Un supuesto homo economicus, concepto que surge a finales del siglo XIX, es uno de los pilares de nuestra economía. Según los primeros pensadores de la economía política (hoy «economía»), el sujeto que actúa en el mundo económico es absolutamente racional y con un perfecto acceso a la información necesaria para tomar sus decisiones. Además, está guiado siempre por la búsqueda de su propio provecho. En los siglos XVII – XIX se consideraba que esto era el «hombre» (¡no la mujer!, colocada en este imaginario en el polo emocional). Y así quedó subsumido en el concepto: el «homo economicus» sigue siendo el supuesto habitante de la economía de mercado, la única que concebimos hoy adentro de nuestra cosmología occidental dominante.
Pasemos al siglo XXI: En las zonas opulentas de la sociedad, situadas ya no solamente en el norte global, se consumen toneladas de objetos y servicios que nadie necesita. Solo algunos ejemplos: el despilfarro de ropa es ridículo desde cualquier punto de vista (para vernos con humor, ver este video). Está la electrónica y su obsolescencia programada: irracionalidad rampante en directa confrontación con la pretensión de que las fuerzas del mercado iban a asignar los (escasos) recursos de manera óptima para todos. Están los productos volando de un sitio al otro del globo solo para que nos lleguen a casa a mejor precio -eso creemos, pero la huella ecológica de entidades tipo Amazon la acabamos pagando entre todos-. O miremos el problema global de la obesidad unida a la malnutrición, gracias a la producción masiva, muy «exitosa», de comida-basura.
Somos ridículos, sí, pero no da para reírse. Un sistema que todavía detenta el poder, que define los términos en los que pensamos, no puede ser cómico. Además, con todo nuestro conglomerado de absurdos estamos volviendo añicos, literalmente, el suelo bajo nuestros pies.
La desfachatez del lado de la oferta, y la maleabilidad y voracidad en la que ha devenido el consumidor parecen no tener límites, y el problema es que todo sigue pareciendo racional adentro de su propia lógica. Otro ejemplo: las cápsulas de café significan pagar varias veces más por el mismo café y ocasionar montañas de basura plástica, pero el imaginario dominante dice sobre su inventor: ¡que emprendedor más genial! Pues logró el éxito según el máximo mandamiento de homo economicus: optimizar ganancias y buscar el provecho propio.
Si todo esto fuera poco, la psicología de la manipulación, la que está detrás de la creación de necesidades y del abuso del homo emocionalis para vendernos cualquier tontería, no solo ha logrado inflar el mercado. Últimamente se pasó a la política, sea para hacernos votar «berracos» o para subir a un Trump al poder, y causar un furibundo asalto al Congreso de la nación, adalid de la democracia. Hablando de mitos occidentales que se vienen abajo, queda todo dicho.
En la psicología ya desde hace décadas que se sabe que el proceso de toma de decisiones del ser humano es muy complejo, aunque tenga elementos de racionalidad, las emociones juegan un papel preponderante. Además, desde la psicología cognitiva y social se han señalado todos los errores que aquejan nuestro pensar (heurísticas, falacias, presión de grupo). Y esto por no mencionar los insondables vericuetos del subconsciente.
Economistas como Richard Thaller (premio nobel de economía) han intentado incorporar la ciencia del comportamiento a los estudios de economía, sin mucho éxito. Así, la economía que gobierna nuestros días sigue instalada en el «homo economicus», o sea, en un concepto falaz de siglos pasados.
Voy a contar una anécdota que leí en un libro hace mucho, puede que sea inexacta (agradecería si se me puede señalar la fuente). Tiene lugar en algún sitio de Latinoamérica. La narradora (o narrador, no recuerdo) va caminando por algún camino de montaña, y ve a una mujer lugareña, tal vez indígena, que baja al pueblo con su carga pesada de fruta para venderla allí. La narradora se ofrece a comprarle toda la carga por mayor precio de lo que ganaría en el pueblo, argumentando además que se ahorraría el trabajo de ir hasta allá y volver. La mujer la mira extrañada y le dice que no, que en el pueblo cuentan con su carga. Y sigue oronda su camino.
Tal vez hay que recalcar que nuestra narradora habla desde su curiosa creencia en un «homo economicus». Ese humano sin comunidad que nos hemos inventado. Y la vendedora de fruta es mucho más que eso. El ser humano es mucho más que eso.
El gran historiador de la economía Karl Polanyi, nos señala que la motivación pecuniaria es históricamente solo una de muchas motivaciones humanas. Nuestra cultura occidental constituye una anomalía al otorgarle la preponderancia que tiene en nuestras creencias sobre el ser humano. El comerciante o el banquero, en otras épocas y culturas, ha tenido otro estatus en la sociedad. El endiosado empresario de nuestros días y geografías ha tenido, y podría tener de nuevo, otro norte que no fuera solo la ganancia; esta obligación solo surge a partir de los años 70. Pero esta es otra historia. Aprovechamos para saludar a la «economía naranja» del presidente colombiano Iván Duque, tan constreñida en su pobrísimo imaginario sobre el ser humano como nuestra narradora más arriba.
Existe otra «economía», como siempre ha existido: la vendedora de frutas no está sola. Una economía en la que la que nuestro potencial como seres humanos, y especialmente como comunidades, permita opciones con posibilidad a futuro para la humanidad.
Coda: Por estos días se lanza la Red Iberoamericana para la Nueva Economía: «Una plataforma de vinculación y visibilización de los agentes de la Nueva Economía en Iberoamérica, que entrega herramientas, recursos y fomenta la colaboración entre organizaciones, incrementando su efecto positivo en la sociedad y el medio ambiente». Incluye la discusión e impulso de saberes que se dan desde áreas como el ecofeminismo, Economía Doughnut, Banca Ética, Economía del Bien Común, Economía Circular, Enfoque de Pueblos Originarios, Empresas B, Economía Regenerativa.