Un perfecto idiota es aquel que no cree que el ser rico o pobre es una decisión personal, ni el resultado de unas relaciones sociales de producción y una política económica de redistribución de las ganancias. La libertad es pues, la que te permite decidir si trabajas o te echas a dormir. Al primero, el sistema neoliberal lo premia dándole los recursos para cubrir sus necesidades y hasta sus caprichos. Los otros se hunden en la miseria. Esta visión energúmena, racista y colonialista ha sido puesta sobre la mesa por el escritor peruano Mario Vargas Losa y la élite derechista mundial.
Para garantizar esa libertad después de 1959, es decir, después de la Revolución Cubana, los Estados Unidos de América decidieron que los llamados a preservarla eran los intelectuales y los cuarteles. El libre pensamiento y la fuerza de las armas harían el milagro de una América Latina próspera y libre de tiranías como la cubana. Y empezó a preparar tanto a intelectuales como a generales.
La Escuela de las Américas, una base militar estadounidense en el Canal de Panamá, adiestró a muchos militares tanto ideológica como militarmente en tácticas y estrategias antisubversivas, control poblacional, tortura, desapariciones y toma del poder por medio de la fuerza. En uno de esos cursos estaba Augusto Pinochet, el sanguinario dictador chileno y otros tantos del mismo calibre. A la par, el escritor peruano asumía su destino de intelectual al servicio de las grandes élites políticas y financieras del neoliberalismo y como tal, esgrimió la tesis de que el intelectual estaba por encima del político, pero que las dos actividades se conjugaban y cohabitaban mutuamente. Para comprobarlo, se postuló como candidato a la presidencia del Perú en 1990. Lo derrotó un desconocido campesino de origen japonés y por primera vez lo dejó en ridículo.
Desde la presidencia peruana, el autor de La ciudad y los perros quería demostrarles a las masas ignorantes de Latinoamérica el camino hacia la libertad y la felicidad del neoliberalismo, y señalarle al mundo que no solo el individuo decide si es rico o pobre, sino que los países también tienen la ventaja de decidirlo. Guiados, claro está, por los principios redentores de las élites internacionales y su peonada criolla.
Ya en 1993 había prologado el Manual del perfecto idiota latinoamericano, un libro que mancilla todo lo que no está de acuerdo con las premisas del libre mercado, la globalización y los valores occidentales de libertad y justicia, a su manera. El libro fue escrito por el cubano Carlo Alberto Montaner, el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza y el hijo de Mario, el peruano Álvaro Vargas. Pero las andanzas del escritor peruano en la cruzada neocolonial del imperio empezaron tiempos atrás, cuando le dio la espalda a la Revolución Cubana y se enemistó con casi toda la intelectualidad progresista, sobre todo con los escritores que habían integrado el Boom Latinoamericano. Con la trompada que le propinó al Nobel colombiano Gabriel García Márquez, el peruano demostró y dejó sentadas las bases de que la intelectualidad sola no podría detener los sueños de independencia, sino que había que interponer la violencia como parte de la estrategia hegemónica en la zona.
Sus posturas antipopulares y su actitud de supremacía ante su propio pueblo, el peruano, lo ha llevado a teorizar sobre la superioridad de la intelectualidad liberal frente a cualquier otra forma de pensamiento. Sus libros como Pez en el Agua, Lallamada de la tribu, y otros tantos, (también su vasta producción periodística que los medios reproducen en todo el mundo), lo demuestran. El resumen de todo lo que significa Mario Vargas Llosa para el mundo y los pueblos ha quedado al descubierto con una nitidez pasmosa en estas últimas semanas al avalar, o pactar, entre su familia política y la de Keiko Fujimori la imposición, por cualquiera de las vías antidemocráticas, (las democráticas no les vale ahora), de un gobierno neoliberal, y evitar de esta manera que las etnias indígenas, mestizos y populares accedan al gobierno, aun habiendo ganado las elecciones con el candidato Pedro Castillo.
Pedro Castillo hace parte del montón. Nadie le puso atención en la primera vuela. La política peruana se concentra exclusivamente en Lima. El resto es periferia, sin mucha significancia electoral. Pero el profe dio la sorpresa y ganó las elecciones. Tenía que enfrentarse en segunda vuelta al régimen neoliberal: empresarios, banqueros, terratenientes, políticos de profesión, grandes medios de comunicación y al imperio que rige los destinos del país andino y la Patria Grande. Sonaron las alarmas en las huestes de los dueños del poder.
Uno de los más grandes novelistas de nuestros tiempos, un Premio Nobel de Literatura, uno de los intelectuales más populares de Latinoamérica, que hasta ahora solo había teorizado sobre la superioridad del intelectual neoliberal sobre los pueblos del mundo, pone en práctica todas las argucias, los horrores y hasta los crímenes de lesa humanidad como aliado de una “organización criminal”, (lo dice la propia justicia peruana), como es Fuerza Popular, el partido político de la hija de dictador Alberto Fujimori.
De los cerros y los valles, las costas olvidadas y los suburbios de las ciudades surgieron multitudes. Miles y miles de gentes que abrazaron la causa del profesor que ofrece, ahora sí, un combate directo a la corrupción, a las injusticias, a la pobreza y a la miseria de las grandes mayorías del pueblo peruano. El pánico de los Vargas Llosa y los “Fujimoris” estalla. En su búsqueda frenética por impedir que el populacho acceda al poder, sellan un pacto y empieza el juego.
El 24 de mayo, 15 días antes de la segunda vuelta electoral, una banda de asesinos penetra en el Valle de los Ríos Apurímac, En Janín, y mata a 19 personas. Inmediatamente, los grandes medios de comunicación y los políticos vargallosistas y de Fuerza Popular, atribuyeron la matanza a un imaginario comando de Sendero Luminoso, la desaparecida guerrilla liderada por Abimael Guzmán, y relacionaron a los criminales con Vladimir Cerrón, fundador y secretario general de Perú Libre, el partido político que albergó a Pedro Castillo para aspirar a la presidencia, al carecer este de partido político y a la postre el partido huérfano de un candidato creíble. Abimael Guzmán y Alberto Fujimori, los dos sentenciados por dirigir bandas criminales, pagan sus penas en la misma fortaleza militar.
El pueblo, sin embargo, ya no les creyó y votó por Castillo. Un sencillo maestro de escuela ganó la presidencia en la segunda vuelta. El miedo impulsado por las bandas neoliberales no funcionó. Había que hacer realidad la superioridad intelectual sobre los políticos y Vargas Llosa asume el liderazgo. Aspira a que esa superioridad sea apoyada por la fuerza, y plantea un golpe militar para impedir la toma de posesión de Pedro Castillo, “elegido por un pueblo poco informado, ignorante y sin visión política”. Lo hace por intermedio de militares retirados. Tampoco funciona. Entonces refuerzan la idea del fraude electoral. Falsean supuestas firmas falsas (la falsedad de la falsedad), pero se dan de narices con una nueva realidad.
Desde la cárcel, Vladimiro Montesinos, el ex asesor del dictador Alberto Fujimori, ha estado recogiendo dinero para un plan B en caso de que el miedo no funcionara en las urnas, para sobornar al Jurado Nacional Electoral y darle la victoria a la candidata de Mario Vargas Llosa. Otro fracaso. Desapareados, llaman a las puertas de la Organización de Estados Americanos, OEA. Saben qué tipo de personas manejan esa organización y tienen la esperanza de que ocurra lo que ocurrió en Bolivia: avalar un fraude electoral inexistente, pero nada.
Esta vez la superioridad intelectual de Vargas Llosa y sus aliados queda en ridículo. Ahora el idiota es él, no los pueblos a quien quiere dirigir. Ni como candidato ni como aliado de las criminales teorías neoliberales logra poner de rodillas, hasta ahora, al pueblo que ha tomado conciencia de su destino. La paciencia y la sabiduría, fruto de varios siglos de sufrimiento colonial, han hecho de Pedro Castillo el hombre que le puso el límite a un Nobel universal y déspota que quiere gobernar a los subyugados pueblos desde su pedestal de peón del neocolonialismo. Su desesperación debe ser total, mirando de reojo a Chile, a Colombia, a Argentina, a Brasil y a todos los países del Centro y Sur de América cuyos pueblos derriban estatuas coloniales y se aprestan a dar la batalla por una verdadera independencia.
César Vallejo, Carlos Mariateggi y José María Arguedas son universales siempre, aún sin el Premio Nobel de Literatura. Las tres grandes glorias peruanas de las letras estaban del lado de las grandes masas olvidadas y se definían como comunistas. El nauseabundo Vargas Llosa político terminará por devorar al gran Vargas Llosa literario. La historia no perdona jamás. Quizá sea hora de recordarle al “escribidor” peruano y su séquito de neofascistas la sabia pluma de Vallejo:
“Los escritores libres están obligados a consubstanciarse con el pueblo, a hacer llegar su inteligencia a la inteligencia del pueblo y romper esa barrera secular que existe entre la inteligencia del pueblo, entre el espíritu y la materia”. (…) “Los responsables de lo que sucede en el mundo somos los escritores, porque tenemos el arma más formidable, que es el verbo. A nosotros que tenemos este punto de apoyo, nuestra pluma, nos toca, pues, mover el mundo con esta arma”. Rico Perú de Vallejo. Pobre Perú de Vargas Llosa.