Luego de tres años de cárcel y cuatro de exilio, vuelvo a Colombia con el alma repleta de energía por lo que se veía venir con el esperanzador acuerdo de paz. Cuando llegué, las ganas de trabajar y aportar en el proceso de construcción de paz se cruzaban con las propias dinámicas del movimiento social, del partido y de mis propias necesidades. Así, vimos como lo económico se resolvía para algunos mientras para otros, la reincorporación planteaba un duro desafío en el campo del emprendimiento. Emprendimiento que fue presentado en el acuerdo de paz como la panacea de la construcción de paz y la reincorporación de exinsurgentes, mientras ocultaba que era la apuesta neoliberal ante la falta de oportunidades en un país saqueado por la corrupción y el narcotráfico y con pocas ganas de construir la paz.
Ensayé acá, ensayé allá y coja lo que pueda como ocurre con el común de los colombianos que vivimos del rebusque. Para quienes creen que los profesionales en Colombia tenemos la vida asegurada por tener un cartón pegado en la pared no se dan cuenta que sufrimos también penurias similares a las que soporta cualquier otro trabajador en la informalidad. Desde hace varios años los profesionales andamos de contrato en contrato buscando nuestro sustento, y con mucha menos seguridad laboral que la que tenía el obrero de antaño. Lo que para los trabajadores de hace treinta años eran derechos adquiridos, para los profesionales del presente no son mas que quimeras de un pasado que no parece volver. Así, no solo tenemos que someternos a trabajos de mierda, como diría David Graeber, sino también a trámites burocráticos de mierda que aburren a cualquiera ya sea para competir por un pequeño contrato de prestación de servicios o para cobrar por el trabajo que ya hicimos.
En esas búsquedas interminables de contratos, enfrenta uno en Colombia una parafernalia santanderista de regulaciones y documentos que absorben prácticamente un día para cada búsqueda de trabajo. Tan solo para postularse a una convocatoria, ya sea de una entidad pública o privada, hay que pasar por toda una odisea virtual de formularios y documentos para demostrar que uno es un “ciudadano de bien”. Sin contar que en no pocos escenarios no es conveniente mencionar el pasado guerrillero a pesar de que aún me sienta orgulloso de haberlo sido.
Lo primero es llenar un maldito formulario online por cada trabajo que presentas porque a nadie se le ha ocurrido montar una sola plataforma para que de ésta se baje la hoja de vida sin importar el empleador. Así, por ejemplo, cada nueva convocatoria implica subir cada título o diploma, cada experiencia laboral, una por una, con fecha de inicio y fecha de finalización, referencias laborales y un largo etcétera. Por fortuna, mis tres años de cárcel no implicaron contratos laborales lo cual redujo en promedio tres experiencias laborales por año. Aun así, de tanto andar por acá y por allá, me toca el sambenito de llenar decenas de formularios online.
Además de esto, toca adjuntar los certificados de todas las entidades colombianas que terminan en “ía”: procuraduría, contraloría, fiscalía, etcétera. Certificados médicos, certificaciones bancarias, certificados de experiencia laboral, todas ellas recientes. En cada postulación lo tratan a uno como un delincuente que debe demostrar su inocencia antes de asumir un contrato. ¿No es esto maltrato a los colombianos? ¿No es esto una violación a nuestros derechos fundamentales?
Todo este sambenito es para que uno se harte y verse obligado a emigrar del país. Ttrabajar “legalmente” en Colombia acarrea un desgaste verraco que hace que el mas paciente de los humanos termine agotado y desesperado. Existe en Colombia la tendencia a creer que entre mas complejo y largo es el procedimiento burocrático, es mas legal y legitimo.
Como es posible que en las empresas haya personas dedicadas el cien por ciento de su tiempo a realizar el trabajo inútil o de mierda según Graber. En un reciente contrato que tuve una compañera agroecóloga se echaba al hombro toda la parte técnica para el desarrollo de cultivos, y yo me encargaba del modelo de negocios basándome en experiencias de agricultura comunitaria, otra persona se dedicaba a pedirnos informes de lo que nosotros habíamos hecho ganándose casi tres veces mas de lo que nosotros recibíamos y obstaculizando desmedidamente nuestro pago. Por un trabajo de poco a nulo nivel de ejecución la funcionaria se dedicaba a administrar la burocracia. La funcionaria de marras se llevaba una buena tajada del proyecto de cooperación internacional en el que participábamos.
Los “emprendedores” se enfrentan a otras odiseas. La burocracia insiste en que los pequeños emprendimientos deben formalizarse, tener estatutos y empezar a facturar las hipotéticas ventas que tengan. Las iniciativas campesinas y de reincorporación que producen miel, cerveza, picante o embutidos de manera artesanal, deben pagar una millonada al Invima por el registro sanitario y otro tanto por un software de contabilidad.
En las plazas de mercado y tiendas de otros países donde lo artesanal hace parte de la economía y provee cientos de puestos de trabajo, no exigen tanto a los artesanos. Durante cientos de años los seres humanos vivimos de los alimentos preparados por las y los campesinos y cocineros tradicionales.
El sentido común en Colombia ha sido moldeado a tal punto que no nos damos cuenta de que esto no es normal. Para conseguir un trabajo y postularse en una empresa europea y en muchos países latinoamericanos basta con enviar tu hoja de vida en el formato que te de la gana y de la manera mas sencilla posible. Para salir a ganarse la vida en muchos países solo basta con el interés que tengas de levantarte y producir algo para vender.