me decía Omaira- cada grupo un mundo aparte, distinto, formado de los mismos elementos, de las mismas necesidades, nutriéndose de las mismas ideologías, pero “distintos”, cada cual cargando su dogmatismo, su sectarismo, su úlcera política y sus amargas contradicciones.
Eran tiempos de militancias políticas e ideológicas en la que la “intelectualidad revolucionaria” llena de académica ignorancia, trataba de mostrarse vanguardia frente a una realidad que entendían a la luz de las revoluciones de otros pueblos, la que explicaban con la fluidez de sus dogmáticos discursos “científicos”, aprendidos de memoria y sin razón crítica. Sus disertaciones teóricas allanaban la crítica existencia de la gente convirtiéndola en un infierno de contradicciones entre el capital y el trabajo, la burguesía y el proletariado, revolución o reforma, ortodoxia o revisionismo.
Grupos dueños de la verdad absoluta de su militancia política, parados sobre un pedestal cargando citas textuales a sus espaldas como pesadas camándulas de sectarismo, predicando con dogmático oscurantismo una verdad que la mayoría de veces no alcanzaban a entender. Con una respuesta para cada pregunta, con una cita memorizada en extenso de cada autor, con una solución teórica para cada problema y un problema teórico para cada solución práctica, prefabricando revoluciones, trasladando esquemas incuestionables, modelos de revoluciones triunfantes, enmarañando el camino, perdidos en el maravilloso mundo del radicalismo verbal, combatiendo con demagogia la demagogia, parados como porteros a la entrada de los procesos de transformación anunciando a cada instante el fin del capitalismo y el advenimiento de la revolución socialista encaramados en un vanguardismo vacío de sociedad.
Militantes adscritos a todo tipo de partido fuerza o movimiento político, los que defendían la legalidad a medias y la combatían a medias, los que marchaban a la zaga de los acontecimientos inventándose un organismo para cada reunión, una plataforma para cada discusión, una discusión para cada acuerdo. Los que las cosas andan bien si son ellos quienes las dirigen; los de las retiradas tácticas; los dueños de la representatividad; los suicidas del paracaidismo político; los que siempre están donde no deben estar y se ausentan de donde los necesitan, las militancias de pasarela.
Frente a esa fauna un movimiento anarquista descriteriado, que le dio a la discusión forma de piedra, de bomba molotov, de orgasmo destructivo; que no estaba con nadie ni con nada; que creen que la organización sobra y se visten de una valentía sin límites, valentía de carnaval, los hombres fósforo, los de «ya y ahora», los que creen que la política tiene su centro de operaciones en los cojones, los de ni Dios, ni Estado, ni mierda.
Y en el caso colombiano la irrupción del movimiento armado dividido por las mismas contradicciones del movimiento político internacional, los prosoviéticos adscritos al Partido Comunista Colombiano, los prochinos militantes del Partido Comunista de Colombia (Marxista-Leninistas-Maoísta), los guevaristas seguidores de la experiencia cubana, todos enfermos de vanguardismo desarrollando más luchas internas que contra los enemigos enunciados.
Todos divididos y perseguidos por los mismos señaladores, las orejas largas, los cazadores de sospechosos; los que están en la nómina del servicio secreto estatal destinados a perseguir el hambre y la miseria por subversiva; los que intimidan la poesía y la música, desnudan conciencias, espían romances y lechos; los que amamantan el engaño, saben dónde están los desaparecidos y dónde los que hay que desaparecer; los que entristecen madres y novias y arrebatan a los niños las caricias de sus padres, su besos y sus promesas.
La década de los sesenta y setenta vio florecer todo tipo de organización y tendencia política en el marco del ordenamiento y las luchas de resistencia globales que caracterizaron la segunda postguerra, la guerra fría y el mundo bipolar. La mayoría de ellas inscritas en las luchas de liberación nacional y social y los procesos de descolonización que dieron origen a nuevos Estados y naciones libres y sirvieron de ejemplo al movimiento revolucionario mundial que en ese momento tenía un especial florecimiento y expansión en Asia, África y América Latina.
La nueva izquierda entre el maoísmo y el guevarismo
La década de los sesenta trajo consigo grandes rupturas a las tradiciones políticas e ideológicas heredadas de la revolución rusa y sus particulares y complejos desarrollos ideológicos entre el marxismo, el leninismo y el estalinismo que caracterizaron durante décadas la izquierda comunista mundial. Es en esta década que surge y se desarrolla la “nueva izquierda” a partir de la lectura de nuevos procesos revolucionarios que van a ser el sustento de una profunda crítica a los partidos comunistas que se mueven en torno a comités centrales burocratizados, con posturas reformistas, subordinados de manera absoluta a las dinámicas de la confrontación del mundo bipolar del occidente capitalista y el oriente comunista.
En el marco de esa nueva izquierda van a surgir, entre otras, dos expresiones que van a marcar profundamente los desarrollos políticos en América Latina y el mundo: El maoísmo con toda su carga ideológica, política y organizativa resultante del proceso, y la experiencia China que va a ser leída a rajatabla por distintos sectores de la izquierda y el Guevarismo, que alimentará la teoría del foco insurreccional y el humanismo revolucionario.
La lectura de la experiencia China conducida por Mao Tse Tung (Mao Zedong) va a dar origen a distintas tendencias cuya característica central será el ordenamiento y énfasis que hagan de sus ideas y procesos para el desarrollo de las revoluciones de los países de América Latina. En Colombia, literalmente, el maoísmo hizo explosión y se desarrolló a través de una infinidad de grupos, grupitos y grupúsculos que fueron expresión clara del pluralismo de la desunión y el vanguardismo ideológico.
Los acalorados debates al interior del “maoísmo criollo” giraron en lo esencial a dos planteamientos centrales. Primero, si se debía transitar una revolución democrática antes de dar el salto a la revolución socialista y, si esa revolución debía tomar en consideración a la burguesía nacionaly desarrollar con ella el capitalismo para que este creara la contradicción fundamental entre el capital y el trabajo ya que es esta, la que se considera, justifica y determina la necesidad de la revolución socialista. Esto obligaba a caracterizar la sociedad como premoderna y “feudal”, o al menos en el tránsito de un modelo de servidumbre señorial hacia un modelo capitalista dependiente en construcción. Segundo, desarrollar la revolución socialista con una fase de democracia popular a través de la construcción de un Partido, un Ejército del pueblo y un frente popular, estructuras estas capaces de guiar el desarrollo de la lucha armada de liberación a través de una estrategia de Guerra Popular Prolongada. La primera hacía énfasis en lo político y la segunda en lo militar que cantaba a coro que el “poder nace del fusil”.
Las tesis maoístas conquistaron o alienaron la mentalidad de una izquierda convencida y comprometida que hizo parte de su cultura la militancia cerrada en torno a los tres permanentes: amar al pueblo, servir al pueblo y ser capaz de morir por el pueblo. A esto se le sumó como principio que la práctica es el único criterio de verdad que existe, y que toda revolución política debía estar precedida por una revolución cultural.
Cuando el Partido Comunista Chino se separa del Partido Comunista de la URSS, por diferencias en torno al discurso de la coexistencia pacífica y la “muerte del Estalinismo”, se abre una fase de contradicciones, rupturas y desprendimientos de los Partidos Comunistas prosoviéticos que van a dar origen a los Partidos Comunistas Marxistas-Leninistas –Maoístas, prochinos los que beberán de las fuentes y experiencias de la revolución popular China y que, posteriormente, se nutrirán de su Revolución Cultural.
Los impactos generados por el movimiento maoísta a nivel mundial introducirán en el imaginario de los maoístas criollos nuevas lecturas y liderazgos provenientes de los procesos de las revoluciones de Vietnam, Laos, Camboya, Albania y otras experiencias revolucionarias que propiciarán nuevas divisiones y rupturas fragmentando cada vez más ese pequeño bloque maoísta. En esta época las figuras de Ho Chi Mind, Pol Po, Enver Hoxha, entre otros, ayudarán a construir esa empresa de la fragmentación en la que la izquierda colombiana ha sido tan eficiente y en la que los maoístas se especializaron.
Sería equivocado pensar que la fragmentación permanente de la izquierda como consecuencia de la irrupción del maoísmo fue un proceso exclusivamente colombiano pues no fue así, ese fue un fenómeno que se extendió por toda América Latina y que se expresó de diversas formas que se movieron entre la lucha política amplia y la lucha armada. El alineamiento internacional constituye sin duda uno de los factores de distanciamiento y enfrentamiento de una izquierda pusilánime que convirtió a sus potenciales aliados políticos en enemigos antagónicos. Nadie ha hecho más daño a la izquierda que la izquierda misma en materia de unidad, organización y experiencias transformadoras. Ese vanguardismo dogmático y sectario que se expresa con claridad en afirmaciones de esa época tales como “es mejor ser un archipiélago en el tormentoso mar de la revolución que Groenlandia en el mar pacífico del revisionismo” es muestra de una cultura política enferma que, además, se atrevía a afirmar que “con la tripas del ultimo burgués colgaremos al ultimo mamerto”, alegoría que se llevó en extremo en la confrontaciones entre las guerrillas revolucionarias maoístas y leninistas nacidas de la misma matriz de organización política.
Esto no desconoce el alto grado de violencia criminal que desde el Estado y la extrema derecha se ha dirigido contra la izquierda con un altísimo costo y sacrificios de su militancia y sus bases sociales.
El Mao Istmo
La lucha armada ha estado unida a la historia de Colombia desde sus orígenes como nación y como república. Guerras de independencia fundacionales, guerras civiles que definieron los actores políticos tradicionales, ciclos de violencia social y política y lucha armada revolucionaria han persistido en el conflicto colombiano.
La década de los sesenta marcó un punto de inflexión en la orientación ideológica de los conflictos y de la mano de la nueva izquierda hizo que floreciera todas las tendencias políticas e ideológicas en nuestro país las que se expresaron en la lucha democrática en un ordenamiento institucional cerrado por el Frente Nacional y en la lucha armada heredada de los ciclos de violencia anterior, el estallido de las revoluciones mundiales, la revolución cubana en particular y el alineamiento internacional.
Las experiencias del Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino (MOEC) y sus fragmentaciones que darían origen a esa experiencia de maoísmo institucional que es el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR) surgido a finales de la década del sesenta con el discurso de la revolución cultural, la nueva democracia y el papel de la burguesía nacional en los procesos de transformación, chocaran con las expresiones de los Frentes armados representados en el Frente Unido de Liberación(FUL); las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) y el Frente Unido de acción Revolucionaria (FUAR) con historias cortas e intensas en materia de sacrificios juveniles e intelectuales preceden la irrupción de nuevas fuerzas trotskistas, socialistas y comunistas de todos los matices, la división del Partido Comunista Colombiano y el surgimiento de las guerrillas de la primera generación(FARC, ELN y EPL), que se mueven desde distintas corrientes ideológicas entre el marxismo leninismo, el guevarismo y el maoísmo.
Las contradicciones políticas al interior del PCC, generaron purgas y expulsiones que fueron configurando un grupo importante de dirigentes de una izquierda crítica con distintas capacidades y compromisos de las que hicieron parte Libardo Mora Toro, Francisco Caraballo, Pedro Vázquez Rendón, Pedro León Arboleda, Francisco Garnica, Alfonso Romero Buj, entre otros reconocidos dirigentes políticos y populares que comenzarían un proceso de reagrupamiento que daría como resultado la creación en el X Congreso que debería ser del PCC al nuevo partido que se conocerá en el tiempo como Partido Comunista de Colombia (Marxista-Leninista) cuya característica fundamental será su marcada inclinación al maoísmo. Este partido siguiendo los preceptos maoístas de la organización, se preocupa por la creación de su propio ejército revolucionario con el nombre Ejército Popular de Liberación -EPL- (1967) y su frente de organización popular, para el trabajo con los distintos sectores sociales en particular con el sector campesino, obrero y estudiantil. La represión fue diezmando a la organización y en el corto periodo de una década prácticamente aniquiló a sus principales dirigentes, entre ellos, a Pedro Vázquez Rendón y a Pedro León Arboleda.
En distintas partes del territorio surgieron estructuras maoístas que funcionaban como pequeños colectivos y realizaban limitados trabajos centrados en sectores específicos, grupos con acaloradas discusiones políticas que generaban nuevas fragmentaciones y divisiones. La historia del maoísmo en nuestro país es la historia de las fragmentaciones políticas y la multiplicación de los panes para alimentar el hambre de una unidad por la que todo el mundo lucha y nadie se compromete.
Al interior del maoísmo surgieron las Tendencias Proletaria (TP), las Ligas Marxistas Leninistas (LML), La Unión Proletaria (UP), Los Comités Democráticos Populares y Revolucionarios (CDPR), La Tendencia Marxista, Leninista, Maoísta (TMLM), El Movimiento Revolucionario de los Trabajadores(MRT), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), la Unidad Democrática Revolucionaria(UDR) y el Frente Popular (FP), todas resultado de contradicciones internas y permanentes rupturas construidas en torno a las discusiones sobre la unidad, la lucha política democrática y la lucha armada.
Después de la muerte de Mao Tse Tung en 1976, los desarrollos políticos de la China Popular y sus particulares contradicciones, en Colombia, con el ingreso de una nueva generación de militantes que comenzó a pagar el saldo de las enemistades con el viejo Partido Comunista y su organización armada, el maoísmo, en todas sus expresiones, fenece en la boca de los fusiles y languidece en el culto a una personalidad que no lograron dimensionar históricamente.
A lo lejos se escucha todavía retumbar en las paredes del panóptico de la izquierda dogmática, el eco de los tres permanentes, la práctica como único criterio de verdad y el advenimiento de la revolución cultural. Mao sigue vivo.