“Violeta florecita, no dejes de soñar, mira que con tus sueños me permites hoy cantar…”. (Fragmento de Violeta. Cantautor Juan Carlos Estrada)
De niña Violeta era una hermosa mujercita… así comienza Iván Arturo a contar la historia del día en que ella, Violeta, descubrió la existencia de su sombra. Los dedos de este hombre, su boca y cuerpo se entrelazan en un juego perfecto para transportarnos por los ires y venires de esta curiosa historia, mientras que Juan Carlos, con su voz y guitarra, canta y armoniza los silencios, los espacios de emoción y suspenso. Recuerdo perfectamente, con pelos y señales las formas, la sutileza, la palabra y el modo en que poco a poco me fui dejando fluir a través del entramado de historias de “Las palabras andantes”. Después de verlos en escena me dije, quiero contar. Para ese momento tenía quizás 15 o 16 años, hacía teatro en el colegio, competía en natación por el Departamento del Atlántico, y por rabietas de adolescente dejé de creer que mi vocación era ser la primera médica de mi familia, porque estudiaría Arte Dramático.
Mis privilegios me permitían soñar, idearme posibles futuros, cambiarlos, transformarlos por capricho, por emoción y luego, convicción. Pasé de ser deportista a querer estudiar biología marina, luego a ser médica y como ya les conté, dramaturga. Sin embargo, por razones del destino estudié comunicación social, que a la vista de mi mamá era, en esa época, lo más cercano que podía encontrar en mi natal Barranquilla a las “artes escénicas”. En pocas palabras, no tenía clara mi “vocación”.
Tremenda palabra, curiosa, ¿verdad? Si a ti, como a mí, te gusta indagar sobre el origen etimológico de las palabras, sabrás que esta viene, según la RAE, del latín “vocatio”, es decir, “acción de llamar”, que derivó en el verbo “vocare”. Y todo empieza a tener mayor sentido, evocar, enfocar, convocar, provocar. Es que sentir “el llamado” y sobretodo, poder acudir a el, es un lujo, tal como la desesperanza.
Pienso entonces en las y los jóvenes que están hoy en las calles, en sus anhelos, vocaciones y sobretodo, en sus sueños. Queda claro que las y los jóvenes que han sido los protagonistas de las manifestaciones y movilizaciones, los pelaos de las barriadas, de los sectores más vulnerables, como los describió Camilo Serrano, jóvenes “sin oportunidades laborales o de estudio, sin identidades políticas definidas, contradictores del Comité Nacional de Paro y con profundos sentimientos antipoliciales”; ellos y ellas, no tienen permiso de soñar con un país diferente.
Porque cuando hablo de soñar, no me refiero a la fantasía onírica de imaginar que la juventud es el futuro del país, sino a la posibilidad real que puedan tener de materializar, con hambre, sin agua, sin gas, sin vías, sin educación, no un proyecto sino un presente que no les cueste la vida misma. Es que, tras dos meses de movilización, de 4687 casos de violencia policial, 2005 detenciones arbitrarias contra las y los manifestantes, 28 víctimas de violencia sexual por parte de la fuerza pública, entre otros hechos que denuncia la ONG Temblores y, de más de medio siglo de violencia, pareciera que sus quimeras son las pesadillas de los portadores de profecías habladoras de catástrofes, los acumuladores de riquezas, y de los artífices de la guerra de los que escribió Gioconda Belli.
Allí, “detrás de su apariencia cotidiana” siendo padres, madres, hijos, hermanas, amigos, novias, hay hombres y mujeres que buscan vencer las ausencias que llevan tatuadas desde su nacimiento como letra escarlata, no por el pecado bíblico, sino por el desliz causal, no casual, de haber nacido entre los 21 millones de personas pobres de Colombia.
Y ahí sí, cuando leas, escuches o veas un post de algún coach que diga que soñar no cuesta nada, espero que recuerdes que 27,5% de las y los jóvenes entre 14 y 28 años en Colombia, no tienen, en efecto, nada, solo la posibilidad de vencer en su lucha cotidiana la desidia, las proyecciones materiales de su propia existencia y si el hastío de la deshumanización a la que son sometidos lo permite, de ser portadores de sueños, esas semillas fecundas que defienden la vida con júbilo a pesar de la muerte.