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Acercarse a Dios a través de un orgasmo

Si la fugacidad de una eyaculación nos permite crear vida, engendrar un universo masculino o femenino, provocar un nacimiento y con él la aparición de nuevos mundos o destinos para la humanidad, entonces la eternidad de ese instante podría ser el origen de todo.

Imagen de Isaac Quesada en Unsplash

Imagen de Isaac Quesada en Unsplash

Hace algunos años, nos sentamos con Eduardo Galeano a orillas del lago Guamués, en el sur de Colombia y hablamos largamente sobre fútbol, sueños y “desueños” de todos los tiempos. Precisamente, él estaba ahí para inaugurar en un congreso especial la palabra “desoñar”, que los nariñenses acababan de inventar y que es, ni más ni menos, empezar a realizar los sueños, y eso solo se puede hacer desbaratándolos, desoñándolos. Descomponerlos es una forma de construir. 

Habían llegado varios intelectuales de América Latina para hablar sobre los temas más variados. El chileno Manfred Max-Neef, premio Nobel alternativo de economía para hablar de economía, Julián Sabogal Tamayo sobre asuntos regionales, y Eduardo Galeano para hablar de todo. 

A mí me interesaba preguntarle por qué le tiene tanta lástima al Dios católico, como lo venía afirmando en diferentes conferencias y entrevistas por el mundo entero. Después de un largo prólogo sobre la materia, me resumió la respuesta: “Porque el Dios católico es el único que no puede hacer el amor”. Y eso tenía triste al escritor uruguayo. Pues una de las dichas más sublimes de la condición humana es un orgasmo, y eso de que nuestro Dios no pueda disfrutarlo es una desgracia y pone en el péndulo de la duda – certeza a la propia fe. 

En nuestra adolescencia, eso de pensar en el sexo había que comentárselo al cura de la parroquia y hacer un acto de contrición, las tres avemarías, los tres padrenuestros, los tres credos y no volver a pensar en ello, no volver a pecar. Pero no había tal. La vida es básicamente sexual. La existencia depende del sexo. Cuando el sexo se condiciona a ciertas normas, se condiciona la vida y la libertad está definitivamente socavada.

Visto de esta manera, el maestro Jesús, el hijo de Dios, es el único que no es producto de una relación sexual. Esto es un asunto claro para los filósofos orientales. Y al no ser producto de una relación sexual, del amor entre un hombre y una mujer, entonces es un ser no nacido, es decir, un ser sin origen, y todo ser sin origen es eterno. 

De allí la inmortalidad del maestro alrededor de la cual se han tejido distintas teorías, tanto esclavizantes como liberadoras. Ahora, al no ser hijo sexual, no tendría la necesidad de una mirada erótica, y eso era lo que entristecía a Eduardo Galeano, un ser terrenal preocupado por todos los males y los abusos de unos humanos contra otros, pero también intranquilo por esa virginidad divina que muchos y muchas, entre ellos los sacerdotes de muchas corrientes cristianas, han pretendido emular sin ningún éxito y cuya doctrina, incluso, ha llevado a cometer diversos crímenes dentro de los claustros. 

Venus y Cupido, Afrodita y Eros son divinidades que tienen como fin la promoción y el disfrute del amor con fines placenteros. Hay dioses para todo. Por ejemplo, para el dios de los evangélicos, el sexo no es para el disfrute, es básicamente para la perpetuación de la especie. Lo mismo sucede con algunas vertientes de las religiones budistas o islámicas, menos con el Tao, una de las corrientes místicas nacida en la China milenaria y extendida a toda la tierra a través de los siglos. Para estos creyentes y practicantes, el sexo no es el fin de una relación amorosa, mucho menos el orgasmo, el cual tiene un significado más grande que el propio amor. Es, ni más ni menos, el vínculo más cercano del ser humano con Dios. 

Y sí, si hablamos de un orgasmo, desvinculándolo del tratamiento político que le dan las ideologías y gobiernos del mundo (ya sé que es imposible), tendríamos que concluir que en el momento del orgasmo es cuando más nos acercamos a Dios, si aceptamos la teoría creacionista, y si no también, si a ese Dios lo llamamos fuerza cósmica, energía vital o cualquier otro nombre. Tú estás desnuda, desnudo, frente al universo de tu pareja, pero en el instante supremo del orgasmo la pareja desaparece. El orgasmo expulsa a los sentidos de la mente y deja un vacío tutelar bastante parecido a un terremoto de características divinas que es el instante en que también la pareja desaparece y solo queda uno, el único, el ser creador, el encuentro cósmico de la unidad donde el ser humano no solo se acerca a Dios a la distancia más corta posible, sino que se convierte en Dios: pues solo en ese momento se es capaz de crear vida.

Un ser humano ha sido engendrado a partir de un vacío y la ausencia de los sentidos, pero este es un ser mortal, con principio y fin, que sería la diferencia entre un Dios y un ser humano cualquiera. Yo he tenido la inquietud de que ser Dios es tener un orgasmo indefinido. Si la fugacidad de una eyaculación nos permite crear vida, engendrar un universo masculino o femenino, provocar un nacimiento y con él la aparición de nuevos mundos o destinos para la humanidad, entonces la eternidad de ese instante podría ser el origen de todo. La ciencia va por ese lado. Los científicos le llaman a Dios Bosón de O’higgins o Partícula de Dios, y se enorgullecen de haber pisado los terrenos de Dios al descubrir cómo producir materia a partir de la nada.

El choque de partículas provocadas por inmensos túneles, como el de Ginebra, a partir de procesos cercanos a la velocidad de la luz, genera una explosión donde los científicos han encontrado el espacio donde se crea la materia, y al encontrar ese espacio, ya se podrían ubicar en la categoría de dioses, pues al hallar el modo de cómo se crea la materia, se encuentra el origen de la vida, es decir, el orgasmo cósmico: el choque de un esperma con un óvulo que crea un universo distinto, pues cada ser humano es impredecible y puede ser un Jesús, un Marx, un Buda, un Hitler, un libertador o un esclavo. O un don nadie.

Nuestros dioses iniciáticos como Venus y Cupido, los romanos, y Afrodita y Eros, los griegos, eran unos guerreros en estas causas. Cupido cargaba con su bolsa de flechas para entregársela a quienes la necesitasen y con un certero disparo, “la víctima”, o mejor, la afortunada, caía en las llamas de un amor sin reposo. Los mortales traemos a cuento siempre las bondades de los dioses y buscamos vínculos de una u otra marera con ellos como con productos afrodisíacos (Afrodita), la erótica de la vida (Eros), y vivimos añorando el monte de Venus como uno de los paraísos más hermosos de la existencia. 

¿Y entonces, cómo fue creado Jesús? Podría ser el único ser humano sin ombligo, pues no es hijo de un acto mundano, de allí su eternidad, su asexualidad, su poder infinito sobre todas las cosas. Al no ser un individuo sexual, es inmaterial. Pero la antimateria también es energía según sentencia inapelable de la física cuántica y Albert Einstein ya lo dijo: el día que conozcamos nuestra propia fórmula, (energética), podremos desintegrarnos e integrarnos a voluntad.

Así que la tristeza de Eduardo Galeano tiene y no tiene validez, pero es su tristeza, al fin y al cabo. Para dar por terminada esta charla interminable, le pregunté sobre los sueños, y me respondió que los sueños son el agua que humedece a los desiertos humanos para que no se cuarteen con este verano permanente que muchos de nosotros llevamos dentro.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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