Pocos dudan que Cien años de soledad del Nobel Gabriel García Márquez y La vorágine de José Eustasio Rivera son las dos grandes novelas de la literatura colombiana de todos los tiempos. No es gratuito que ambas obras comiencen con un episodio o una reflexión sobre la violencia puesto que la historia de Colombia, desde que hay noticias de su existencia republicana, está signada por el homicidio. Una, diez, cien, miles de muertes sucedidas a lo largo de la historia por distintas motivaciones. La parca no ha dado cuartel y no hay una sola generación que pueda presumir de haber vivido en paz. La errante humanidad del coronel Aureliano Buendía de Cien años de soledad espera los tiros frente al pelotón de fusilamiento y Arturo Cova el poeta y protagonista de La vorágine confiesa que a su corazón no lo robó una mujer sino la maldita violencia.
En ocasiones los historiadores llegaron tarde a los acontecimientos o estaban tan condenadamente amaestrados por el poder dominante, que no tuvieron más remedio que contar una historia bíblica en la que sólo cabían los ejércitos celestiales y las fuerzas del demonio. Esto explica que, en medio de las botellas vacías, las colillas de cigarrillos, los huesos roídos y la mierda de Macondo, el narrador de Los funerales de la Mama Grande demande recostar un taburete a la puerta de la calle para contar todo lo que ha pasado antes de que lleguen los historiadores.
Esta cronología elaborada a la diabla sólo toma una serie de mojones históricos asociados a la violencia y cómo los vieron los narradores colombianos. Sabemos, por boca de ellos mismos, que los prosistas son unos reverendos mentirosos que tiñen los hechos y marean a los lectores con fintas poéticas; empero, la literatura es quizá la única pausa que ha tenido esa violencia de siglos. Sea esto una cronología histórica o literaria, lo único claro que queda de ella es que el asesinato ha tatuado la vida de Colombia.
- El Extermino Colonial
Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos conforman la trilogía de William Ospina sobre la nihilista campaña de los españoles en las tierras del Sur. Se sabe por los testimonios de los Cronistas de Indias que el aniquilamiento físico y moral de los pueblos indígenas –que ocupaban las tierras de lo que luego se llamó América o Colombia– fue motivada por el oro y la religión. Estos tres opúsculos de William Ospina recorren territorios plagados de pueblos originarios que llevaban una vida comunitaria en armonía con la naturaleza. Todo esto fue roto por la mano violenta del colonialismo. «Maldito sea Colón por su curiosidad»: así reza un graffiti Bogotá, la capital de Colombia.
- Las Guerras de independencia
«En junio de 1818 arcabucearon a cinco en la huerta de Jaime, tres negros y dos blancos, entre ellos un tal Vásquez, del Socorro, después los colgaron en las horcas». Esto lo escribió un parroquiano en un diario personal que llevó desde 1810 hasta 1819, en el periodo de la guerra anticolonial. José María Caballero, un anónimo pulpero que nada tenía que ver con los ejércitos en lid, se puso a la tarea de registrar en una libreta lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban. Eran tiempos en los que se mataba por el sólo hecho de ser español o canario tal como lo ordenaba el Libertador Simón Bolívar en su «Decreto a Muerte». Diario de Independencia se titulan las anotaciones de José María Caballero. El dietario describe como los perros, los gatos y los pollos huían por la plaza de mercado cuando las tropas españolas comandadas por Pablo Morillo entraron a Santafé de Bogotá para castigar a los rebeldes.
- La Guerra de los Mil Días
Fue una carnicería. Más de cien mil colombianos murieron en mil días. Una guerra ocasionada por el odio y el sectarismo de unos «hombres miopes para el bien y para el mal» como bien los describiera Josep Conrad en su novela Nostromo. Fue por esta majadera contienda que los Estados Unidos -mediante una maniobra geopolítica- consiguieron que el departamento de Panamá se separara de Colombia. Inspirado en la obra de Conrad, el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez escribió Historia secreta de Costaguana, un libro que muestra como la retórica partidista puede llevar a la desgracia a una nación y dejarla sometida a los designios de un poder imperial. Desde entonces Colombia quedó partida territorialmente y su gente dividida por el odio. Un odio incitado desde las alturas del poder.
- La Masacre de la Bananeras
La Mamita Yunai, mencionada una y otra vez por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, también dejó sus difuntos entre las plantaciones de banano que explotaban en Colombia. La tristemente célebre United Fruit Company clavó su republiqueta en el Caribe colombiano. La matanza de obreros en huelga se produjo cerca de la estación del ferrocarril de la población de Ciénaga. Corría el año 1928 y el fuego de las ametralladoras barría a los centenares de manifestantes reunidos en la plaza. En Cien años de soledad, una de las más grandes obras de la literatura universal, García Márquez relata como los cadáveres eran amontonados en los vagones del tren con el mismo orden y sentido que se transportaban los racimos de banano. Hasta la muerte funcionaba como una cadena de montaje. Esta vez era el Ejército de Colombia, al servicio de una banda de mercachifles extranjeros, quien disparaba contra su misma gente.
- El asesinato de Jorge Eliecer Gaitán
El caudillo Jorge Eliecer Gaitán, con su oratoria de heraldo bíblico, no sólo denunció la masacre cometida en la Zona Bananera, sino que también reivindicó la lucha por la tierra y llamó a la unión del pueblo colombiano contra la oligarquía de los partidos tradicionales. Un sicario, guiado por una fuerza reaccionaria y conspiradora, lo asesinó en plena calle, en el corazón de Bogotá. Arturo Álape, un escritor que experimentó un breve recorrido por la trashumancia guerrillera, escribió muchos libros, pero su obra monumental está contenida en dos de ellos: Bogotazo: Memoria del olvido y El Bogotazo: La paz, la violencia. Testigos de excepción. Álape escudriño en su memoria y la de otros para reconstruir el hecho que desencadenó una violencia indefinida y extendida en la mayoría del territorio colombiano.
Un abogado, un cura y un sociólogo se encargaron de documentar las razones para que los colombianos se mataran con tanta sevicia. Masacres y muertos contados en cientos de miles durante los horribles años nominados escuetamente como «La Violencia». Eduardo Umaña Luna, Germán Guzmán Campos y Orlando Fals Borda moldearon su alegato humanista contra la violencia en dos tomos intitulados La violencia en Colombia. Algunas casas editoriales -quizá como gesto irónico- publicaron los libros en dos colores: uno rojo y otro azul. Los colores que identifican a los dos partidos que patrocinaron la matanza: El Liberal y El Conservador.
- La Operación Marquetalia
Los autores vieron desde los macizos de la Cordillera de Los Andes como caían las primeras bombas contra su comuna campesina. Manuel Marulanda Vélez, Ciro Trujillo y Jacobo Arenas dejaron testimonio escrito de cómo comenzó y cómo acabo todo. Cuadernos de campaña, Páginas de su vida y Diario de la resistencia de Marquetalia componen la trilogía que explica los llamados sucesos de la aldea de Marquetalia. Es la voz de las protagonistas. Ellos estaban allí. Dos campesinos y un sindicalista que se volvieron guerrilleros por las circunstancias del destino. Un destino en manos insensatas y tremendistas que ordenaron atacar con todas las armas de la república una mera comuna campesina, basada en un ideal utópico y habitada por un centenar de almas. De ese ataque matrero vienen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Lo que podía resolverse mediante unas pequeñas obras sociales se hizo por las malas.
- El bandolerismo
Las leyendas europeas cuentan de señores ilustrados que, iluminados por una luz justiciera, se fueron a los caminos para robar a los ricos y distribuir el botín entre los pobres. Los bandidos latinoamericanos fueron casi todos analfabetas y procedían de las clases desheredadas. Campesinos audaces que se juntaban y armaban mesnadas para quitarles a los propietarios, fueran estos ricos o pobres. Bandoleros, gamonales y campesinos escrito al alimón por Gonzalo Sánchez y Donny Meertens da cuenta de los bandidos criollos que hicieron de las suyas en las comarcas agrícolas de Colombia. Los bandidos colombianos fueron aprovechados por los jefes políticos locales para homogenizar sus áreas de influencia. Cuando algunos de ellos hicieron conciencia de su condición de excluidos, volvieron sus armas contra el establecimiento. El Estado los persiguió y los abatió. Había el peligro que de bandidos pasaran a guerrilleros.
- Los curas toman las armas
Joe Broderick nació en Australia, pero bebe whisky irlandés. Llegó a Colombia como misionero en 1963 y desde entonces su vida ha estado vinculada con los curas rebeldes. Camilo, el cura guerrillero y El guerrillero invisible son dos libros escritos por Broderick que muestran los pormenores de un par de sacerdotes, uno colombiano y otro español, que dejaron la sotana y se echaron al monte con los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Camilo Torres Restrepo y Manuel Pérez Martinez hicieron la guerra sin renunciar al crucifijo. Detrás de Camilo Torres, muerto en una emboscada en 1966, vinieron otros curas más que murieron en su ley. Joe Broderick dedicó muchos años de su vida para reconstruir estas singulares historias.
- Los estudiantes toman las armas
Las décadas de 1960 y 1970 fueron las de los estudiantes. La década de 1980 fue el período de las opciones de las guerrillas latinoamericanas luego del triunfo de la insurrección sandinista en 1979. Se necesitaban narrativas que se encargaran de dar el último empujón hacia la guerrilla a los estudiantes contestatarios. La guerrilla de los ochenta se nutría de jóvenes universitarios que creían en la revolución social y vieron con rabia y frustración cómo el experimento pacífico de Salvador Allende fue malogrado a sangre y fuego. Los funerales de América, de Fernando Soto Aparicio, es una novela que algunos podrían calificar de panfletaria o inspirada en el romanticismo guevarista, pero necesaria para una generación que no quería llegar tarde a la fiesta revolucionaria. Un libro de su época. Una época que reclamaba acción.
- La guerra de los narcos
Los sicarios de los poderosos carteles colombianos de la droga eran chicos de las barriadas. Pablo Escobar, el Cartel de Medellín, el Cartel de Cali y otros tantos carteles más emprendieron una feroz lucha por el control del negocio de la cocaína. Guerra entre carteles, guerra de carteles contra el Estado, guerra de carteles contra la guerrilla, guerra de carteles contra los paramilitares, guerras abiertas y guerras silenciosas. Los capos daban las órdenes y los sicarios ejecutaban el trabajo homicida. Gatilleros que mataban sin causa alguna salvo la de una recompensa en metálico. El precio de las cabezas. Cabezas que valían muchísimos millones y otras que sólo valían unas cuantas calderillas. No nacimos para semilla de Alonso Salazar y La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo sitúan al lector en ese mundo de pistolas nueve milímetros, motocicletas velocísimas, escapularios protectores, palabrerío barriobajero, cabezas rapadas, cuerpos tatuados y música underground.
- Todas las violencias
Alfredo Molano Bravo es el autor colombiano que describe en su obra todas las violencias. Las viejas violencias, las de ahora y las que vendrán. En realidad, son luchas que terminan en violencia. La lucha por sobrevivir en un país cruel e injusto. Los campesinos que se van a la selva para tumbarla y hacerse a un pedazo de tierra y darle de comer a los suyos. La madre soltera con un poco más de veinte años que transporta entre sus intestinos un kilo de cocaína y es descubierta en un aeropuerto de España, Estados Unidos o Japón. La chica que se fue a la guerrilla porque los paramilitares le mataron a sus padres. El chico que se va a los paramilitares porque allí tiene un arma y un sueldo seguro. Los pobres que se van por las aguas arriba en busca de Eldorado. El día a día de la gente en las prisiones. Los escritos de Molano tales como Siguiendo el corte; Relatos de guerras y de tierras; Aguas arriba: entre la coca y el oro; Trochas y fusiles; Rebusque mayor: relatos de mulas, traquetos y embarques; Penas y cadenas y Ahí le dejo esos fierros, son lecturas inevitables si se desea conocer las voces de todas las violencias del conflicto colombiano.