Lo nuevo en literatura, o mejor, la tendencia de hoy en literatura, y también en las artes en general, es narrar las historias individuales y colectivas, incluido el principio y el fin del universo, con un ahorro sustancial de palabras que a veces parece imposible, pero que es una propuesta potencial que cala en los espacios narrativos actuales. Del mismo modo es posible describir circunstancias, hechos y deshechos con la propia nada. Y también con elementos habituales que vistos dentro de la cotidianidad no pasan de ser simples elementos comunes que aparentemente no aportan nada a la sensibilidad humana.
Empecemos con dos ejemplos. El artista italiano Salvatore Garau, vendió el pasado mayo una estatua invisible en 18.300 euros en la casa de subastas Art–Rite de Milán. El resultado le pareció tan espectacular que ahora está en New York ofreciendo otra. La obra la llamó “Io Sono”,(Yo Soy). Garau no la llama estatua invisible, sino inmaterial: es su imaginación del universo que el comprador tiene que interpretar. La nada ha sido elevada a categoría de arte, tal cual hizo Wilfredo Prieto de un “Vaso medio lleno de agua” una genial obra de valor artístico; y Piero Manzoni elevó a la misma categoría sus propios excrementos.
En la narración ha ocurrido algo parecido, sin la publicidad del artista plástico italiano, claro. Caro Fernández, autora argentina, ha escrito un cuento atómico: ha dejado el espacio vacío, la hoja en blanco. Así es lo planteado por Caro: “ ”.
El cuento se llama: ‘Retiro lo dicho’. Y ella sabe lo que hace, es la coordinadora del Festival de Brevedades de la Feria del Libro de Mendoza y miembro fundadora de la Red de Escritoras de Microficción.
El cuento invisible de la microrrelatista argentina hace parte de Instantáneas: Microantologías de Minificción Hispanoamericanas, que coordinan Jonathan Alexander España y Augusto Lozada Lince y publicado en el portal Conexionnortesur.com en su última edición, junto a otros 50 autores y autoras que escribieron sus obras literarias sin exceder las 20 palabras, que es la característica de los cuentos atómicos. De 51 escritores antologados, 50 utilizaron de cinco a 20 palabras para hacer explosionar su idea de universo y solo Caro Fernández no utilizó ninguna.
El psicólogo y autor mexicano Gabriel Ramos escribió: “El Mago llevaba años perfeccionando su acto, esa noche lo estrenó: movió su varita y llenó la carpa de personas”. Buscando, tal vez, la manera de hacer explotar un átomo literario y llamar de esta manera la atención del universo literario del momento.
Sara Coca, escritora española:
“—El olvido se lleva mal con la memoria. —¿Por qué? —pregunta el niño. El abuelo no lo recuerda”.
Y lean esta historia de Antonio José Hernández Montoya: “Todos los seres humanos sueñan. Clara nunca ha soñado. Luego ella es el sueño”.
Silenza Lies, de Arequipa, Perú, nos cuenta: “Se llamaba Nada. En cuanto pronunciaron su nombre, desapareció”. ¿Es la misma nada de Salvatore Garau, el vendedor de estatuas invisibles?
De tal manera que hoy no solo se puede dar a leer una hoja en blanco, sino vender una estatua invisible y hasta su propia boñiga. Pero lo que me trae de cabeza es el auge del poema atómico, y para ello, ante la gran cantidad de material que he recibido en las últimas semanas, me concentraré en un autor, en un libro de cuentos atómicos llamado Paisajes de Luz, del escritor colombiano Jonathan España, y desde esos espacios, trataré de explicarme el cuento de los cuentos atómicos, y para ello me aprovecharé de la reseña que hice de este libro.
“La piedra para ser Buda también tiene que someterse al hacha y al martillo” Es parte de la sabiduría china. En Occidente se habla de que el caballo está dentro de la piedra, solo hay que quitar lo que sobra para obtener un esbelto ejemplar. Se puede aprovechar los despojos para alimentar algunas cabezas de gatos que habitan en las sombras. Un poema es un Buda y un caballo al mismo tiempo, y para ser, o para encontrar su perfecto acoplamiento en la cabalgadura hay que luchar. El hacha y el martillo son imprescindibles. La fuerza y la claridad de lo que se busca también, y asegurarse de que los desechos, es decir, la oscuridad, sea correctamente reciclada para que la luz se haga y se proyecte sobre la realidad que busca el escultor de la poesía, el pintor de la poesía, el cantor de la poesía, el narrador de la poesía.
En el caso del lenguaje funciona de la misma manera. Armado de corazón y alma, de tiempo y sabiduría, no hay otro método, los poetas del Haiku suelen desechar toneladas de palabras para describir el mundo, sentenciar la realidad o dar muerte a la vanidad de la misma poesía. Es el caso de Jonathan Alexander España, al entregarnos su libro Paisajes de Luz, en donde el caballo que antes fuera piedra, ahora, en las páginas del poeta sureño, cabalga llevando la luz en su lomo.
Cada poema es un fotón, la mínima unidad de la luz. Es la unión de fotones los que hacen posible la luz, y para llegar a un fotón hay que saber llegar. Pero cuidado. La luz que produce el poema no es eterna. En alguna religión de la India, aseguran que su dios no es la luz, sino la oscuridad. Por una razón muy evidente: la luz por sí sola no tiene vida propia. En cambio, la oscuridad sí. En tanto que todos los dioses son eternos, es decir, sin principio ni fin, entonces solo la oscuridad puede ser dios. La luz que irradian estos versos solo puede perdurar si logramos detenerla en los huesos de las flores y si al viento que se siente al leerlos le abrimos la eternidad de la luz.
Jonathan, al escuchar ese ruido feroz de las circunstancias, decide dejar la luz en el filo del ojo, quizá aguardando el momento para incursionar en las profundidades del vacío de la existencia humana. Y es con esa expectativa que ubica el hacha y el martillo para modelar su libro de niebla donde surgen los poemas entre las palabras y el agua.
Cada poema es un átomo que, si el lector atento lo hace estallar, puede producir un Big Bang y crear no solo una opinión, sino un universo en donde él mismo pueda salvarse y no naufragar como cualquier forastero de la poesía. Más bien, aprovechar la luz de estos versos para mirar todos los colores del pantano e incluso intentar seducir el alma de los árboles.
En este enlace podrá leer 50 relatos atómicos de 15 países iberoamericanos: