Platicando con una amiga antioqueña vino a cuento algo que ocurrió en su pueblo. Una pareja de jóvenes esperaban en el presbiterio de la iglesia la aparición del cura que los iba a casar. Un párroco nuevo. El monaguillo tocó la campanilla. Los novios se pusieron nerviosos. Los asistentes, en señal de respeto, se levantaron de sus asientos. El cura apareció sonriente. Una sonrisa que a todos les pareció conocida. ¡Vaya sorpresa! El hombre que lucía la blanquísima sotana era el mismísimo ladrón que durante años azotó los corrales de gallinas de la región hasta que un día desapareció llevándose una recua de mulas. El ladrón volvía a su pueblo por la gracia de Dios. El cura “miraba y callaba” como Cipriano Armenteros, el bandolero descrito en la canción de Ismael Miranda.
Por obra y gracia del Establishment colombiano, el rector de una universidad del Establishment, en la que se forma la élite del Establishment, renuncia a su magisterio para jugarse la carta presidencial. Alejandro Gaviria Uribe, hijo de Juan Felipe Gaviria el ministro de obras públicas del Gobierno de César Gaviria, el presidente que llevó a Colombia hasta las puertas del inhumano neoliberalismo. Alejandro Gaviria Uribe no es un outsider. No es un chico de barrio, maestro de escuela o dueño de panadería que, impulsado por algún golpe del destino o el coro de sus amigos, decide echarse en las aguas de la política. No, Alejandro Gaviria Uribe es un político que luego se hizo rector. Un político forjado en la fragua de la burocracia estatal. Un político que trae el lastre de dos Gobiernos: el de Uribe y el de Santos. ¿Qué hizo en esos dos gobiernos? Esa tarea te la dejo a tí, Comején. Tú eres experto en corroer estructuras.
Colombia, como toda Latinoamérica, ha estado revuelta en los últimos meses. La ciudadanía colombiana ha llevado mucho látigo de los Gobiernos. Se ha rebelado. Rebelado contra el Establishment. Contra los nombres asociados al Establishment: banqueros, politiqueros, pseudoperiodistas, charlatanes, terratenientes, mafiosos, corruptos y figurantes. El Establishment, como buen jugador de póker, sabe que las cartas que tiene en la mano no le alcanzan para derrotar a la contraparte. Sabe que con un patán como el exalcalde Rodolfo Hernandez, un vacilante como Sergio Fajardo o una retrograda como María Fernanda Cabal, no va a ninguna parte. En el Far West los redomados jugadores de póker escondían una carta debajo de la manga y una Derringer en la bota para eliminar al adversario por la vía de la trampa o descerrajándole un tiro en la cabeza. El Establishment colombiano, por ahora, se decantó por la carta escondida en la manga: Alejandro Gaviria Uribe, un chico de los suyos que no levante sospechas. Un poco de maquillaje para disimular las llagas del Establishment.
El Establishment ha optado por echarle un poco de marihuana a su retórica, algo de carreta abortista y un tris de ecologismo para impresionar a las capas urbanas. Ninguna novedad. Son dominios tradicionales de la izquierda. En estos temas, Comején, vamos dos pasos adelante. En cambio sobre el modelo económico el candidato Alejandro Gaviria pasa de puntillas o echa un poco de paja al rebaño para que los poderosos, el establecimiento que él representa, se quede con el grano. El neoliberalismo es el pecado original de Alejandro Gaviria. Alberto Carrasquilla es un buen nombramiento en Banrepública, dijo. Las protesta y la indignación colombiana tiene que ver con los devastadores efectos económicos y sociales del modelo de explotación neoliberal. La destrucción de la economía campesina, la ruina de pequeños y medianos empresarios, el desempleo juvenil y la creciente pobreza en el país son algunas de las consecuencias del neoliberalismo. Alejandro Gaviria es un caramelo envenenado del Establishment que, luciendo unos lentes de diseño, explica a un periodista despistado la hipotética relación epistolar que sostuvo durante el confinamiento con el escritor británico Aldous Huxley.
Cuando yo estuve “confinado” en la guerrilla, Comején, me entretuve unos días con Un mundo feliz de Aldous Huxley. Fue en un malsano campamento en la mítica región de El Pato. Hundido en el lodo y alimentándome con un tazón de maíz cocido. Cuando acabé el libro lo recomendé a mis camaradas pero no me hicieron caso porque tenían otras prioridades: la guerra. La guerrilla engordaba militarmente mientras enflaquecía políticamente. Alejandro Gaviria, inspirado en Aldous Huxley, ha prometido «un mundo feliz” para Colombia. Debo decirte, travieso Comején, que el mundo distópico que describe Huxley en su obra es condenadamente totalitario y quienes lo habitan son controlados mediante dosis de “soma”, una sustancia alucinógena que les distorsiona la realidad. Quizá eso sea Alejandro Gaviria Uribe, la dosis de “soma” que el Establishment quiere aplicar a la ciudadanía colombiana para explotarla, reprimirla y humillarla. Lo que han hecho desde siempre.
El Pacto Histórico, Comején, es más creíble. Son como tú. Como Francia Márquez, Gustavo Petro o Iván Cepeda. Son realidad pura. Sin maquillaje. Sin postureo. El Establishment va por ellos. Les van a echar fango a sus trayectorias para confundir y dividir a los millones de seguidores.