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«Panza de burro» y el afán de una supuesta neutralidad lingüística de la industria editorial

"Panza de burro" es una novela que habla de la diferencia de clases sociales, del despertar de la sexualidad y la falta de educación en este sentido, del acceso a la tecnología, del machismo rampante que rodea a este par de niñas, todo desde una mirada inocente y enternecedora.

Libro Panza de Burro

"Panza de Burro".Imagen de ELLE club de lectura

No sé cuántas ediciones tiene ya Panza de burro, de Andrea Abreu. Yo me compré hace unas semanas la decimocuarta edición sin saber nada de ella, algo difícil de creer teniendo en cuenta que se ha hablado mucho de esta ópera prima. 

Como casi siempre se habla del ‘‘manejo del lenguaje’’, no quiero hablar de esto porque me da la sensación de que cuando una novela está escrita con un lenguaje heterodoxo, no canónico, o atravesada por la jerga, se habla de este supuesto manejo del lenguaje de una manera condescendiente; que cuando una novela intenta retratar un lugar particular, periférico, se habla de localismos y se repite el manejo del lenguaje haciendo demasiado hincapié en los asuntos formales, que son supremamente importantes en Panza de burro, no lo voy a negar, pero no lo son todo. 

También me da la sensación de que esta condescendencia para el español escrito que se sale del centro se debe a que, en literatura, el español sigue siendo una lengua demasiado encorsetada, demasiado plana, con un afán de neutralidad y que, a pesar de que se habla en veintipico de países con todas las variantes regionales y locales, y que es la segunda lengua con mayor número de hablantes nativos del mundo, lo que se publica no refleja esa diversidad, a lo que se publica le falta calle, es demasiado plano. 

Y no porque no haya suficientes escritores de la periferia, entendiendo el centro como Madrid, no, todo lo contrario, no ha habido un momento histórico con tantísimos escritores en español de ‘‘fuera’’ pero aun así se sigue escribiendo con un afán de neutralidad, quizá incluso inconscientemente, ateniéndonos a una falsa idea de lo que es el buen español. Y los pocos ejemplos que subvierten esto conscientemente son clasificados como ‘‘literatura experimental’’, hacen ‘‘manejo del lenguaje’’ o en el peor de los casos, se les cataloga de ‘‘exóticos’’.  

Tal vez haya diversas explicaciones para todo esto, yo, materialista que soy, creo que es una cuestión de poder. La lengua evoluciona a su ritmo y es un torrente imparable, un animal que no se puede domesticar; sin embargo, sí se puede encauzar.  

Pero volvamos a Panza de burro. Más allá de ser una novela que refleja una variante del lenguaje canario, el asunto formal que me llamó la atención fue el manejo de la analogía. La narradora usa esta figura retórica todo el tiempo con una maestría difícil de superar: “vomitaba como quien se lava los dientes; una tristeza como estampido; los dedos arrugados como troncos de viña seca; como un perro espantando gatos en sueños”. Analogías de una niña, pero con un fuerte contenido poético.  

Después de este paréntesis sobre lo formal quisiera volver a lo que me parece más importante: el contenido. Panza de burro es una novela en la que la pubertad se nos muestra con toda su alegría y desolación, el amor de un par de amigas que están viendo cómo se va quedando atrás la niñez para dar paso a la edad adulta, una edad adulta demasiado cachoputa, demasiado fokin bitch y prematura. 

Isora, tan echadita palante, y la narradora, nos retratan una sociedad en donde la homofobia y la misoginia son latentes como papita y mojo. Una sociedad supersticiosa en donde las protagonistas son las mujeres y en donde la precariedad está a la orden del día. Isora perdió a su madre y es criada por su abuela y su tía. Y la narradora, aunque menciona a su padre y a su tío, también es criada por su abuela, porque su madre trabaja en hoteles o limpiando las casas de los jediondos guiris. 

Panza de burro es una novela que habla de la diferencia de clases sociales, del despertar de la sexualidad y la falta de educación en este sentido, del acceso a la tecnología, del machismo rampante que rodea a este par de niñas, todo desde una mirada inocente y enternecedora. Es una novela que habla de cosas serias, pero se tilda de juvenil, millenial, etc. No hagan caso a etiquetas y léanla.   

Escritor colombiano afincado en Madrid, España.

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