Es domingo 25 de julio de 2021, por las calles impera un silencio que se estremece y se esconde entre el júbilo de la gente que se ha despertado temprano para disfrutar de la playa o de la montaña, se escabulle por entre tantas personas que van y vienen por la dinámica de un día festivo esperando a que alguien se percate. Nadie se da cuenta de nada.
Y es que el 25 de julio de todos los años es el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente. No hay páginas en los libros de historia que nos cuenten sobre ello, debemos aferrarnos a la blanquitud vacía de la nada, a un atisbo entreabierto de imaginación sobre ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos? En las páginas de la historia no, pero en nosotras la resistencia sí ha forjado estas simbologías, diásporas y existencias desde todas partes del mundo donde nos proclamamos negras, afrodescendientes, racializadas y un largo etcétera de identidades.
Las negras fuimos construidas desde los ojos blancos; alteradas por la pluma del colonizador. Redibujada nuestra historia, el boceto quedó relegado a ser borrador. Este es el día en el que el reconocimiento debe enfocarse únicamente a las mujeres negras, a estas luchas que aún no han pasado por el sello de la historia pero que permanecen a hierro en nuestras corporalidades.
Con todo afán de protagonismo y de orgullo, reconozcamos a mujeres como Hipatia o Apolonia, dos esclavizadas que lideraron Palenques para luchar contra la esclavización en Colombia. Un poco más conocida la historia de Harriet Tubman, quien huyó de sus esclavizadores e ideó y construyó un ferrocarril subterráneo que permitió la liberación de centenares de esclavizados y esclavizadas. La reina Zhinga d’Angola, por su parte, expulsó a los portugueses de su territorio mediante un pacto político. Estas realidades históricas son una pequeña muestra de lo que somos, relatos que deconstruyen por completo la subordinación, la sexualización y la marginalización desde donde nos ven y desde donde nos vemos aún muchas de nosotras.
El origen del Día de la Mujer Afrodescendiente se encuentra en el 25 de julio del año 1992, cuando se reunieron en República Dominicana mujeres afrodescendientes y de la diáspora africana de toda América Latina y del Caribe para congeniar estrategias de lucha y de empoderamiento y cohesión. Con más peso debería celebrarse dicho día en pleno decenio para las personas afrodescendientes (2015-2024) aprobado por la ONU en la resolución 68/237. Queda lejos una lógica que movilice la sororidad en un contexto carente de convivencia y de no vulneración de derechos humanos, como se indica en un informe elaborado por el grupo de expertos de las Naciones Unidas publicado en 2018.
En el contexto español se puede destacar la representatividad de Rita Bosaho, diputada del congreso durante la XI y XII legislatura. En el caso catalán destacan Basharat changuerra, regidora de la Candidatura d’Unitat Popular al ajuntament de Moià y la reciente entrada en el Parlament de Catalunya de la afrocolombiana Jessica González para la candidatura de En Comú Podem. Es un paso importante ante una sociedad que contempla más la homogeneidad blanca que una realidad diversa e interseccional.
Mujeres que logran avanzar con su presencia en espacios estratégicos de poder en materia de leyes, de grupos de trabajo y de implementación de políticas públicas. Un ejemplo de ello es la proposición no de ley contra la discriminación de la mujer negra llevada a cabo el 15 de abril de este año por parte del grupo Compromís, con el apoyo de Unidos Podemos y del partido socialista en la Comunidad Valenciana.
Recientemente se ha celebrado el Festival Grec en Barcelona, uno de los más importantes en el contexto europeo, con un foco afro-centrado, hecho que ha dado visibilidad a la comunidad afrodescendiente. Siguiendo en la línea cabe destacar la proclamación de Elvira Dyangani Ose, como directora del MACBA. Estos hitos son importantes por la representatividad que conlleva y porque se están construyendo referentes con los que la infancia afrodescendiente pueda sentirse incluida.
Para la mujer negra no existe el techo de cristal, no hemos osado aspirar a un poder jerárquico. Y es que cuando miramos para arriba en la carrera del feminismo nos encontramos con roles de poder masculino ejecutado por mujeres blancas. Simone de Beauvoir no nos representa, ni las tres olas de feminismo si cabe. Nuestras historias vienen como de otro espacio, de otro contexto, desde un margen en donde no entramos a formar parte del eurocentrismo.
Bell Hooks, Chimamanda, Angela Davis o Alice Walker son unos pocos de los nombres que forman parte de la literatura afrofeminista. Nombres de los que se tiende a apropiarse en pancartas durante las marchas del 8 de marzo. Luchas que se desvirtúan de su esencia para formar parte de otro imaginario popular. La teoría afrofeminista tiene muchas corrientes dependiendo desde donde se vive, se habla y se interactúa porque está ligado al concepto de identidad; parte de una complejidad a la par que, de una base en el hacer, comprender y escuchar desde un sentido de comunidad. No se pueden únicamente leer parte de sus párrafos para luego plasmarlos en pancartas un 8 de marzo, sino que es necesario un ejercicio de introspección donde identificar desde qué posición hablamos para poder avanzar algo en el asunto, pues el reflejo de la falta de sororidad de cada 25 de julio es un ejemplo de ello.