La estatua del general Francisco de Paula Santander, cagada de palomas, se estrelló contra el pavimento. Un grupo de jóvenes, como si fueran cowboys del Lejano Oeste, habían enlazado al bronce por la nuca. Tiraron del lazo y la estatua se vino abajo. Aplausos. Arengas. Gritería juvenil en el sector de Fundadores de Manizales. Los chicos y las chicas de la ciudad consiguieron el pasado 20 julio lo que no logró hacer el genio del Libertador: bajar del pedestal al hombre que envolvió a la naciente república de Colombia en una telaraña de leyes. Con Santander nació el “santanderismo”, un pecado original que no hay manera de expiar en el país.
Mientras la juventud manizalita derribaba al símbolo, los cachorros de Santander hacían de las suyas en el Capitolio. El Congreso, la institución más desprestigiada del país, protagonizó un nuevo vodevil. Una opereta que a nadie interesa más que a los propios actores. Una actuación sin público. Las palabras del presidente Iván Duque parecían de la Guerra de Los Mil Días. La presidencia del Senado y la Cámara recayeron en dos personajes cuyas historias familiares y personales están salpicadas de sangre, estafa, tráfico de drogas y despojo. Los peores alumnos fueron elegidos para representar a toda la clase.
La izquierda, progresismo, oposición o como lo quieran llamar o llamarse cumplió un papel de comparsa. Parecían gatos peleándose los pellejos en un machacadero de carne. La oposición de Gobierno no parece haber escuchado el ruido de la calle. Creíamos, Comején, que la desconexión era un asunto del gobierno y sus seguidores. Nos equivocamos, querida Termita, el papelón de la oposición, desconsuela. Las acusaciones de los representantes del Pacto Histórico a la Coalición de la Esperanza y viceversa sobre lo ocurrido el 20 de julio parecía una pelea entre navajeros. El dime que yo te diré en reemplazo de la política. ¿No hubiera sido mejor regalarles a esos cabrones del Gobierno los restos que quedaban en el plato? A veces, Comején, es bueno escuchar un grito de decoro. Como el de aquel obrero de las bananeras cuando el capitán dio un ultimátum: “Han pasado cinco minutos para retirarse, un minuto más y se hará fuego”. Ese hombre, como los que han tomado las calles de Colombia por estos días, gritó a la tropa: “¡Cabrones! Les regalamos el minuto que falta”.
Hay tiempo para recomponerse. Poco, pero hay. Si los que están al mando del Pacto Histórico y la Coalición de la Esperanza no son capaces de entender el momento político no habrá más remedio que mandarlos para sus casas a cuidar sus mascotas y sus plantas. El relevo está en la calle, están creciendo en la lucha. Sería chévere ver caras nuevas de la oposición en el Congreso. Para darle un poco de aire a ese recinto mortecino.
La derecha que parecía estar contra las cuerdas durante las revueltas empieza a recomponerse mediante un contrarrelato que lo puede volver mayoritario. Pero esto, Comején, te lo explicaré en otra ocasión. No se pueden decir tantas cosas al tiempo.
Compas, para la oposición colombiana no hay más que dos vías: la ecuatoriana o la chilena. Por ahora han elegido la ecuatoriana, la vía de los perdedores. Ahh…olvidaba la vía peruana, un parto de mula. Quizá ensayen una vía a la colombiana, la santanderista, la de siempre.